Detrás del Telón (Capítulo 3)

in Literatos3 years ago

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Cuando la función de esa noche terminó, el mago alegre volvió a ser el mismo hombre hostil de siempre, se dirigió hacia su cama, retiró de debajo de ella la caja de madera que había revisado antes, la contempló por un instante y acto seguido la abrió...

En el interior de aquella caja, además de la vieja nariz de payaso, se hallaba también un anillo de oro, un cáliz del mismo material, y una regla de veinticuatro pulgadas.

Él tomó una bolsa de terciopelo rojo para introducir en el interior el cáliz y un candelabro fino de tres brazos que sacó de un estante que estaba cerca de la cama. Se puso el anillo en el dedo anular de la mano derecha y salió de la carpa para dirigirse a la de Jack Robinson.

Una vez allí, le hizo saber que debían partir en ese momento. El joven miró al mago con timidez y le preguntó si el atuendo que había escogido para sí mismo era el adecuado para la ceremonia. Fabrizzio asintió con la cabeza con satisfacción al contemplarlo de hito en hito.

Era casi media noche cuando se fueron.

Se subieron al coche que condujo el mismo Jack, anduvieron un rato hasta llegar a una iglesia, contemplaron por un breve momento las gárgolas aterradoras de la fachada y enseguida se dirigieron a la parte posterior de la catedral donde ocurrió algo extraño.

Fabrizzio hurgó en el bolsillo del saco y tomó una llave para abrir la puerta de la verja que conducía a un jardín, posteriormente caminaron con sigilo a través de él hasta llegar a una puerta, la cual estaba abierta. Esta conducía al despacho de los monjes de la catedral.

En ese momento Fabrizzio le ordenó a Jack quedarse afuera mientras comprobaba que todo estuviese en orden, al tiempo que el pobre muchacho dudaba si realmente estaba haciendo lo correcto.

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El despacho de los monjes era imponente, estaba lleno de imágenes religiosas, Fabizzio sacó el candelabro que llevaba consigo en su saco para encender las velas una por una, luego caminó en dirección a un estante atestado de libros antiguos, en donde además se encontraba una horrible gárgola, pero ésta era mucho más pequeña que las que «adornaban», si se podía decir así, los muros más altos del templo.

La espantosa figura tenía cara de dragón y los brazos extendidos a cada lado, como si ofreciera un abrazo mortal, también unas fauces completamente abiertas que mostraban unos dientes terriblemente afilados. En su lengua tenía un pequeño orificio redondo, donde se notaba claramente que faltaba alguna pieza.

Fabrizzio se quitó el anillo que llevaba en el anular de la mano derecha, lo observó por un momento para luego colocarlo en el orificio de la lengua de la gárgola. Al instante se escuchó un leve chasquido, e inmediatamente el estante, con todo y libros, se hizo a un lado revelando una escalera que conducía a los sótanos de la iglesia.

El sótano era enorme y constaba de varias salas. El hombre caminó un rato atravesando un corredor lúgubre donde se podía ver a cada lado los retratos de muchos caballeros ataviados de forma elegante.

Fabrizzio se detuvo al final del corredor para contemplar su propio retrato, posteriormente abrió una puerta grande y pesada que llevaba a una habitación que parecía un salón de conferencias. Al final del pasillo estaba otra puerta de doble hoja, también enorme, que accedía a otro lugar igual de extraño y sombrío, pero al mismo tiempo elegante. Sobre el marco de esta puerta, con los ojos muy abiertos, reposaba un búho elaborado en piedra de tamaño natural.

En la sala, justo en el medio, había una mesa bastante larga, frente a esta imperaba un pódium, sobre el cual descansaba un pequeño mazo de madera como los que usan los jueces en las cortes, pero lo que más llamaba la atención era una figura hecha de oro al relieve que adornaba la pared posterior al pódium, en ella se distinguía en la parte superior un compás, en la inferior una escuadra de veinticuatro pulgadas y una letra «G» en el medio.

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Fuente

Sentados en sillas en torno a la gran mesa, un grupo de caballeros esperaba a Fabrizzio, ataviados de manera elegante, con trajes de etiqueta como si asistieran a una fiesta. Cada uno de ellos usaba un mandil con el mismo símbolo que tenía la pared, y todos ellos sostenían en su mano derecha un cáliz de oro.

