La mudanza- Relato corto

in Literatos3 years ago

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Tenía como doce años cuando nos mudamos de la vieja casa, señorial y solemne, en la que había vivido por mucho tiempo, a una más pequeña, en el pueblo, a la que mis hermanos y yo le comenzamos a decir "la quinta", pues así se le decía entonces a las viviendas de ladrillo, pequeñas pero confortables y un poco más modernas, con vidrios en las ventanas y sin aquellos jardines y grandes patios interiores donde jugábamos con los perros y nos escondíamos en las tardes.

Recuerdo, como si de una película en blanco y negro se tratara, de todos los detalles de la mudanza: mi padre, su compadre y dos de mis tíos y mi hermano mayor cargando las camas, los muebles, la cocina y todas las cosas más pesadas al camión, mi madre pendiente de no dejar nada olvidado, ropa, enseres y todo lo que para los demás no significaba nada pero para ella eran reflejo de momentos y vivencias familiares y sentimentales de incalculable valor.

Yo estuve pendiente de empacar los juguetes, mis botellas antiguas, algunos artilugios mágicos que yo mismo elaboraba y mis libros, sobre todo, mis libros. Ese día dormimos sobre los colchones en el suelo con la casa llena de cajas y de cosas que ya nos íbamos dando cuenta que no iban a caber, ya al día siguiente resolveríamos con cuáles nos quedaríamos.

Al día siguiente fui con mi madre a visitar a los nuevos vecinos, a caminar por la calle y a respirar un aire que me parecía distinto, que me ahogaba y me hacía sentir diferente y receloso: estaba muy inquieto. Después del almuerzo, como al azar, tomé las llaves de nuestra anterior casa y me dejé llevar por la melancolía y cierta inquietud por el camino arriba del pueblo que conducía a ella.


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Casi sin darme cuenta estaba frente a la puerta azul de madera antigua que tantas veces toqué cuando llegaba de la escuela, la abrí con el corazón in crescendo y entré como si pasara a otra dimensión, una en la que todo se había detenido, unos pájaros saltaban en el pequeño patio interior mientras comían del pan y los restos de alguna comida que se había vertido esa mañana. Más allá, el cuarto grande, donde dormía con dos de mis hermanos, casi ni lo miré para no llenarme de tristeza, más allá un pasillo ancho, con un gran escalón que daba paso al comedor separado del patio por una cerca de palos que yo había ayudado a construir con mi padre, y al final la cocina, un pasillo mas angosto bordeado de rosas y plantas de adorno, el baño y el lavadero.


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Me detuve en la cocina, me quedé en el umbral y me senté en una vieja silla mientras ordenaba mis pensamientos, mientras me hacía cargo de que ya no volvería nunca a sentarme en ese espacio santo por la presencia de mis padres, cuando vi, en el muro de cemento al lado de la ventana, la vieja piedra de moler con la que mi madre machacaba los ajos y la carne, de un salto la tomé, y en mis manos de niño, aquella herramienta parecía que había comenzado a latir. La envolví en un viejo periódico, la guardé en mi viejo bolso, y sin querer hundirme más en aquellos recuerdos, casi corriendo abandoné aquella casa para siempre.

Al tiempo construí una especie de cofre grande de madera donde guardaba las cosas más valiosas que iban cayendo en mis manos hasta que un día lo cerré con un viejo candado y lo olvidé para siempre, o así lo creía.

La semana pasada fui a visitar a mi sobrino, quien vive en la casa paterna con su familia y esa tarde después de comer y caminar aquellas calles que de niño fueron mis parques, me recosté un rato y, de repente, vi el cofre que me invitaba a curiosear en él, o en mí, mejor dicho. Lo abrí y vi mi cauchera, mi cuaderno de dibujo, mis botellas antiguas y algunos juguetes, algunas monedas y metras, y entre otras cosas en el fondo, envuelta en un periodíco de hace más de cuarenta años, la piedra de moler de mi madre.

La desenvolví y la acaricié, quería sentir su textura, la pasé por mi cara y la besé largamente. cerré los ojos y la vi, caminando por el patio mientras bailaba yendo a la cocina, tocando con su mano extendida las flores que bordeaban el pasillo, sentí el olor de la sopa que preparaba y quise comerla, sentarme con ella y mirarla, detallar sus ojos y su pelo negro y abundante. Seguí palpando y sentí su rugosidad, su dureza y , leyendo el periódico del domingo mientras refunfuñaba y criticaba al gobierno y a una sociedad que, para él, ya había sobrepasado todos los límites, la risa de mis hermanos y el aire ligero de la mañana cantándole a la vida.


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La envolví otra vez y la guardé delicadamente en el fondo mismo de donde la saqué, y ahora que esbozo una sonrisa mientras escribo, mientras seco mis lágrimas, pienso en que mañana temprano saldré a caminar las mismas calles con una sonrisa diferente, dos metras en los bolsillos y una huella de nubes en el alma.

Régulo Briceño.



Espero que les haya gustado mi relato, todo es cierto, una reminiscencia de mis años de niño.
Estaré muy agradecido si me leen, será un gran estímulo para seguir escribiendo,
Los saludo desde el fondo de mi corazón.