Detrás del Telón (El Herrero)

in Literatos3 years ago

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(Imagen diseñada por mí en canva)

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La noche se fue, dándole paso al amanecer. Temprano llegó al circo un hombre y una mujer a la entrada principal. Ambos parecían desorientados, mirando un pedazo de papel que él tenía en la mano para posteriormente leer las relucientes letras en la entrada de la carpa que decían:

La Fantaisie.

—¡Es aquí sin duda alguna! —dijo la mujer.

Eran los padres de Patrick que fueron a visitarlo.

Patrick estaba leyendo la carta de Bernardette en ese momento, la leía una y otra vez como hacía todos los días desde que ella se la obsequió. No se lo había dicho a la muchacha, pero aquella carta se había convertido en un remanso de paz, una especie de refugio.

Al principio leyó la esquela por curiosidad, luego porque le gustaba y finalmente lo hacía porque la necesitaba, precisaba todas aquellas palabras cargadas de esperanza que le brindaban confianza.

Patrick leía con una enorme sonrisa en los labios, pero no pensaba en Bernardette, sino en sí mismo, en su hermano y en sus padres...

Querido Patrick: Ante todo quisiera saludarte esperando que te encuentres bien. Me gustaría compartir estas líneas contigo porque sé que eres una persona maravillosa, aunque aún no le has dado a casi nadie la oportunidad de conocerte mejor. Soy una persona perceptiva y por lo tanto siento que eres un ser de nobles sentimientos, pero también advierto un toque de amargura en tus ojos. Sé que eso no me incumbe, sin embargo las palabras de aliento no se le deben negar a nadie.

No sé si alguna vez te has sentido solo aunque estés rodeado de mucha gente, o quizás ¿has sentido que podrías hacer mucho más de lo que haces? ¿Te has sentido atrapado dentro de ti mismo, como si vivieras una vida que no te pertenece? Yo sí, y es uno de los peores sentimientos que hay, pero siempre recuerdo las palabras que alguna vez leí en un libro maravilloso: «Sin importar nuestros defectos y virtudes, somos un MILAGRO»

Yo creo que, si Dios, en su infinita misericordia nos ha permitido vivir, es porque somos importantes. Él conoce nuestras tribulaciones y alegrías y por esa razón nos ha otorgado un poder que no le ha permitido a ninguna de sus demás criaturas, el de la elección. Nuestra tarea solo consiste en escoger un buen camino, o al menos, intentarlo.

Siempre me ha gustado pensar en la idea de que estamos en una enorme sala de ensayo, donde aprendemos cada día de nuestros propios errores, y Dios es el gran director de esta obra maravillosa que llamamos «vida». Él nos enseña, nos guía y nos exhorta a ser mejores.

Eres un ser único, nadie es igual a ti y de eso debes sentirte orgulloso porque, con tus defectos y virtudes, Dios te ama y te ve como su más grande tesoro.

Recuerda que eres grande y que no estás solo, lograrás en tu vida mucho más de lo que te imaginas porque tienes el potencial para hacerlo. Eres un gran artista, pero estoy segura de que, de igual forma guardas muchas otras virtudes.

Espero no haberte perturbado, que mis palabras no te hayan parecido vacías. No me consideres entrometida, por favor, es solo que me gusta compartir lo que siento con las personas que aprecio, y ésta fue la única manera que hallé de compartirlo contigo. También espero que Dios te colme de múltiples bendiciones.

Con cariño, Bernardette

De pronto Patrick escuchó unas fuertes palmadas que llamaban desde el exterior de la carpa y enseguida la voz de una mujer que se anunciaba diciéndole que traía consigo una grata sorpresa. Él puso la carta sobre la mesita de noche y de mala gana se fue a correr las cortinas para ver qué era lo que le había traído Danitza.

Se sorprendió muchísimo al ver a sus padres allí parados frente a él, pero le agradó bastante su presencia.

Se sorprendió muchísimo al ver a sus padres allí parados frente a él, pero le agradó bastante su presencia. Luego de haber guiado a la pareja hasta allí, Danitza se retiró.

