Recordando al gran poeta Derek Walcott | Remembering the great poet Derek Walcott

in Literatoslast year (edited)

El 23 de enero de 1930 nació el poeta antillano Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura en 1992. No voy a hablar de su obra, pues ya lo hice en un post anterior, que pueden visitar en este enlace. Solo quisiera darme el gusto de entregarles un poema muy querido de este importante poeta, “La luz del mundo”, tan apreciado como su inmenso poema Omeros, precedido por un pequeño comentario mío. Con que ustedes lean este poema, estaré satisfecho.

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On January 23, 1930, the West Indian poet Derek Walcott, winner of the Nobel Prize for Literature in 1992, was born. I am not going to talk about his work, as I have already done so in a previous post, which you can visit at this link. I would just like to give you the pleasure of giving you a very dear poem of this important poet, "The Light of the World", as appreciated as his immense poem Omeros, preceded by a small commentary of mine. As long as you read this poem, I will be satisfied.


Derek Walcott.jpg
Derek Walcott - Credit: Effigie/Leemage/Writer Pictures - Fuente / Source


Because it is a bit long, I will not copy the original version in English, which you can read in this link
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La luz del mundo

Kaya ahora, necesito kaya ahora,
Necesito Kaya ahora,
Porque cae la lluvia.

—Bob Marley


Marley cantaba rock en el estéreo del autobús
y aquella belleza le hacía en voz baja los coros.
Yo veía dónde las luces realzaban, definían,
los planos de sus mejillas; si esto fuera un retrato
se dejarían los claroscuros para el final, esas luces
transformaban en seda su negra piel; yo habría añadido un pendiente,
algo sencillo, en otro bueno, por el contraste, pero ella
no llevaba joyas. Imaginé su aroma poderoso y
dulce, como el de una pantera en reposo,
y su cabeza era como mínimo un blasón.
Cuando me miró, apartando luego la mirada educadamente
porque mirar fijamente a los desconocidos no es de buen gusto,
era como una estatua, como un Delacroix negro
La Libertad guiando al pueblo, la suave curva
del blanco de sus ojos, la boca en caoba tallada,
su torso sólido, y femenino,
pero gradualmente hasta eso fue desapareciendo en el
atardecer, excepto la línea
de su perfil, y su mejilla realzada por la luz,
y pensé, ¡Oh belleza, eres la luz del mundo!
No fue la única vez que se me vino a la cabeza la frase
en el autobús de dieciséis asientos que traqueteaba entre
Gros-Islet y el Mercado, con su crujido de carbón
y la alfombra de basura vegetal tras las ventas del sábado,
y los ruidosos bares de ron, ante cuyas puertas de brillantes colores
se veían mujeres borrachas en las aceras, lo más triste del mundo,
recorriendo a tumbos su semana arriba, a tumbos su semana abajo.

El mercado, al cerrar aquella noche del sábado,
me recordaba una infancia de errantes faroles
colgados de pértigas en las esquinas de las calles, y el viejo estruendo
de los vendedores y el tráfico, cuando el farolero trepaba,
enganchaba una lámpara en su poste y pasaba a otra,
y los niños volvían el rostro hacia su polilla, sus
ojos blancos como sus ropas de noche; el propio mercado
estaba encerrado en su oscuridad ensimismada
y las sombras peleaban por el pan en las tiendas,
o peleaban por el hábito de pelear
en los eléctricos bares de ron. Recuerdo las sombras.

El autobús se llenaba lentamente mientras oscurecía en la estación.
Yo estaba sentado en el asiento delantero, me sobraba tiempo.
Miré a dos muchachas, una con un corpiño
y pantalones cortos amarillos, una flor en el cabello,
y sentí una pacífica lujuria; la otra era menos interesante.
Aquel anochecer había recorrido las calles de la ciudad
donde había nacido y crecido, pensando en mi madre
con su pelo blanco teñido por la luz del atardecer,
y las inclinadas casas de madera que parecían perversas
en su retorcimiento; había fisgado salones
con celosías a medio cerrar, muebles a oscuras,
poltronas, una mesa central con flores de cera,
y la litografía del Sagrado Corazón,
buhoneros vendiendo aún a las calles vacías:
dulces, frutos secos, chocolates reblandecidos, pasteles de
nuez, caramelos.
Una anciana con un sombrero de paja sobre su pañuelo
se nos acercó cojeando con una cesta; en algún lugar,
a cierta distancia, había otra cesta más pesada
que no podía acarrear. Estaba aterrada.
Le dijo al conductor: «Pas quittez moi a terre»,
Qué significa, en su patois: «No me deje aquí tirada»,
Qué es, en su historia y en la de su pueblo:
«No me deje en la tierra» o, con un cambio de acento:
«No me deje la tierra» [como herencia];
«Pas quittez moi a terre, transporte celestial,
No me dejes en tierra, ya he tenido bastante».
El autobús se llenó en la oscuridad de pesadas sombras
que no deseaban quedarse en la tierra; no, que serían abandonadas
en la tierra y tendrían que buscarse la vida.
El abandono era algo a lo que se habían acostumbrado.
Y yo les había abandonado, lo supe allí,
sentado en el autobús, en la media luz tranquila como el mar,
con hombres inclinados sobre canoas, y las luces naranjas
de la punta de Vigie, negras barcas en el agua;
yo, que nunca pude dar consistencia a mi sombra
para convertirla en una de sus sombras, les había dejado su tierra,
sus peleas de ron blanco y sus sacos de carbón,
su odio a los capataces, a toda autoridad.
Me sentía profundamente enamorado de la mujer junto a la ventana.
Quería marcharme a casa con ella aquella noche.
Quería que ella tuviera la llave de nuestra cabaña
junto a la playa en GrosIlet; quería que se pusiese
un camisón liso y blanco que se vertiera como agua
sobre las negras rocas de sus pechos, yacer
simplemente a su lado junto al círculo de luz de un quinqué de latón
con mecha de queroseno, y decirle en silencio
que su cabello era como el bosque de una colina en la noche,
que un goteo de ríos recorría sus axilas,
que le compraría Benin si así lo deseaba,
y que jamás la dejaría en la tierra. Y decírselo también a los otros.


