Corazonada: preludio a la catástrofe | Relato corto |

in GEMS4 years ago

Corazonada: preludio a la catástrofe

   

    Alva observó por cinco minutos al ave metálica en la que estaba a punto de subir. La primera opinión que emitió al respecto fue sobre el tamaño; le parecía muy pequeña. Un avión para treinta y seis pasajeros de por sí se escuchaba como algo pequeño al nombrarlo, pero frente a frente resultó ser aún más diminuto de lo que imaginó. Su prometido, Mikael, intentó tranquilizarla, él sabía del miedo de ella a volar. Le aseguró que sería un viaje rápido, de poco más de cuarenta minutos. Desde hacía meses que ambos planearon pasar las vacaciones navideñas con la familia de Mikael, sin embargo no compraron los boletos a tiempo así que finalmente no les quedó mejor opción, con relación al tiempo/precio, que aquel pequeño pájaro. Los pasajeros comenzaron a abordar, incluidos ellos dos.

    Fueron hasta los dos últimos puestos a la derecha, que era donde les correspondía; al instante de sentarse Alva miró por la ventana. Aún no despegaban, no obstante ya se sentía tan ansiosa como si estuviese a diez mil pies de altura. Mikael lo notó e intentó distraerla con una conversación: —Oye, ¿reconsideraste teñirte el cabello? Podríamos ir por un tinte antes de llegar a casa de mis padres.

    —Me gusta mi cabello como está —respondió ella, de forma cortante. Justo después indicaron a los pasajeros que se abrocharan los cinturones. Por alguna razón no se sintió conforme con eso e ignoró a la azafata, pero vio que Mikael sí atendió a la recomendación.

    El avión despegó y, por ocho minutos, el vuelo transcurrió con tranquilidad hasta que, repentina y bruscamente, descendió y volvió estabilizarse. Una azafata pasaba con un carrito de bebidas alcohólicas en ese momento, de modo que tras el abrupto descenso el suelo de la nave quedó lleno de vidrios y al lugar lo impregnó un aroma de licores fuertes entremezclados. Alva tenía erizados los vellos de los brazos y el corazón acelerado. La pareja se miró fijamente, ella intentó balbucear unas palabras, quería preguntarle a su prometido qué había sido eso, aunque no logró articular nada. «Todo está bien» alcanzó a decirle él cuando, a través de la ventanilla, vio humo y el avión se precipitó.

    Todos gritaron, algunos se pusieron las mascarillas de oxígeno de emergencia y otros rezaron, una azafata voló y se golpeó contra el techo, lo que dejó un terrible manchón de sangre y a la mujer inconsciente o muerta. Luego se escuchó un sonido: las paredes cedían ante la presión y se resquebrajaban hasta desprenderse del avión. Alva no recordó nada más allá de que lloró y se lamentó porque aquella sería su tumba.

    A pesar de la infernal situación, despertó. Un dolor punzante en la pierna la hizo volver en sí. Se dio cuenta de que habían pasado horas porque ya era de noche, el vuelo estaba pautado para el mediodía, notó que además perdió mucha sangre en ese tiempo, pues debajo de ella un charco coagulado entre rojo y negro se extendía. Se recargó en un trozo de la aeronave, que estaba a su lado, hasta que logró erguirse por completo y ver a la distancia a un grupo de personas con linternas a las que pidió ayuda a gritos. Estos corrieron inmediatamente hacia ella para socorrerla.

    —¿Cómo es posible? —preguntó uno de los hombres, a los cuales Alva ahora podía distinguir la insignia de bomberos en sus franelas.

    —No lo sé —respondió el otro, que indicó a su compañero que fuera a buscar a los paramédicos y extendió a la chica una lista: —Señorita, ¿puede señalar aquí su nombre? —ella lo hizo y preguntó por Mikael, sin embargo el bombero no le respondió, solo dijo: —Bien. Tranquila, Alva, ahí vienen los paramédicos. Te llevarán a un hospital —dijo antes de que Alva perdiera el conocimiento.

    La ambulancia se fue con la joven malherida, puesto que había perdido mucha sangre, pero viva y con altas probabilidades de recuperarse. Los dos bomberos se quedaron en la escena. Uno de ellos contempló, por tercera vez en el día, toda la escena del desastre, esta vez más conmovido que antes: aún se apreciaban pequeños focos de fuego que volvían a surgir por los restos de combustible, sangre seca por todas partes, trozos de piel de donde tuvieron que despegar cuerpos quemados y adheridos al asfalto y pedazos del avión, incluyendo una turbina completa.

    —¿Cómo pudo hacerlo, Joel? —preguntó un bombero al otro — El piloto, el copiloto, cinco azafatas y treinta y cinco pasajeros… todos muertos —dijo, sin salir de su asombro —, pero una sobrevivió, ¿cómo lo hizo? —no recibió respuesta.



Foto de Pixabay | Free-Photos

   

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