La Lluvia de la Discordia - Cuento


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La Lluvia de la Discordia

Habíamos pasado toda la tarde en su cuarto conversando tonterías, rozando nuestras manos cautelosamente, y mirándonos como dos bobaliconas. La madre de Juliana nos había preparado un rico chocolate caliente, que habíamos acabado en pocos minutos.

Éramos jóvenes, pero sabíamos que lo que había entre nosotras era peligrosamente atractivo, y por ende, era importante mantenernos al margen para evitar las sospechas.

Como solía pasar, desde que habíamos comenzado a vernos de otra manera, Juliana me invitaba a su casa constantemente. Mamá no estaba de acuerdo en que saliera tanto, mucho menos a la casa de unos extraños, pero siempre me salía con la mía, y ella solo esperaba que cumpliera con la hora de llegada.

Pero ese día, al cielo se le ocurrió descargar una lluvia torrencial, y a mí se me había ocurrido quedarme dormida entre los brazos de Juliana. Desperté de un salto cuando un trueno retumbo en el cielo. Todo se veía oscuro; las cortinas blancas de la ventana de la habitación de Juli estaban cerradas, y podía notar a través de ellas que no había rayos de sol tratando de entrar.

Cuando traté de levantarme, ella puso una mano en mi cintura para que no la dejara.

—¡Mi mamá me va a matar!

—Claro que no.

—Juliana, nos quedamos dormidas —dije soltándome de su agarre—. Ruego a Dios que tu madre no haya entrado y nos haya visto durmiendo juntas.

—Dana, nos estábamos haciendo nada. Solo nos quedamos dormidas. —Ella frunció el ceño.

—¡Exacto! Nos dormimos abrazadas. ¿Qué crees que pueda estar pensando si de verdad nos llegó a ver así?

—Y yo qué voy a saber.

Un trueno volvió a caer y casi pego un grito del susto.

—No puedes irte así. Está diluviando allá fuera. —Lo que Juliana no entendía, era que con mi madre no me podía tomar las cosas a juego.

—Si no me voy ahora, no me va a volver a dejar venir aquí. ¿Queremos eso? —Ella se quedó en silencio—. Eso fue lo que pensé.

Terminé de ponerme los zapatos deportivos. Justo ahora odiaba que fueran blancos y no negros. Estaba segura de que las calles estarían inundadas y habría lodo por doquier.

—Hablaré con mi mamá. Quizás ella la puede convencer para que te deje quedarte. Piénsalo, podríamos pasar la noche juntas —dijo mirándome con picardía.

—Wow, sí que eres creativa cuando te lo propones —Ella sonrió, pero si había algo que juliana no entendía, era el sarcasmo—. ¿Sabes el miedo que tengo de mirar mi celular? No me quiero imaginar la cantidad de llamadas perdidas que debe haber.

Juliana se sentó en la cama y tomó mi celular que estaba en la mesita de noche. La vi encender la pantalla, y frunció el ceño de nuevo.

—Eres una exagerada. Solo hay tres llamadas perdidas.

—A ver, dame eso. —Efectivamente, solo había tres llamadas perdidas.

Otro trueno retumbó en el cielo y casi dejo caer el celular al suelo.

—Espera aquí un momento —ella se levantó de la cama y se encaminó a la puerta—, le diré a mamá que llame a tu casa para que la haga entrar en razón y permita que te quedes.

—No va a funcionar. —Me crucé de brazos.

—Al menos déjame intentarlo.

Cuando vi que Juliana salía del cuarto, me senté de nuevo en la cama. Esto iba a salir mal. Conocía a mi madre muy bien y esto no lo iba a dejar pasar por alto. Me quedé mirando la pantalla de mi celular hasta que esta se apagó. Solté un largo suspiro y esperé.

Habían pasado menos de diez minutos cuando ella regresó a la habitación. Traía una sonrisa triunfante en el rostro, pero cuando quiso decir algo, mi teléfono empezó a sonar.

Miré la pantalla y temí por mi vida. Era mamá.

—¿Aló?

—¡Es la primera y última vez que te quedas a dormir en casa de Juliana! —Se oía molesta.

—Quise regresar, pero la lluvia…

—Debiste haber vuelto cuando viste que el cielo se estaba encapotando. Ya sabes que no me gusta que te quedes a dormir en casas ajenas.

—Ya lo sé. Lo siento, no volverá a pasar.

—Tienes razón, no volverá a pasar porque estarás castigada por dos semanas. Nada de irte después del colegio a casa de Juliana. Tendré a tu hermano vigilándote de ser necesario.

—De acuerdo. —Eso me ganaba por tonta enamorada.

—Mañana te quiero aquí a primera hora.

—Vale.

Ella no dijo nada más y colgó.

Me tumbé en la cama y volví a suspirar pero esta vez de fastidio. Odiaba que mi madre pusiera tanto empeño en controlar mi vida cuando el idiota de Marcos hacía lo que se le venía en gana. Supuse que por ser la mayor tendría un poco más de libertades, pero me daba cuenta de que las mujeres siempre tendríamos ese tipo de represión.

—Dana… ¿Estás bien? —preguntó juliana desde la puerta.

—Sí. Ya sabes cómo es mi mamá. —Ella se acercó y se tumbó a mi lado.

Ella tenía muchas pecas en sus pómulos y unos hermosos ojos color almendras. Le sonreí y con mi mano izquierda le acaricié el rostro.

—Al menos podremos dormir juntas esta noche.

—Aprovechémosla entonces, porque a partir de mañana estaré castigada.

Acerqué mi cara a la suya y dejé un tierno beso en sus labios.

Buenas noches, amigos lectores. El día de hoy les traigo el penúltimo cuento de mi antología de Historias de Chicas Sáficas. Con este, estamos ya cerca del cierre de este lindo proyecto que me he puesto como meta del mes.
Espero, como siempre, que este historia sea de su agrado. Y si les gusta, no olviden dejar un comentario.
Por acá les dejaré la cronología de las historias por si les interesa leerlas.

Baile de Graduación
Taller de Carpintería
Un Beso Robado
El Osito que te Regalé
Una tarde en la Playa

Saludos cordiales.

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