Relato: La hija del monje

in GEMS3 years ago

Lord Frederick Roxton suspiró con soslayo.

Hace unas horas en la mañana le llegó una misiva de un prelado apostólico, pariente del padre de su sobrina Pollyanna. El asunto a abordar durante la visita parecía urgente, aunque sospechaba desde ese momento el motivo.

Los Roxton tenían siempre como política de la honestidad y franqueza, le guste a quien le guste, sin importar qué tan delicado fuese el tema. Pero en un caso tan complicado como el de Pollyanna, la franqueza podría traer una consecuencia muy seria, sobre todo porque la otra parte de la familia desconocía por completo su existencia.

Sobre todo si se trata de su padre, un monje benedictino cuya fama era muy bien conocida dentro de la iglesia irlandesa.

George Bolton provenía de una rica familia de Dublín; era un amante de la literatura, el alcohol y las mujeres. Su familia lo obligó a ingresar a la orden benedictina con la esperanza de que la vida contemplativa pudiera mejorar su comportamiento escandaloso; para decepción de sus padres, George resultó ser un tipo con una suerte de espíritu bohemio que vio en la vida monástica la oportunidad de "explorar". Famosos fueron sus amoríos en los dos conventos en los que residió como capellán; el escándalo fue tal que los obispos tuvieron que hacer uso de sus contactos para apartarlo de la vida pública y, posteriormente, aceptar su renuncia luego de ser desheredado.

Una de sus amantes fue Mary Roxton, la hermana menor de lord Frederick. Ésta se encontraba en el convento de Saint Winifred, en donde se preparaba para convertirse en religiosa. Desconocía los detalles de cómo o cuándo ambos se convirtieron en amantes, o si hubo amor entre ambos, ya que en ese aspecto Mary fue muy reservada; lo cierto del caso era que Mary había decidido renunciar a la vida eclesiástica apenas supo que estaba embarazada.

Los Roxton apoyaron a la joven en todo momento; de hecho, lord Cedric, su padre, acondicionó la residencia de Pyke Hills en Derbyshire para que Mary y el bebé pudieran vivir con tranquilidad, pues era bien sabido que Bolton no era amigo de las responsabilidades y que su familia no querría verse envuelta en más escándalos.

Por desgracia, Mary no sobrevivió al parto; lord Cedric y, tras su muerte, lord Frederick y su esposa Zira se hicieron cargo de Pollyanna. Para evitar que la pequeña fuese perjudicada y señalada como bastarda, habían esparcido el rumor de que Mary se había casado con un joven comandante del ejército que había fallecido a la semana de anunciarse su embarazo. La gente, por no decir una buena parte de los aristócratas, se lo creyeron dada la fama que los Roxton tenían por mantener su vida familiar en privado.

Ahora, veinte años después, llegó el día en que Zira y él tendrían la desagradable tarea de contarle a Pollyanna quién era su padre y el por qué no debería de buscarlo. No quería hacerlo; no quería que aquella muchachita sufriera por los desmanes de un hombre desobligado que solo se había dedicado a esparcir hijos por doquier.

Sin embargo, tenía la esperanza de que Pollyanna entendiera que todo se ha hecho para protegerla de los señalamientos sociales, muy aficionados a achacar culpas ajenas. Era una chica lista y de naturaleza curiosa, capaz de figurarse por sí misma toda clase de causas y consecuencias.

Un sonido interrumpió sus pensamientos. Godric, el mayordomo, le anunció que había llegado la visita.

Que comience la diversión, pensó mientras le pedía a Godric que dejara pasar al individuo.

Minutos después, el cardenal Rudolph Brown estaba delante suyo. Éste era pariente cercano de la familia Bolton, y el hombre que había logrado que desheredaran a George tras los escándalos de los conventos. Tras los saludos y preguntas de cortesía, le preguntó por el motivo de su visita. La respuesta del cardenal no lo sorprendió del todo: "Vine a ver a la hija de George".

"¿Disculpe?", murmuró, fingiendo sorpresa.

"Vine a ver a Pollyanna".

"Perdone, Su Excelencia, pero creo que aquí hay alguna confusión", replicó lord Roxton, fingiendo estar ofendido. "Ella es la hija de Mary con Robert Tell, un hombre valeroso que pereció en la Guerra de los Bóer. Decir que es la hija de un cerdo asqueroso como George es una ofensa que no pienso tolerar".

"Su Señoría, entiendo que usted tenga antipatía hacia George", replicó el nuncio con comprensión. "Créame que no lo culpo, pues su hermana estaba en el convento en donde él residía".

