Debí odiarte más
Nacieron en reinos enfrentados por una guerra interminable, crecieron alimentando un odio heredado, una aversión que iba más allá de las fronteras y las batallas. El destino, sin embargo, es un astuto tejedor de circunstancias, y fue él quien los atrajo hacia el bosque que cambiaría sus vidas para siempre.
Dorian, el vástago del monarca, un guerrero de mirada gélida, se trasladó de su tierra natal con el propósito de recuperar un artefacto ancestral, una espada de poder incalculable que, según las leyendas, se hallaba oculta en las profundidades del bosque prohibido. Su camino estaba marcado por la determinación y la promesa de honor y gloria para su padre y su pueblo.
Por otro lado, Aeliana, una hechicera con fuego en las venas, ella fue enviada por su círculo de hechiceros a investigar una perturbación mágica que emanaba del mismo bosque. Se decía que una fuente de poder oscuro se había despertado, y su deber era contenerla antes de que consumiera todo a su paso.
Ambos, impulsados por sus propios propósitos, se adentraron en el laberinto verde sin saber que sus caminos estaban destinados a cruzarse. Dorian, con su armadura de oro y plata resonando entre los árboles, y Aeliana, con sus encantos iluminando el crepúsculo, se encontraron en una encrucijada en la que chocaron la magia y el acero.
Desde el primer encuentro, las chispas de su enemistad iluminaron el oscuro follaje. El caballero, con su armadura reluciente y su espada siempre lista, veía en la hechicera todo lo que despreciaba: el caos de la magia, la incertidumbre de lo desconocido. Mientras que, la chica, con sus ropajes de seda y sus hechizos danzando en la punta de sus dedos, encontraba en él la rigidez de un mundo que no quería cambiar.
Fue un enfrentamiento inevitable, un choque de voluntades y prejuicios. Los dos mostraban una fuerza y unas habilidades que un humano corriente jamás podría poseer y manejar como lo hacían. Pero en medio de la batalla, las sombras del bosque cobraron vida y amenazaron con devorarlos. El caballero y la hechicera se dieron cuenta de que su única esperanza de supervivencia residía en unir sus fuerzas. Así, con reticencia y desconfianza, formaron una incómoda alianza, prometiéndose mutuamente que, una vez fuera del bosque, volverían a ser enemigos.
A medida que avanzaban, el lugar se volvía más traicionero. Criaturas sombrías y seres de pesadilla surgían de las sombras y, en cada enfrentamiento, luchaban codo con codo, aunque ninguno de los dos lo admitiera. Con cada monstruo derrotado, con cada hechizo y cada estocada, su respeto mutuo crecía, aunque sus palabras siguieran afiladas como cuchillos.
** "Deberías estar agradecida de que te tolere, bruja", gruñó Dorian mientras apartaba las ramas que obstruían su camino con la espada.**
"Y tú, muñequita de hojalata, deberías estar agradecido de que no te haya convertido en sapo", replicó Aeliana, con una mueca que no lograba ocultar el brillo de admiración de sus ojos.
Sin embargo, el bosque tenía otros planes para ellos. A cada paso, a cada peligro que enfrentaban juntos, el odio que sentían comenzaba a desmoronarse, dando paso a algo nuevo y desconocido, algo que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar.
Una noche, bajo la luz de una luna llena que parecía asomarse entre las hojas, se enfrentaron a su prueba más difícil. Una bestia con ojos como carbones encendidos y garras que prometían la muerte. Dorian luchó con la ferocidad de un león, pero una garra traicionera encontró su flanco, manchando de rojo su armadura. Aeliana, con el corazón palpitante, invocó un hechizo de fuego que consumió a la criatura, pero no pudo evitar perder energía ni que el caballero cayera herido.
"¿Por qué?", murmuró, confundido por la preocupación en los ojos de la hechicera.
"Debí odiarte más, siento que mi corazón se desgarra en este momento", susurró ella, mientras sus manos temblaban tratando de curarle la herida. "Ahora no podría seguir sabiendo que podrías morir si te dejo aquí a tu suerte".
El silencio que siguió fue testigo mudo de la verdad que ambos se negaban a aceptar. En el corazón del bosque, donde nadie podía verlos, ambos comprendieron que el odio que creían sentir no era más que el disfraz de un sentimiento tan intenso como el fuego y tan inquebrantable como el acero.
Mientras curaba la herida de Dorian, una suave luz comenzó a emanar de sus manos, envolviéndolas en un cálido resplandor. El caballero, cuyos ojos nunca habían mostrado más que frialdad, reflejaba ahora una calidez desconocida. "¿Qué es esto?", preguntó, con la voz teñida de asombro. Aeliana, igualmente sorprendida, se dio cuenta de que el hechizo que había utilizado para curarle era uno que nunca había probado antes. Era un hechizo antiguo, que se decía que únicamente podían conjurar aquellos cuyos corazones estuvieran realmente unidos.
De repente, la espesura pareció crujir y cambiar a su alrededor. Los árboles se doblaron, las flores se abrieron a pesar de la oscuridad y una figura apareció ante ellos. Era la diosa del bosque, una entidad de la que solamente habían oído leyendas. "Has roto el hechizo más antiguo", dijo con una voz que resonaba como el viento entre las hojas. "Este lugar fue maldito para atraer la miseria sobre la gente de tu reino, separar a los amantes y alimentarse de su odio. Pero ustedes dos, con su amor oculto, han liberado estas tierras, gracias".
El caballero y la hechicera se miraron, dándose cuenta de que su viaje juntos fue más que una coincidencia. Habían sido elegidos por el destino para acabar con una maldición que había castigado el reino durante siglos.La diosa les sonrió y desapareció, dejando tras de sí un bosque transformado, lleno de vida y color. Ambos, aun en estado de shock, sabían que su historia no había hecho más que empezar. Con el amanecer, volverían al reino no como enemigos, sino como los salvadores que unieron su amor para traer la paz.
Y así, lo que comenzó con odio, terminó con un cariño que no solamente los cambió a ellos, sino a todo el mundo.
Pasaron los años y la leyenda de los amantes se extendió por todos los rincones del reino. El bosque, antes un lugar de miedo y oscuridad, se convirtió en un santuario de amor y esperanza. La maldición que había consumido la tierra durante generaciones se disipó, y con ella, la enemistad entre las familias de los dos enamorados.
Dorian y Aeliana, cuyo amor se había forjado en las llamas de la adversidad, gobernaron con sabiduría y compasión. Bajo su liderazgo, el reino floreció como nunca antes. Las cosechas eran abundantes, las artes florecían y el pueblo vivía en armonía.
Dorian, que antaño había sido un guerrero despiadado, encontró la paz en los consejos de Aeliana y en la risa de sus hijos. Mientras que ella, que había temido la rigidez del mundo, aprendió a encontrar el orden en el caos de la magia y la vida.
En cada aniversario, se reunían en el corazón del bosque, donde todo había comenzado. Allí, rodeados de la naturaleza que una vez los había desafiado, celebrarían el poder de un amor que había transformado no solo sus vidas, sino el destino de todo un reino.
"Debí odiarte más", susurró él, repitiendo las palabras que Aeliana había pronunciado aquella fatídica noche.
Y ella, con una sonrisa que reflejaba toda la sabiduría y bondad de su corazón, respondió: "Y yo a ti, pero el destino tenía otros planes para nosotros, muñequita de hojalata".
Así, en la quietud del bosque, recordaban el viaje que los había llevado del odio más profundo a un amor que trascendía el tiempo. Un amor que había nacido de la oscuridad para traer la luz a su mundo.
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