Madame Gertrude paseó la mirada por toda la carpa, encontrándola bastante ordenada y bonita. Dimitri también le dio el visto bueno.

—Debo confesarles que me sorprende su visita —comentó el domador con sinceridad.

—Bueno, quisimos darte una sorpresa —respondió su madre y luego agregó con un tono de tristeza—. ¿Acaso no te ha gustado?

—Por supuesto que me agrada su visita, Madre. Estoy feliz de verlos.

—También vinimos a visitar a tu hermano —agregó Dimitri—, pero como comprenderás no podíamos ir al lugar donde vive ya que es el mismo en el cual trabaja y... bueno, ya sabes donde es.

Patrick rió divertido mirando a su madre que esbozaba un gesto de reprobación.

—Por cierto —continuó Dimitri—, le envié un recado con un muchacho pidiéndole que viniera, si no te molesta, claro.

—Patrick abrió los ojos en señal de sorpresa, pero luego trató de disimularlo—. No se preocupen, él puede venir si quiere —dijo casi en un susurro—. ¡A propósito! ¿Cómo está? —preguntó con curiosidad.

Gertrude se levantó de forma súbita del asiento.

—¿Acaso no se visitan? —dijo con perplejidad—. No puedo creer que aún sigan disgustados.

Patrick se encogió de hombros y en ese momento se escuchó nuevamente el sonido de unas palmadas afuera de la carpa. Dimitri corrió el dosel y tal como si lo hubiesen traído con el pensamiento, allí estaba Leonard con la mirada puesta en el suelo, levantándola lentamente hasta encontrarse con la de Patrick.

Cuando él lo invitó a pasar, Leonard solo se limitó a saludarlo con un movimiento de cabeza , se quitó el sombrero para que su madre lo besara en la frente y le extendió la mano derecha a su padre para saludarlo, luego Gertrude se dispuso a preparar té para acompañarlo con un pastel que ella había traído para compartir mientras los tres caballeros conversaban, o al menos lo intentaban.

—¿Y cómo te ha ido allá donde trabajas? —preguntó Dimitri a Leonard, mirándolo con el entrecejo ligeramente fruncido.

—Bien —respondió éste con un tono de frialdad para luego añadir mirando la carpa con una ceja levantada—, mucho mejor que en este lugar. Me juré a mi mismo que no volvería a trabajar en un circo mientras pudiese evitarlo.

—Me alegro por ti —dijo Patrick en un susurro.

—¿Cómo dices? —inquirió su padre.

—Nada importante —respondió—, solo me alegro por Leonard.

Gertrude regresó con una bandeja sobre la cual había una tetera, una azucarera, cuatro tazas y varios trozos de pastel de frutas, la colocó sobre una mesita en medio de todos y los exhortó a servirse. Un poco más tarde rodeó a su marido con un brazo, se aclaró la garganta y dijo:

—Me alegra ver que estamos juntos de nuevo, como la familia que somos —añadió Gertrude.

—A mí también —respondió Dimitri.

—Sí, claro —respondió—, si de verdad querían verme, podíamos ir a otro lugar.

—Si tanto te molesta compartir un espacio conmigo, puedes marcharte cuando lo desees —respondió su hermano—. Ellos vinieron para tratar de...

—¡Ya basta! —soltó Leonard—. ¿Solo para escuchar eso vine aquí? Es mentira... todo es una mentira, esta familia, la supuesta felicidad... ¿Recuerdas cuando golpeabas a mamá? —preguntó el muchacho dirigiéndose a Dimitri mientras Gertrude lloraba—, ¿Y tú? ¡Ya vi el cartel que te anuncia allá afuera! Debes estar feliz con toda esa atención...

Leonard giró lentamente el rostro hacia su hermano, con esa mirada cargada de odio.

—Tú no me hables ¡Imbécil!

Patrick se levantó con brusquedad del asiento, Gertrude se llevó una mano al pecho, profiriendo un grito ahogado, Dimitri, previniendo lo que iba a pasar, se interpuso entre los dos, extendiendo ambos brazos para evitar que uno alcanzara al otro.

