Las sombras se apoderaron de la calle tan pronto sonaron las sirenas. Los más precavidos corrieron a esconderse en sus refugios improvisados, los desafortunados deambulaban temerosos por los callejones procurando no llamar la atención de los Hitarachis. Algunos no verían el amanecer a pesar de sus esfuerzos. Cuando colapsó la sociedad, los Hitarachis reclamaron el derecho de gobernar la ciudad con mano de hierro; nadie les opuso Resistencia, excepto por un valiente pero reducido grupo de los Medurimes…
Mientras los Hitarachis hacían estragos en la ciudad, quebrando a los transeúntes que horrorizados buscaban un refugio, los Medurimes planeaban la ofensiva. Lo ideal era aprovechar cuando los Hitarachis estaban en las calles, así podrían infiltrarse en su fortaleza y una vez dentro, los derrotarían. La suerte estaba de su lado, ya que contaban con Carlo, un Hitarachi que no estaba a gusto de como se manejaban las cosas, por lo que a escondidas se dirigió a brindar ayuda a los Medurimes.
Yoseff, el líder de los Medurimes ya tenía todo bajo control. Habían recolectado todo tipo de armas y con los planos que le había proveído Carlo, era solo cuestión de suerte. Esa noche, se pondría en marcha el plan. Mientras los mercenarios de los Hitarachis hacían sus rondas, los Medurimes se movían debajo de las alcantarillas hasta llegar al pasaje secreto que los conduciría a la fortaleza Hitarachi. Pronto llegaron, y pudieron manejar a la poca seguridad que había en el lugar. El ruido de las balas había alertado a todo el recinto, pero dado que la mayoría estaba fuera, no había nada que pudieran hacer.
Al llegar a la recámara del Líder Hitarachi, Hoggart, este estaba aterrado. Lo habían tomado por sorpresa mientras intentaba esconderse detrás de su escritorio. Pero esta vez Yoseff no tendría compasión. Él había tenido que presenciar el daño que Hoggart había causado a la sociedad, a su pueblo, y sabía que dejarlo vivo sería un error. Tenía que aniquilarlo a él para que el resto de su grupo se rindiera. Hoggart se arrodilló y pidió clemencia, pero Yoseff no la tendría, así como él no la había tenido con nadie. Apuntó su pistola hacia la frente de Hoggart y con la mirada de todo su grupo encima, este presiono el gatillo.
The shadows took over the street as soon as the sirens sounded. The most cautious ran to hide in their makeshift shelters, the unlucky ones wandered fearfully through the alleys, trying not to attract the attention of the Hitarachis. Some would not see the dawn despite their efforts. When society collapsed, the Hitarachis claimed the right to rule the city with an iron fist; no one resisted them, except for a brave but small group of the Medurimes…
While the Hitarachis wreaked havoc in the city, breaking the passers-by who, horrified, sought refuge, the Medurimes planned the offensive. The ideal was to take advantage of when the Hitarachis were in the streets, so they could infiltrate their fortress and once inside, defeat them. Luck was on their side, since they had Carlo, a Hitarachi who did not like the way things were being handled, so he secretly went to help the Medurimes.
Yoseff, the leader of the Medurimes already had everything under control. They had collected all kinds of weapons and with the plans Carlo had provided, it was just a matter of luck. That night, the plan would be put into action. While the Hitarachi mercenaries made their rounds, the Medurimes moved under the sewers until they reached the secret passage that would lead them to the Hitarachi fortress. Soon they arrived, and were able to handle what little security there was in place. The sound of bullets had alerted the entire compound, but since most were outside, there was nothing they could do.
Arriving at Hitarachi's Leader chamber, Hoggart, he was terrified. He had been taken by surprise as he tried to hide behind his desk. But this time Yoseff would have no mercy. He had had to witness the damage Hoggart had caused to society, to his people, and he knew that leaving him alive would be a mistake. He had to annihilate him in order for the rest of his group to surrender. Hoggart knelt and begged for mercy, but Yoseff would have none, just as he had had none with anyone. He pointed his pistol at Hoggart's forehead and, with the eyes of his entire group on him, he pulled the trigger.
Traducción hecha con DeepL.