Somos siempre un principio y un final. Uno en el otro se contienen y nos contienen. Resuenan en nuestros oídos María Estuardo * y en la letra el poeta Eliot en sus Cuatro cuartetos **.
Somos, pues, inevitablemente este ciclo, igual al de cualquier árbol, al de cualquier cigarra. A este sol de medianoche en mi alma o a esa luna sorprendente del amanecer.
Cada año volvemos al mismo lugar del encuentro para celebrar el final y el comienzo. Y todo pasa y todo queda, como diría el poeta Machado.
Seremos, así, la celebración de lo perecedero y lo renaciente, que contiene lo mortal en su esencia. Y nuestro cuerpo se hará nido de aves procelosas, que cantarán nuestra despedida.