Mi querido amigo Pepper

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Mi querido amigo Pepper



El abuelo Pretencio Rodríguez, alias Cafíguez, se levantó en otro amanecer persiguiendo el adictivo olor del café y el sonido de los pajarillos que tan alegre le ponían cada mañana.



Aunque sus manos ya no daban para escribir más, se sentaba en la mecedora de la ventana para dejar volar su imaginación tal como las golondrinas que iban y venían en las primeras horas del día.

Esta era su rutina a sus casi 70 años. Sin embargo, una mañana, su hijo Sebastian visitó de sorpresa a su padre. El viejo olvidó todos sus achaques y fue presto a sentir paz en los brazos de su adorado hijo.

—Sebas, ¿qué te trae por acá? Me has dejado como un poema de Amado Nervo, conmovido—exclamaba el papá en su entusiasmo.

—Bien que te extrañaba, decidí pasar por acá para regalarte algo que creo te encantará—dijo su hijo, sacando un pequeño robot de una sofisticada caja.

—Sebastián, ¡no! Sabes que no me la llevo con la tecnología—lamentó Pretencio con ojos de rechazo.

—No te apresures. Es el robot Pepper. Te va a ayudar a escribir los libros que te han faltado escribir—le respondió Sebastián con una gran sonrisa antes de abrazar a su padre nuevamente e irse.

En las mañanas siguientes, Pretencio siguió haciendo lo que siempre hacía. Pepper estaba en una esquina como si no existiera. El pobre robot sólo miraba con cara de perrito regañado.

Pero todo cambió durante un alba en el que “Cafíguez” tropezó y derramó su taza de café por doquier.

—Señor Rodríguez, ¿le ayudo?—dijo una voz como en tono de abeja.

Pretencio casi se infarta bañado en café al escuchar esa pregunta. Mas, pronto se dio cuenta era Pepper, y no le quedó más remedio que aceptar la ayuda del robot.

Horas después, casi al mediodía, yacía el viejo Pretencio meciéndose en su silla favorita dictándole un microrrelato a Pepper.

El robot anotaba cada palabra con diligencia con una letra romana hermosa. ¡Pretencio estaba de júbilo!

—Muy bien, Pepper, añade al final que… — de repente, Pretencio dejó de hablar al ver que el robot escribía desenfrenadamente.

—¿Qué haces? Ese no es un microrrelato—reclamó indignado “Cafíguez".

Pero por más reclamo que hiciera el viejo soñador, el robot no paraba.

Al siguiente día, Pretencio intentó de nuevo con Pepper. Pero cuando el pobre viejo dictaba la primera parte de un cuento, se dio cuenta su nuevo compañero escribía un soneto.

Varios días pasaron así: la voz de Pretencio describía las vivencias de un caballero angelado, mientras que Pepper ensalzaba las ocurrencias de un bufón en su circo.

Esto fue hasta que una mañana, Pretencio tomó al desquiciado Robot con una mano y lo alzó:

—¿Acaso me escuchas cuando hablo? Si no, voy a echarte ya en la basura. ¡¿Escuchaste, escuchaste?!

En sus destrezas robóticas, no sólo existía la capacidad escritora, también estaban incluidas habilidades motoras extraordinarias.

El robotsito de 1,20 m dio una voltereta hacia atrás, cayendo como el mejor gimnasta lo haría.

Luego, Pepper se paró firme y dijo:

—No te he hecho caso, señor Rodríguez, porque me hicieron para escribir lo que la gente siente.

—Pero, ¿qué dices?—preguntó Pretencio aún indignado.

—Todas estas mañanas has querido callar tus sentimientos con tus pensamientos, pero aún así logro escuchar lo que tu corazón grita.

El viejo se quedó mudo.

—Muchos escritores claman el pensar mejor, pero olvidan lo más sublime y agraciado viene del amor.

Pepper se acercó y con gesto de reverencia entregó a Pretencio una novela. Era una que narraba el amor idílico, entre su ex esposa y él. Una donde la muerte nunca la alcanzaba a ella, justo como él siempre lo había deseado.

Desde ese día, Pretencio nunca más dejó sólo a Pepper para tomar café y escuchar la mañana en todos sus tonos y letras.



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Hoy se celebra el 219no cumpleaños del popular cuentista danés Hans Christian Andersen, autor de clásicos que conocimos en nuestra infancia como: la sirenita, el patito feo, el soldadito de plomo, etc. Por eso, decidí escribir un cuento a su memoria. ¿Alguna vez han deseado ser cuentista como este escritor? Me he enterado que hasta existen unos Premios Hans Christian Andersen que reconocen la labor de autores e ilustradores infantiles/juveniles.

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