El más allá del artista

in Literatos2 months ago (edited)

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El más allá del artista


La melancolía de mis recuerdos tocaba el piano aquella noche plateada. Mis manos decrépitas morían al moverse entre las teclas que asemejaban lo monocromático de mi alma. Estaba dado a perderse en el vals inconcluso que mis hijos nunca pudieron escuchar. Quería acabarlo de una vez por todas para ver esa luz al final que me uniera a ellos para siempre.



Ya lo había decidido: terminaría la función de mi vida con un fortissimo. Mis lágrimas llovían en el piano mientras scherzeaba de arriba a abajo buscando que el instrumento también lloviera en mi funeral.

El momento había llegado. La entrada al final había comenzado y haría estallar los acordes para desaparecer junto con ellos de este mundo.

La vi, era la famosa luz de la que todos hablaban cuando se despiden del mundo.

“Bront, ¿qué haces despierto?”

Escuché con terror la voz de mi mujer porque se suponía ella seguía viva y yo no. Ella no podía estar acompañándome al más allá.

Sentí una palma posarse sobre mi hombro y luego escuchar una voz angelical susurrarme.

“Mi amor, ellos no volverán. Ya debes dormir.”

Aunque los primeros 3 meses no pude darme cuenta que esto se repetía cada noche, luego entendí que me hallaba atrapado en una canción triste que nublaba mi corazón.

Sin fuerzas para seguir tocando, cambié el foco hacía mi otra pasión: el teatro. Cada fin de semana ensayaba para ser parte del elenco definitivo de una comedia que mis hijos adoraban ver, llamada “La chancleta de mi abuela”.

En cada palabra o gesto hecho, dejaba mi alma puesta. Presentía que tendría un público especial la noche de la obra. El gobernador, el alcalde, el gerente… todos esos no me importaban. Me refería a que ellos estarían allí, siquiera sentados en el aire, riendo y aplaudiendo mi actuación. ¡Cuánta valentía salía de mis entrañas para sonreír y no llorar!

La noche de la obra todo salió bien, excepto por la desilusión de no recibir el abrazo de mis hijos al final.
“Corazón, ya has estado parado en el palco por tres horas. Vámonos”.

Mi esposa consentía en esperar por mí siempre. Su amabilidad para con mi tristeza superaba a la suya, y eso hacía que le tuviera más aprecio que cuando me hizo padre.

Si el destino me había hecho sensible al arte, también era así con la vida. No distinguía demasiado entre una y otra, y quizás por eso terminaba sufriendo más de la cuenta.

Creer que, recitando poemas, sería escuchado, me llevó a no querer oír a nadie; buscar la gloria en el piano, terminó por dejarme en la miseria; actuar para engrandecer mi fama, me hizo trastabillar hacia el olvido. ¿Qué me quedaba después de todo? Amar el arte de amar a mis seres queridos. Aún en vida, aún en muerte.

Quizás como designio de Dios, fui invitado a una reunión de amigos. Hace mucho tiempo que no se daba tal cosa, y aunque al principio no quería ir por mi humor oscurecido, mi esposa me aconsejó que las amistades ayudan a sanar. Esta reunión, sin duda, sería una buena oportunidad para eso.

Mi amigo Luis fue quien promovió todo. Fuimos, pues, a su mansión en Tierra Verde. Era una casa maravillosa rodeada de infinidad de vegetación de todas partes del mundo, tal como las amistades que él tenía. En su invitación figuraba que nuestras familias podían asistir también.

Era un hecho tomaría semejante oportunidad para proponerle matrimonio y apoyo incondicionalmente a Brenda. Su lealtad me había convencido.

Saludaba y conversaba con amigos como nunca lo había hecho. En verdad me sentía rejuvenecido al ver que nuestros caminos no habían sido tan diferentes y que podíamos compartir entre risas y abrazos los triunfos y derrotas de la vida.
Así como con entusiasmo escuchaban mis historias, también prestaron atención cuando les dije que estaba por pedirle matrimonio a Brenda. Ella no sabía que estaba por comenzar un nuevo capítulo de nuestro romance.

Me sentía sumamente extasiado por colocar el anillo adiamantado en su dedo anular.

La fui a buscar entre las demás damas invitadas, pero no estaba. En los baños, pero yacían vacíos. En el comedor porque quizás tenía hambre, pero ni su sombra.

Ya preocupado decidí volver al salón principal. Pero la fiesta había acabado, sobre todo para mí, cuando aparté la aglomeración de invitados cerca del ventanal principal, y descubrí a Brenda besándose con Luis apasionadamente.

Nunca me llegué a enterar si su amor había sido espontáneo o de época, pero, en cualquier caso, el mío frágil, se derrumbó al instante. Con suerte, había sobrevivido a la muerte de mis hijos, pero no pudo ser lo mismo con semejante traición. Me lancé por el ventanal para sufrir por última vez y para que ella padeciera por siempre.

Ha sido esa mi trágica historia antes de reunirme de nuevo con mis hijos en el más allá.



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