—¡Suficiente! Su madre y yo hemos venido tan solo para verlos y tratar de enmendar los errores del pasado. Quiero reconstruir nuestra familia con lo que queda de ella.

Leonard negó con la cabeza y chaqueó la lengua.

—Es tarde, ya no queda nada.

Después besó a Gertrude en la frente, inclinó ligeramente la cabeza y se marchó.

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Desde que siguió a Robespierre, Amélie buscaba desesperadamente una oportunidad para hacerse con la dichosa llave, pero él la tenía bien guardada en el bolsillo interno del saco que no se quitaba en ningún momento. Lo que ella había visto aquella noche solo la había dejado más intrigada. ¿Qué podían estar haciendo esos hombres en aquella iglesia a tan altas horas de la noche? ¿Cuál sería el secreto que guardaban?

Amélie había elaborado muchos planes para quitarle la llave maestra al alcalde, incluso pensó en agregarle algún somnífero a su café como último recurso, sin embargo aquella tarde pensó en un plan que estaba segura de que no fallaría...

Él se encontraba ocupado, sentado frente a la mesa de su escritorio, leyendo unos documentos importantes que posteriormente tenía que firmar. Amélie advirtió que su rostro estaba lánguido (Sin duda debido al estrés) los ojos fijos en el documento y la pluma dispuesta para firmar. De pronto Robespierre cerró los ojos y suspiró profundamente, gesto que ella interpretó como su oportunidad, una que no debía dejar pasar, la astucia femenina sería su mejor aliada. Se acercó entonces a él, lo rodeó con los brazos y le dio un beso en la mejilla.

—¿Estás cansado, cariño? —dijo con un tono de voz dulce.

Él asintió.

—Sí, de hecho me duele un poco la espalda.

Ella esbozó una sonrisa.

—Déjame hacerte un masaje, estoy segura de que te vas a relajar —dijo mientras le quitaba el saco.

Él accedió gustoso y ella se dirigió al perchero para colgar allí la prenda, pero antes hurgó en el bolsillo interno lo más rápido que pudo, hallando efectivamente lo que buscaba. La sonrisa entonces se expandió todavía más cuando tuvo la llave en su mano y después se la guardó rápidamente en el escote.

Robespierre no podía ver lo que ella estaba haciendo porque todavía permanecía sentado frente al escritorio dándole la espalda. Amélie entonces se dispuso a cumplir lo prometido, aliviando el estrés del cansado alcalde con un merecido masaje que lo dejó satisfecho. Luego ella miró el reloj de pared y se dio cuenta de que ya era hora de marcharse, la jornada laboral había terminado.

—¿Entonces nos vemos esta noche a la hora de siempre? —preguntó el alcalde.

—Si no tienes algo mejor que hacer como la última vez —respondió Amélie, fingiéndose indignada.

—Cariño, esa reunión era importante, sabes que no puedo negarle nada a Fabrizzio pues él me ayudó mucho en mi campaña política —contestó Robespierre.

Ella, encogiéndose de hombros, lo ayudó a ponerse de nuevo el saco.

—Como sea —espetó después de darle un beso efímero en los labios—. Hoy aspiro tenerte para mi sola.

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Fuente

Cada quien se fue por su lado, Robespierre a su casa a esperar impaciente la hora en que se reuniría con su amante, pero Amélie no fue precisamente a su residencia, en cambio se dirigió en busca de un cerrajero. No tenía ni remota idea de adonde recurrir, pero su instinto la condujo al centro de la ciudad. Iba preguntándole a todo el que pasaba por su lado si conocía a algún cerrajero.

Una mujer de aspecto menesteroso que sostenía con una mano una cesta de ropa sobre la cabeza y con la otra la mano de su hija que no pasaba de los cuatro años, le dijo que su hermano era herrero y cerrajero, y que tenía su negocio cerca de allí, pero debido a que ya era tarde, de seguro habría cerrado.

