En el devenir de encuentros fugaces,
un soltero navegaba entre risas y abrazos frios,
mujeres fáciles, encantadoras en el ocaso de la pasión.
Bajo luces parpadeantes, promesas desvanecíanse,
caricias sin alma ocultaban mentes volátiles,
y en el eco del placer, se gestaba la tormenta.
Una tras otra, como hojas llevadas por el viento,
las mujeres fáciles dejaban su huella vacia,
enredadas en sábanas que ocultaban sus secretos.
Se descubría el vértigo detrás de sus ojos brillantes,
donde el fuego del deseo dejaba paso a la locura,
el soltero decidía abandonar el juego sexual.
Feliz, liberado de cadenas, abrazó la soltería,
las noches sin promesas, la libertad sin ataduras,
renunció al caos que seguía a la pasión momentánea.
En la soledad halló la paz, lejos del vaivén tumultuoso,
donde las mujeres fáciles se transformaban en locas indomables,
y el soltero, ahora sabio, celebró su propia presencia al descubrir lo inmundo de las mujeres.