Fabrizzio apagó las velas pues esa sala estaba iluminada con electricidad, y ubicó el candelabro sobre una pequeña mesa que encontró a su lado. La expresión de su rostro era sobria cuando paseó sus penetrantes ojos grises por los rostros de aquellos hombres. Por un momento reinó un incómodo silencio hasta que él decidió hablar:

—¡Bienvenidos! Me siento complacido de verlos reunidos —dijo, frunciendo el ceño—, aunque he notado que falta uno de mis cofrades, ¿dónde está?

Cuando Fabrizzio dijo «cofrades» se refería a los miembros de su logia, pues el mago del circo era también el jefe de una logia a la que pertenecían personas muy distinguidas de la ciudad, incluso aquellas con altos cargos políticos, pero todo aquello por alguna misteriosa razón debía permanecer en el más absoluto secreto, dentro de las entrañas de París.

Uno de los caballeros que se encontraba presente, se levantó y se apresuró a responder:

—Maestro —así era como lo llamaban—. Robespierre se encuentra en la ciudad de Lyon, resolviendo asuntos personales, me pidió que lo excusara ante usted y el resto de la asamblea.

Robespierre Bienvenue era el alcalde de París, estaba en la ciudad de Lyon visitando a su secretaria.

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Amélie era su mano derecha y también su amante, ella había viajado a la ciudad de donde provenían sus padres, supuestamente por estar de vacaciones, pero en realidad, durante toda su permanencia en esa ciudad, estaba gestando en secreto al hijo ilegitimo del burgomaestre, no obstante había llegado la hora del parto y ella anhelaba la presencia del alcalde a su lado, de modo que él decidió complacerla, incluso cortó el cordón umbilical del recién nacido, al que le dio el nombre de Dominique, que era el mismo de su abuelo, pero no lo reconoció legalmente ya que hubiese sido un gran escándalo para su respetada familia, y al mismo tiempo para su carrera política.

Esa fue una visita realmente emotiva, pero cuando quiso regresar a la ciudad de París para la asamblea, no pudo hacerlo debido a que Amélie comenzó a tener fiebre. No podía irse y dejarla así, tenía que asegurarse de que todo estaba bien, y afortunadamente al día siguiente ella mejoró por completo. Sin embargo, en ese momento el alcalde se dio cuanta de que ya no podría llegar a tiempo para la asamblea.

Esa noche habría una ceremonia de iniciación para un aspirante. Robespierre sabía que no asistir a la ceremonia era una ofensa para la logia, para el neófito y sobretodo para el maestro, sin embargo decidió enviarle, en ese mismo momento, un telegrama, explicándolo todo antes de viajar de vuelta a París, aunque al parecer el telegrama nunca llegó.

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Fabrizzio miró al caballero, con su acostumbrada expresión sombría y le respondió:

—Así no podemos hacer nada y lo saben.

De esta manera se despidió de los miembros de la asamblea, se puso de nuevo la capa y el sombrero, emprendiendo de nuevo el mismo recorrido anterior, pero esta vez de regreso a la superficie.

Cuando estuvo en el exterior, buscó con la mirada a Jack hasta que al fin lo halló frente a un árbol de acacia, mirando a su alrededor con nerviosismo, de vez en cuando miraba su reloj de bolsillo a la luz de la luna llena.

Una vez que Fabrizzio le confirmó que la reunión no se realizaría esa noche, el muchacho sintió una mezcla entre decepción y alivio, pues por una parte deseaba profundamente ser respetado o temido como el dueño del circo, y sabía que pertenecer a esa logia le traería muchos beneficios, de modo que desde el primer día en que el hombre le reveló la existencia de aquella organización secreta, proponiéndole además formar parte de ella, Jack aceptó, aunque desconocía totalmente su verdadero significado. No obstante, por otra parte tenía algunas dudas, ya que al igual que cualquier ser humano no podía evitar sentir miedo a lo desconocido, de modo que la postergación temporal de su iniciación, le produjo cierto alivio.