—Hablaré de todos modos con mi hermano, Madame, pero usted tendrá que venir mañana —advirtió la mujer—. Sin embargo, si quiere puede acompañarme para que conozca la dirección.

Amélie asintió con resignación y se fue junto a la mujer y la pequeña. Caminaron solo unas cuantas cuadras antes de llegar a una casa de aspecto tan humilde como el de la mujer y su hija.

La madre tocó la puerta y Amélie aguardó impaciente. La pequeña le sonreía y ella pudo advertir que pese a la suciedad adherida a su carita, era bastante bonita.

Al poco rato la puerta se abrió, dejando pasar a un hombre corpulento y alto que portaba un delantal de cuero. Sus manos eran grandes y toscas (Propias de su profesión) Pese a la espesa barba se notaba que no pasaba de los treinta años. La pequeña se aferró inmediatamente a la pierna del hombre como una sanguijuela.

—¡Tío! —exclamó con felicidad—. ¿Cómo estás?

El hombre alzó a la niña del suelo con la misma facilidad con que se alza una mota de algodón o un trozo de seda.

—Estoy bien, Missy, muchas gracias —respondió el hombre mientras le hacía cosquillas con su barba al besarla en la mejilla.

La mujer puso el cesto de ropa en el piso y se dirigió a su hermano.

—Peter, he venido porque la señora necesita de tus servicios. La traje solo para que sepa donde vives porque ya le he dicho que tendrá que venir mañana —dijo esto último echando un vistazo al portón cerrado con un candado donde de seguro se encontraba el taller.

El hombre asintió y bajó a la niña al suelo, luego se encogió de hombros.

—Disculpe, Madame, pero es cierto, ha llegado usted tarde, cerré mi negocio hace veinte minutos.

Amélie lucía decepcionada y negando con la cabeza se acercó al caballero...

—Sé que debe estar cansado, pero de verdad me urgen sus servicios, además no creo que sea un trabajo complicado.

El hombre se hizo a un lado y las invitó a pasar luego de disculparse por no haberlo hecho antes.

La casa era bastante pequeña y estaba pobremente amoblada, sin embargo había un sofá y dos sillones hechos de hierro forjado, piezas bellamente trabajadas que tenían cojines para hacerlos más cómodos. Peter les ofreció asiento, pero su hermana prefirió dirigirse a la cocina a preparar unas tazas de té.

—¿Qué es exactamente lo que usted desea? —indagó el herrero.

Amélie sacó la llave y se la puso en la palma de la mano.

—Necesito una copia exacta de ésta ¿podría usted hacerla?

Él miró la pieza con detenimiento, examinando cada centímetro, pasó los dedos por los diseños y expresó:

—Es una pieza bastante antigua, ya no se fabrican así... es una llave maestra —luego agregó entrecerrando los ojos—. ¿A qué cerraduras pertenece? Me refiero ¿Qué es lo que abre?

Ella estuvo a punto de revelarle que aquella dichosa llave abría las puertas de los jardines de una iglesia y la gaveta de un escritorio, pero se contuvo en el último momento.

—Esa llave abre un baúl antiguo que pertenecía a mi abuela —mintió—. He decidido regalárselo a mi hermana que se va de viaje mañana, pero es mejor que tenga dos llaves por si pierde alguna —ella se empeñaba en poner un tono dramático a su voz, pero de vez en cuando la delataba una risita nerviosa—. Es por ello que insisto tanto en que me atienda hoy mismo, ya que mi hermana viaja mañana.

Peter, como buen herrero y cerrajero sabía que por su diseño y tamaño aquella llave no pertenecía a la cerradura de ningún baúl, pero en realidad eso le importaba muy poco, él solo había preguntado por mera curiosidad. La hermana del herrero irrumpió en la sala con el té que sirvió para cada uno, Peter posó nuevamente la mirada sobre la llave y la volteó para examinarla mejor.

—Es posible hacerle una copia —afirmó.

Amélie respiró aliviada y se le iluminó el rostro.

