Entrada al Concurso de poesía, de Literatos | Los fríos pasillos

in Literatos6 months ago

Los fríos pasillos

Y es que para esto no te preparaba la facultad. El Tanatos era parte del repertorio del chisme de pasillo, generalmente, de alguno que había visitado en contra de su voluntad. Pero aquello era cruel. Ya no era simplemente ser paciente espectador de lo anecdótico que, por morboso que parezca, la mayoría de los uniformados blancos comparten. Esas cosas raras de la vida, un aviso, un cosquilleo detrás de la nuca y sentir el frio que baja por la columna, eso ya es más que una reacción fisiológica. Pero bueno, puesta en el pellejo de profesional y con fingida seriedad, caminaba por los pasillos. Sabia como llegar, podía hacerlo solo con seguir el ruido o peor el aroma.

No hay nada más bochornoso para quien les habla que admitir con algo de mortificación que la debilidad de mis sentidos es el aroma. No puedo tolerar el olor a carne o grasa chamuscada, pero peor es el del rojo carmín, o a veces bordo Malbec que por las venas corre.

Ironías sensoriales, sigamos.

Pasamos el pabellón de pediatría, pero por la parte de recepción, todavía me quedaba algo de cordura y mucha cobardía como para mandarme por la terapia infantil. Un poco más, los colores se desfiguran, del rojo al amarillo, otro pabellón, sí, maternidad. No, no. Todavía no, falta valor, falta templanza, pero ¿quién frena la monotonía? Eso pasa cuando a la rutina que es tan disciplinada, se le premia y elogia. No importa que tan adiestrada este te termina mordiendo en el orgullo. Vaya a saber que balbuceo, el otro entendió y con una sonrisa dejo pasar a la que, autómata, se adentró al pasillo de la sala de atrás. Un lugar frio, moderno y despersonalizado. Sistema público de calidad para ser con fondos del municipio, y lavado de dinero.

No, no, eso es otra historia.

Entonces ahí estaba, había terminado… todo, y el frenesí se agitaba convulsionando en un lloroso pero leve gemido. Mis ojos se perdieron mirando más allá de ella, allí donde sus lágrimas se regaban como una ofrenda. Entonces, lo sentí; la garganta seca, lo que sea que estruja las tripas, y niebla empañando la visión; era pequeñito, como un duende, o parecía tal con sus ropitas en verde pastel. Nadie que lo viera iba a pensar que allí ya la vida se había escapado, y es que no llego a conocer la luz del día, decidió solo omitir este relleno que es la vida terrenal. La solemnidad se apodero de ese pasillo, jamás supo que estaba a pasos de esa despedida tan íntima. Custodia del dolor y guarda de la congoja, no podía ofrecer menos y pareció eterno ese momento donde cayó el peso de la vida, del tiempo, del amor, de la muerte.

Pero como todo en esta vida, aquel recuerdo también pasó.

Entonces me vio, la que custodiaba al pequeño, me reconoció como colega, fue ahí que vomite las palabras que eran toda la historia. Con sus grandes ojos, compasiva mirada ya entrenada de años, y con una sonrisa que me descoloco me dejo ver a su protegido, mi sobrino. Y ahora, era quien les narra quien se rompía en mil pedazos, la desolación me embargo con una perfecta fachada porque uno no puede mostrar debilidad por más que sea del mismo bando, las lágrimas son para el vestuario… Era más hermoso de cerca, y a pesar de las horas que habían pasado todavía había una sombra de vida, un deje de tinte rosa que salpicaba la pálida piel, de luz que nunca vio ni calor que experimento.

Y la sentí, me paso por al lado, me soplo en la nuca; fría, perpetua, inconmovible y descarada la muerte que se lleva a los niños es sin duda la más cínica.

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