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A la mañana siguiente llegó el telegrama del alcalde junto con él, sabía que quizás llegarían juntos, pero prefirió enviarlo de todas formas porque tenía miedo de enfrentar cara a cara la ira de Monsieur Buonarotti, aunque sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo pero al menos el telegrama explicaba su situación y a la hora de encarar al maestro de la logia le sería mucho más fácil.

El patriarca de los gitanos se encontraba en la entrada de las verjas que rodeaban el circo, cuando llegó el comunicado, lo recibió y dijo que se lo haría llegar a su dueño, así que lo tomó, yéndose directamente a la carpa del vampiro. Lo halló sentado en una mecedora, fumando su pipa mientras leía el diario:

—¡Vaya! —expresó el hombre con satisfacción aunque sin sonreír, y sin apartar la mirada de la portada del diario—. Los espectáculos de La Fantaisie están en primera plana, no hay duda de que somos un éxito ¿no es así, hija?

Creyó que Bernardette se encontraba allí, pero como respuesta solo recibió una voz grave que lo hizo subir la mirada y retirar los lentes de lectura para distinguir quien le hablaba.

—No soy Bernardette, soy el rey de los gitanos como usted me llama. Disculpe la intromisión, pero solo vine a traerle este telegrama que acaba de llegar—dijo Branco, mostrándole un sobre blanco.

Fabrizzio, sin agradecerle siquiera, tomó el sobre de la mano del patriarca, lo abrió y comenzó a leer el mensaje. Una vez que terminó, alzó la mirada y con voz seca le dijo al patriarca:

—Dile a la muchacha que he tenido que salir, pero que no se olvide de sus deberes.

Branco asintió con la cabeza y se retiró mientras Fabrizzio iba a casa del burgomaestre para acordar la fecha de la próxima asamblea.

Bernardette estaba saliendo de su carpa para hacer sus labores, cuando Branco le dio el recado de su protector, ella le agradeció y se marchó a bañar a los elefantes. Iba respirando profundo, pues de todas las labores que tenía, la de bañar a los elefantes era la que más odiaba, sentía mucho recelo por estos animales aunque su actitud era bastante atípica para una persona que ha vivido en un circo toda su vida.

En el camino observó admirada el ensayo de unas gemelas rusas que eran contorsionistas. Ellas no hablaban francés, pero percibían perfectamente la admiración de su público y permaneciendo en insólitas posiciones saludaron a la joven con la mano. Ella les correspondió el saludo y siguió su camino hacia la estancia de los elefantes donde encontró al viejo Janosh sentado en una silla con la mirada perdida y una expresión melancólica.

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Janosh era el padre de Branco, el más longevo de los gitanos y debido a eso era muy respetado. Fue antes que su hijo el patriarca de la tribu en la época en que desbordaba lucidez, ahora se veía decrépito: la dentadura había abandonado casi por completo sus encías, su cabello se mostraba ya totalmente blanco y para colmo, padecía de locura senil, o al menos eso era lo que todos creían, aunque los que habían permanecido muchos años en La Fantaisie, recordaban perfectamente que comenzó a actuar de manera extraña por los años en que Gabrielle murió. Sin embargo, de vez en cuando mostraba un comportamiento totalmente diferente, pues tenía momentos de lucidez y estaba consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.

Pese a su edad, aún conservaba algo de fuerza física, pues le gustaba mantenerse en actividad en esos escasos pero productivos momentos de juicio. Para todo el que lo apreciara era maravilloso verlo lleno de energía, nada parecía perturbarlo, excepto la presencia de El Vampiro, a quien se creía que maldijo por los tiempos en que éste era solo un payaso, condenándolo a usar ropa oscura y preferir los paseos nocturnos.

Nadie conocía las razones de la supuesta maldición, pero de igual forma se inventaban historias que luego eran comentadas por todas partes, lo que sí parecía ser cierto, era que la maldición había alcanzado al pobre gitano en lugar de al Vampiro, quién gozaba de múltiples beneficios a partir de la muerte de Gabrielle, además de la supuesta huida de Jean Paul.

Tal era la fobia que el viejo Janosh sentía por el Vampiro, que cada vez que estaban frente a frente, el pobre gitano rompía a llorar, corriendo para alejarse. Cuando no se encontraba ante su presencia, solo permanecía aletargado, absorto en su mundo surrealista, aquel que habitaba en su interior.