—Sin embargo —añadió él—, el diseño de los dientes es algo complicado y por lo tanto me llevará mucho tiempo elaborarla —frunció los labios y, haciendo una ligera inclinación de cabeza agregó—: Si su hermana no viaja tan temprano, yo podría entregarle la copia mañana mismo.

Ella pensó que aquello era muy bueno pues cuanto antes devolviera la llave original, mejor, quizás si tenía suerte Robespierre no notara su ausencia hasta que ella la hubiese regresado.

—Sí, no se preocupe —respondió.

—Pero tiene usted que considerar además que trabajaré duro toda la noche para poder lograr una copia exacta, y eso no saldrá barato.

Ella hizo un gesto de indiferencia con la mano.

—Descuide, pagaré lo que me pida, pero de verdad necesito un trabajo impecable.

—Por eso no se preocupe, modestia aparte soy muy bueno con mi trabajo, incluso elaborando los más complicados y antiguos diseños.

—Pues en ese caso me voy más tranquila —dijo Amélie después de beber su último trago de té—. ¿Cree que si vengo por ella a las seis de la mañana ya esté lista?

—Sí, absolutamente.

La mujer y su hija se encaminaron con Amélie hacia la puerta. Esta última hurgó en el bolso y extrajo su monedero, le dio unas monedas a la mujer y le dijo:

—Es por tu valiosa colaboración, muchas gracias por traerme con tu hermano.

Luego le dio una moneda a la niña.

—Toma, Missy, con ella puedes comprar dulces si quieres.

Amélie acudió a la cita con Robespierre y regresó un poco tarde a casa. Casi no pudo dormir en toda la noche, pensando en aquella llave.

Cuando ya no pudo contenerse, se levantó de la cama, el cielo aun estaba oscuro aunque el alba ya estaba cerca, se aseó y se vistió con rapidez para luego bajar y despertar al chófer de la familia para pedirle que la llevara hacia el centro de la ciudad a recoger un encargo.

Cuando ya no pudo contenerse, se levantó de la cama, el cielo aun estaba oscuro aunque el alba ya estaba cerca, se aseó y se vistió con rapidez para luego bajar y despertar al chófer de la familia para pedirle que la llevara hacia el centro de la ciudad a recoger un encargo.

Al llegar a su destino la mujer tocó la campanilla de la puerta y aguardó un momento. Casi al instante se escuchó un pequeño chasquido, la puerta se abrió y el cerrajero apareció en el umbral, todavía vestía su delantal de cuero y en su mano derecha sostenía una humeante taza de café.

—¡Disculpe! —Amélie se apresuró a excusarse mientras consultaba el reloj—. Sé que son las cinco treinta de la mañana, pero realmente estoy necesitada del encargo que le hice y si a usted no le molesta, yo podría esperar aquí hasta que termine su trabajo y...

—No se preocupe —la interrumpió el cerrajero, colocando una mano frente a la mujer para que se detuviera ya que hablaba muy deprisa—. Terminé hace un par de horas. La estaba esperando y cuando escuché el carruaje aproximándose, supe que era usted.

Él la invitó a entrar a la casa y a tomar asiento, ella esperó impaciente, tronándose los dedos aún más mientras él se perdía de vista detrás de unas puertas dobles que conducían a su taller. Al cabo de unos segundos que a Amélie le parecieron muchos minutos, Peter regresó con algo plateado y brillante en la mano. Ella estaba maravillada, pero cuando despegó los labios para hablar, él la interrumpió de nuevo.

—¡Aquí está una copia exacta de la original! —dijo mostrándole también la vieja y ennegrecida llave que sostenía en la otra mano—. Como podrá observar tienen el mismo tamaño y diseño complicadísimo.

Amélie pensó que lo único que le importaba era que realmente funcionara.

—Es una copia exacta, espero que quede satisfecha con mi trabajo ¡Aquí tiene! —observó Peter colocando ambas llaves en la palma de la mano de la mujer.

Ella saldó su deuda y se marchó satisfecha.

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Realmente, que bueno!!!

muchas gracias

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