Derek Walcott en Santa Lucía.jpg
Derek Walcott en su pueblo natal, Santa Lucía | Derek Walcott at home in St. Lucia. Photography by Micheline Pelletier - Fuente / Source


Porque me embargaba un gran amor capaz de hacerme
romper en llanto,
y una pena que irritaba mis ojos como una ortiga,
temía ponerme a sollozar de repente
en el transporte público con Marley sonando,
y un niño mirando sobre los hombros
del conductor y los míos hacia las luces que se aproximaban,
hacia el paso veloz de la carretera en la oscuridad del campo,
las luces en las casas de las pequeñas colinas,
y la espesura de estrellas; les había abandonado,
les había dejado en la tierra, les dejé para que cantaran
las canciones de Marley sobre una tristeza real como el olor
de la lluvia sobre el suelo seco, o el olor de la arena mojada,
y el autobús resultaba acogedor gracias a su amabilidad,
su cortesía, y sus educadas despedidas
a la luz de los faros. En el fragor,
en la música rítmica y plañidera, el exigente aroma
que procedía de sus cuerpos. Yo quería que el autobús
siquiera su camino para siempre, que nadie se bajara
y dijera buenas noches a la luz de los faros
y tomara el tortuoso camino hacia la puerta iluminada,
guiado por las luciérnagas; quería que la belleza de ella
penetrara en la calidez de la acogedora madera,
ante el aliviado repiquetear de platos esmaltados
en la cocina, y el árbol en el patio,
pero llegué a mi parada. Delante del Hotel Halcyon.

El vestíbulo estaría lleno de transeúntes como yo.
Luego pasearía con las olas playa arriba.
Me bajé del autobús sin decir buenas noches.
Esas buenas noches estaría lleno de amor inexpresable.
Siguieron adelante en su autobús, me dejaron en la tierra.
Entonces, un poco más allá, el vehículo se detuvo. Un hombre
gritó mi nombre desde la ventanilla.
Caminé hasta él. Me tendió algo.
Se me había caído del bolsillo una cajetilla de cigarrillos.
Me la devolvió. Me di la vuelta para ocultar mis lágrimas.
No deseaban nada, nada había que yo pudiera darles
salvo esta cosa que he llamado «La Luz del Mundo».


***

Desde su epígrafe, homenaje a Bob Marley (¿cómo no recordar aquella canción, “Kaya”, a la ‘cannabis sativa’?) que acompaña a todo el poema, el hablante poeta nos va entregando una visión, de indudable carácter lírico, de su tránsito en autobús por la ciudad natal, a la que, parece haber regresado. A partir de su mirada de pasajero, admira a una bella joven, a la que identifica como “luz del mundo” (“y pensé, ¡Oh belleza, eres la luz del mundo!”), quizás representación de la mujer de su pueblo. En su conciencia se reúnen otras mujeres, como su madre, las chicas de la calle, una indigente, y el deseo por esta joven.

Todo el poema está habitado de una gran sensualidad, sensorialidad que se centra en el juego de luz y oscuridad, en un viaje del atardecer hacia la noche, que impregna el ambiente físico, pero también el sentimiento de la voz poética, que pasa del placer de la mirada al reconocimiento de la realidad cotidiana, con un cierto reclamo personal y tristeza, por su tierra y por su gente.

Siendo un poema en versos prosísticos (al modo de la prosa), como la mayoría de la obra de Walcott, sin embargo, todo está elaborado en un fraseo de ritmo cautivador (quizás alguien pudiera asociarlo con el reggae).

Derek Walcott nos da aquí, como fue su línea poética, una mirada unitiva de la existencia concreta y universal.

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From his epigraph, a tribute to Bob Marley (how can we not remember that song, "Kaya", to 'cannabis sativa'?) that accompanies the whole poem, the poet speaker gives us a vision, of an undoubtedly lyrical character, of his transit by bus through the city of his birth, to which he seems to have returned. From his gaze as a passenger, he admires a beautiful young woman, whom he identifies as the "light of the world" ("and I thought, O beauty, you are the light of the world!"), perhaps a representation of the woman of his town. In his consciousness are gathered other women, such as his mother, the street girls, a homeless woman, and the desire for this young woman.

The whole poem is inhabited by a great sensuality, sensoriality that focuses on the play of light and darkness, in a journey from dusk to night, which permeates the physical environment, but also the feeling of the poetic voice, which goes from the pleasure of the look to the recognition of everyday reality, with a certain personal claim and sadness, for his land and his people.

Being a poem in prose-like verse (in the manner of prose), like most of Walcott's work, however, it is all elaborated in a captivating rhythmic phrasing (perhaps someone could associate it with reggae).

Derek Walcott gives us here, as is his line, a unitive look at concrete and universal existence.


Referencias | References:

Walcott, Derek (s.f). Islas. España: Edit. Comares.
https://es.wikipedia.org/wiki/Derek_Walcott
https://en.wikipedia.org/wiki/Derek_Walcott
https://circulodepoesia.com/2017/03/ha-muerto-derek-walcott/

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