Cuando Bernardette se acercó a los elefantes, miró con ternura a Janosh, y le concedió una sonrisa, él por su parte correspondió al gesto imitándolo, acercándose a ella. Era uno de esos días en los que repentinamente recuperaba su cordura, así que tomó el balde que ella sostenía y lo llenó con agua, a continuación arrojó el contenido sobre el lomo de uno de los paquidermos. El agua estaba fría y lo hizo estremecerse. Ella retrocedió instintivamente con el corazón a mil por hora, luego rió, agradeciéndole el gesto al anciano, pero para su sorpresa él le respondió con palabras:

—De nada, pequeña gachí (mujer no gitana)

La chica temblaba como una hoja cuando enjabonaba la gruesa piel del mamífero, pero no apartaba su mirada del anciano. Sus palabras eran torpes cuando ella también habló:

—Janosh ¿me... me has hablado? Creo que... hace mucho que no hablas con nadie.

Detuvo por un instante su trabajo para recoger la esponja que se había caído al suelo y continuó con las preguntas.

—¿Sabes quién soy?

Él contestó afirmativamente, pero detuvo la tarea de ayudar a Bernardette en su trabajo para decirle que se compadecía de ella porque sabía que aquel era un trabajo muy pesado para una chica. Ella contestó que debía ganarse el sustento.

—No es justo, Jean Paul nunca lo hubiese permitido.

Ella frunció el ceño, como si quisiera entender lo que él le decía.

—¿Te refieres a mi padre, aquel que huyó, dejándome sola al cuidado de un crápula esclavista? —preguntó.

—No exactamente —respondió él—. Me refiero a aquel que jamás se hubiese atrevido a dejarte y menos en el momento en que su compañía era tan necesaria para ti, pequeña gachí.

—Siempre me gustó que me llamaras de esa forma —expresó Bernardette sonriente—. Recuerdo que me llamabas así cuando era niña, antes de que sucediera aquello que por más que lo intento no puedo olvidar.

Ahora sus ojos estaban humedecidos, ella los secó con el dorso de su brazo mientras continuaba hablando y limpiando la piel del enorme animal, sin detenerse a contemplar al anciano.

—¿Por qué tuvieron que cambiar tanto el simpático payaso, y ese magnífico patriarca de los gitanos? —dijo.

Pero no obtuvo respuesta, razón por lo cual se volvió y ahí estaba Janosh, sentado de nuevo en su silla, pero esta vez la expresión de su rostro no era melancólica, sino de terror, era evidente que los recuerdos lo perturbaban de nuevo, pues tenía los puños cerrados y los colocaba a la altura de su rostro como si quisiera protegerse de algo invisible, al tiempo que pronunciaba palabras en romaní, la lengua de los gitanos.

¡Chungo! (Malo)

Ella sintió pena por el anciano, así que se acercó a él y le habló en un tono de voz suave y calmado, poniendo una mano sobre su hombro para tratar de alentarlo, pero apenas abrió la boca fue interrumpida por otro arrebato de lucidez del gitano, quien en voz clara y en perfecto francés le dijo:

—¡Te quiere a ti, cuídate de él!

Ella no entendió lo que quiso decir, así que trató de interrogarlo al respecto, pero el continuaba profiriendo palabras sin sentido para ella.

—¡Tú eres su ofrenda, no olvides eso, pequeña gachí! —dijo Janosh.

—¿Ofrenda de qué?... ¿de qué me hablas?

Él continuó repitiendo lo mismo al tiempo que se alejaba lentamente de allí, elevando los brazos al cielo como pidiendo la ayuda del altísimo. Bernardette lo contemplaba fijamente hasta que el elefante al que aseaba movió sus enormes orejas, obligándola a continuar con su labor. Entonces pensó que la actitud que había tomado el gitano, definitivamente se debía a su locura senil, y por lo tanto no le prestó atención a sus palabras.

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¡Hola, amigos! Espero que les haya gustado este capítulo, continuamos conociendo a los personajes, y un poquíto más a fondo a Monsierus Buonarotti. Muchas gracias por los hermosos comentarios que he recibido hasta ahora, y también por el apoyo. ¡Bendiciones y hasta una próxima oportunidad!

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