"¡Suficiente!", interrumpió lord Roxton con firmeza. "Su Excelencia, no soy un hombre violento y no quiero faltarle el respeto dada su categoría eclesiástica, ¡pero le pido por favor que no manche el nombre de mi hermana al vincularla con ese patán!"

"Un patán que amó mucho a su hermana. Mucha más de lo que ni usted ni yo podíamos imaginar".

"Dudo mucho que haya amado a Mary. Y creo que usted también lo duda".

El cardenal sacó de su bolsillo una carta y, entregándosela a lord Roxton, comentó: "Lo dudaba hasta no hace menos de un mes, milord, cuando George llegó a mi oficina con esta carta para Pollyanna. Me dijo que lo había enviado un tío de la chica desde Francia. Como sabía que yo muchas veces paso por aquí, me pidió que se lo diera a usted. Sin embargo, abrí la misiva pensando que en realidad estaba seduciéndola, como era típico de él; mi sorpresa fue idéntica a la suya cuando leí su contenido".

¡Y sí que lo estaba!

La carta contenía las palabras de un padre preocupado por su hija, preguntándose por su salud y su bienestar; en ella incluso le pedía perdón por haber estado ausente durante quince años, pues sentía que él no era un buen ejemplo a seguir y no quería decepcionarla. Al parecer, se había enterado por sus medios del rumor de Robert Tell, individuo que nunca existió; un movimiento a su juicio muy prudente para no manchar el honor de Mary, su amada esposa.

"Esto es una locura", murmuró lord Roxton al leer la palabra esposa. "Esto es una locura... Mary... Ella siempre fue muy reservada al respecto. Nunca nos dijo que estaba casada".

"Casada antes de dejar el convento. La madre superiora me lo contó apenas la amenacé de usar todas mis influencias para hacer su vida más difícil".

"¿Quién más sabe del contenido de esta carta aparte de usted?"

"Solo yo. Y pronto los demás".

Lord Roxton guardó silencio por un momento. El cardenal estuvo a punto de añadir algo más, pero lord Roxton se le adelantó: "Veo que usted le odia".

"¿Por qué lo dice? Yo solo cumplo el deber de todo buen cristiano de dar la buena nueva".

"A su beneficio, especialmente cuando usted tiene en la mira una cuantiosa fortuna que le ayudaría a comprar el papado".

"¡Cómo se atreve!"

"No es atrevimiento, Su Excelencia. Es una verdad", le replicó una voz femenina.

Los dos hombres se volvieron. En la entrada del despacho se encontraba una joven mujer de estatura media, cabello oscuro, ojos castaños y atavíos azules. A su lado se encontraban tres hombres, dos de ellos policías.

Volviéndose hacia lord Roxton, quiso preguntar qué estaba sucediendo, pero se encontró con la punta de un arma y un lord Roxton demasiado dispuesto a dispararle.

La joven mujer, con una sonrisa, explicó: "Lord Bolton falleció hace una semana, víctima de un supuesto paro cardiaco. La excusa perfecta para distraer a los periódicos y a la policía de la verdadera causa: asesinato con arma blanca. Con un pequeño puñal de mango blanco como este".

Sacó de inmediato la mencionada arma de su bolso. El cardenal palideció.

"La razón de su asesinato es la más sencilla y, sin embargo, la más irritante: dinero. Dinero que pretende utilizar para comprar el papado, ahora que el jefe de los católicos se encuentra gravemente enfermo. Sin embargo, se encontró con un enorme obstáculo: yo, la hija de George Bolton".

El prelado estaba sorprendido ante aquella afirmación. Pollyanna Raleigh-Bolton, con frialdad, continuó: "El anciano Bolton se enteró de mi existencia hace un par de meses mientras visitaba la expedición de Abu Simbel. Al saber que su hijo mayor sentó cabeza hace 20 años y de que tenía una nieta, quiso incluirme en su testamento; cosa que no lo logró porque ingenuamente confió en usted al contárselo. Usted, el heredero universal de la fortuna familiar tras el asesinato de mi tío Robert. Por esa razón usted se inventó esa carta, pensando que yo no sabía nada sobre quién era mi verdadero padre y así cogerme por sorpresa".

El cardenal se levantó estrepitosamente con la intención de huir, pero se detuvo de forma abrupta cuando vio a un cuarto hombre salir detrás de la cortina que cubría una de las ventanas.

Al mismísimo George Bolton.


Fuente de la imagen: Pexels

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