It was one of those gray afternoons when the sky threatens rain but can’t make up its mind. I looked at the backyard and knew I couldn’t put it off any longer: the grass was overgrown, the plants had taken over, and even the grill area looked like it had been forgotten by time.
With patience—and the red trimmer in hand—I started carving a path through the wild greenery. The damp ground made the job tougher, but little by little, the terrain began to reappear beneath the fallen stalks. The grill corner was still hidden, as if waiting for its turn.
Before touching a single leaf, the weeds covered everything. It felt like the green had claimed the whole space, growing without permission or direction. The walls, streaked with moisture and climbing plants, added to the scene of abandonment.
The trimming continued. The small weed cutter, though modest, got the job done. The soil, buried for months, began to breathe again. Some ornamental plants remained standing—witnesses that not everything was lost.
By the end of the day, the change was clear. The ground was visible again, the grill regained its place as the centerpiece, and even the plants looked more organized. A pile of branches and cut grass stacked in one corner was the proof of work done. It wasn’t a perfect garden, but it was a great start.
Sometimes you don’t have to change everything—just begin. And this afternoon, in the backyard, was the first step to reclaiming a little corner of life. 🌱
Era una de esas tardes grises en las que el cielo amenaza con lluvia, pero no se decide. Miré el fondo de casa y supe que ya no podía esperar más: el pasto estaba alto, las plantas se habían desbordado y hasta el quincho parecía olvidado por el tiempo.
Con paciencia, y la desmalezadora roja en mano, empecé a abrirme paso entre el enredo verde. El suelo húmedo hacía más difícil el trabajo, pero poco a poco el terreno empezó a asomarse entre los tallos vencidos. El rincón del asador aún estaba oculto, como esperando su turno.
Antes de tocar una sola hoja, la maleza cubría todo. Parecía que el verde se había adueñado del lugar, creciendo sin permiso ni dirección. Las paredes, cubiertas de humedad y plantas trepadoras, completaban la escena de abandono.
El corte avanzaba. La desmalezadora, aunque pequeña, fue efectiva. El suelo, que había quedado sepultado durante meses, empezó a respirar otra vez. Algunas plantas ornamentales seguían firmes, como testigos de que no todo estaba perdido.
Al final del día, el cambio era evidente. Ya se podía ver el suelo, el quincho volvió a ser protagonista y hasta las plantas parecían más ordenadas. El montón de ramas y pasto cortado, apilado en un rincón, fue la prueba del trabajo hecho. No era un jardín perfecto, pero era un buen comienzo.
A veces no hace falta cambiarlo todo, solo hace falta empezar. Y esta tarde, en el fondo de casa, fue el primer paso para recuperar un pequeño rincón de vida. 🌱