Luis, un individuo egocéntrico y presumido se llamaba a sí mismo rey. Desde muy joven, se convenció que era increíblemente inteligente y talentoso en todo.
—Yo soy muy, muy inteligente. No te imaginas lo inteligente que soy— se decía, cada mañana, frente al espejo.
Aunque Luis tenía una mente aguda y facilidad para aprender nuevas cosas, su verdadero problema radicaba en su incapacidad para utilizar todas sus habilidades correctamente. Las personas a su alrededor se daban cuenta de esto, pero temían enfrentarlo debido a su mal carácter, porque sus palabras mataban.
Un día, su esposa, una mujer muy sabia, al estar harta de su falta de entendimiento y su egocentrismo decidió ayudarle a darse cuenta de sus deficiencias y cómo debía cambiar. Se acercó a él y le dijo:
—Oh, gran rey, te has autodenominado así, pero ¿qué has hecho para verdaderamente ejercer tu poder en beneficio propio?
Luis, con su porte arrogante y su corona reluciente de ego hizo caso omiso a la pregunta de su esposa y se tumbó sobre el sofá de su modesta sala. De pronto, un fuerte viento sopló y las grietas en la ventana quedaron evidentes. El cristal comenzó a despegarse, amenazando con caerse a pedazos en cualquier momento. A pesar de esto, el rey, decidió ignorar el problema.
Los días pasaron y la ventana continuó su deterioro progresivo. Una mañana, finalmente colapsó y desapareció por completo. El rey, furioso por la incomodidad que esto le ocasionaba, buscó en su maltrecho armario unas tablas viejas y las claveteó en el lugar donde la ventana solía estar. Sin embargo, al hacerlo, se dio cuenta de que ahora la habitación estaba completamente sellada. No había forma de que una leve brisa de aire ingresara, dejándolo con una sensación de opresión.
Desesperado, intentó abrir la ventana improvisada, pero los tablones estaban tan firmemente clavados que fue en vano. Frustrado, murmuró para sí mismo que en algún momento futuro se encargaría de arreglar todo adecuadamente. Pero, como siempre, esa promesa fue olvidada en cuestión de minutos y nunca volvió a pensar en el asunto.
Con el paso de los años, la ducha del autotitulado rey dejó de funcionar. En lugar de arreglarla adecuadamente, encontró una solución rápida: recogía agua de la cocina y la llevaba al cuarto de baño para bañarse. Un día, mientras intentaba recoger agua de la cocina, su esposa lo confrontó:
—Mi rey, permítame preguntarle algo. ¿No sería más sensato arreglar la ducha adecuadamente en lugar de esta tarea diaria?
—¡Qué sin sentido! — respondió Luis inmediatamente—No necesito una ducha para demostrar mi grandeza. ¡Soy el rey y puedo hacer lo que quiera!
—Pero mi rey, su casa se está cayendo poco a poco. Su cama, las puertas de los cuartos, los muebles y la cocina ya están en mal estado. ¿No sería más prudente solucionar estos problemas?
—¡Bah! Esos son detalles insignificantes, mientras yo sea el rey, nada me puede afectar.
A medida que pasaban los años la casa del autoproclamado rey se fue destruyendo cada vez más. Las paredes se descascararon, el polvo y la suciedad se acumularon en cada rincón y el olor a humedad y deterioro se volvieron insoportables.
—Mi rey, me temo que su casa está a punto de colapsar— le dijo con tristeza su esposa. No tienes recursos para mantenerla en pie. Si continuas así te quedarás solo y sin techo.
—¡Imposible! Soy el rey ¡deberían ofrecerme todo lo que necesito!
—Lamentablemente— murmuró la mujer— el tiempo no se detiene y ya ha envejecido. No tiene los privilegios de antes, ni las conexiones.
El rey, finalmente empezó a darse cuenta de su realidad, solo que demasiado tarde. Miró melancólicamente a su alrededor. Su casa que una vez fue esplendorosa ahora estaba demasiado abandonada. Suspirando profundamente, rememoró su juventud y las oportunidades que había dejado escapar. Entendió que, en la vida, es fundamental que todas las piezas se alineen adecuadamente para alcanzar la felicidad y el éxito. No se debe pasar por alto nuestras deficiencias ni ser orgullosos, ya que el tiempo avanza y las oportunidades pueden desvanecerse.
Louis, a self-centered and conceited individual called himself a king. From a very young age, he convinced himself that he was incredibly intelligent and talented in everything.
—I am very, very smart. You can't imagine how smart I am— he would say to himself every morning in front of the mirror.
Although Luis had a sharp mind and a facility for learning new things, his real problem lay in his inability to use all of his abilities correctly. The people around him realized this, but were afraid to confront him because of his bad temper, because his words killed.
One day, his wife, a very wise woman, being fed up with his lack of understanding and his self-centeredness decided to help him realize his shortcomings and how he should change. She approached him and said:
—Oh, great king, you have called yourself so, but what have you done to truly exercise your power for your own benefit?
Luis, with his arrogant bearing and his crown glittering with ego, ignored his wife's question and lay down on the sofa in his modest living room. Suddenly, a strong wind blew and the cracks in the window became evident. The glass began to peel away, threatening to fall apart at any moment. Despite this, the king decided to ignore the problem.
Days passed and the window continued its progressive deterioration. One morning, it finally collapsed and disappeared completely. The king, furious at the discomfort this caused him, searched in his battered closet for some old boards and nailed them to the place where the window used to be. However, in doing so, he realized that the room was now completely sealed off. There was no way for a slight breeze of air to enter, leaving him with a feeling of oppression.
In desperation, he tried to open the makeshift window, but the planks were so firmly nailed that it was in vain. Frustrated, he muttered to himself that at some future time he would arrange everything properly. But, as usual, that promise was forgotten within minutes and he never gave the matter another thought.
As the years passed, the self-titled king's shower stopped working. Instead of fixing it properly, he found a quick fix: he collected water from the kitchen and carried it to the bathroom to bathe. One day, while trying to collect water from the kitchen, his wife confronted him:
—My king, let me ask you something. Wouldn't it be wiser to fix the shower properly instead of this daily chore?
— Nonsense! — I don't need a shower to prove my greatness, I am the king and I can do whatever I want!
—But my king, your house is falling down little by little. Your bed, the doors of the rooms, the furniture and the kitchen are already in disrepair. Wouldn't it be wiser to fix these problems?
—Bah! Those are insignificant details, as long as I am the king, nothing can affect me.
As the years went by, the house of the self-proclaimed king became more and more destroyed. The walls peeled, dust and dirt accumulated in every corner and the smell of damp and decay became unbearable.
—My king, I'm afraid your house is about to collapse— his wife told him sadly. You have no resources to keep it standing. If you continue like this, you will be left alone and homeless.
—Impossible! I am the king. I should be offered everything I need!
—Unfortunately— muttered the woman—time does not stand still and he has grown old. You don’t have the privileges you used to have, nor the connections.
The king, finally began to realize his reality, only too late. He looked around him wistfully. His once splendorous home was now too deserted. Sighing deeply, he reminisced about his youth and the opportunities he had let slip away. He understood that, in life, it is critical that all the pieces align properly to achieve happiness and success. One must not overlook one's shortcomings or be prideful, as time marches on and opportunities can fade.
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