Detrás del Telón (La visión de Janosh)

in Literatos3 years ago

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(Imagen diseñada por mi en canva)

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A las siete de la tarde, Bernardette esperaba a Jack con aire taciturno (esta vez, para quitarse la frustración de la pelea con Patrick, Jack había vuelto a solicitar el permiso de Fabrizzio para salir con su protegida)

La mente de Bernardette no estaba allí, se había trasladado hasta aquel momento en que escuchó esas palabras que salieron como dardos envenenados de los labios de Patrick, de esos labios que tanto había soñado besar y que ahora se convertían en un arma mortal, capaz de arrancarle la alegría con tan solo proferir unas simples palabras que para cualquier persona podían significar nada, pero para ella eran terribles.

Sus cavilaciones fueron interrumpidas cuando escuchó unas fuertes palmadas afuera de su carpa, se secó unas cuantas lágrimas con un pañuelo y corrió las cortinas.

Allí estaba Jack frente a ella, pese al tenue moretón que se le había formado en el ojo derecho y a la leve hinchazón de la nariz, aún se veía apuesto. Llevaba un elegante levita negro, sombrero de copa alta, corbatín que hacía juego con el levita y su cabello atado en una coleta. Ella no pudo evitar asociar la imagen del muchacho con la de Fabrizzio, sencillamente aquella ropa acompañada de sus rasgos, incrementaban la semejanza.

—¡Te ves hermosa, Berni! —exclamó él a modo de saludo.

—¡Gracias! —respondió ella con voz tediosa.

—Bien es hora de irnos o llegaremos tarde al teatro —dijo al tiempo que la tomaba del brazo para conducirla hacia afuera.

Ella comprendió que habría sido inútil resistirse siquiera, así que se dejó conducir al carruaje que los esperaba.

Regresaron después de un par de horas que a ella le parecieron eternas. No es que no hubiese disfrutado del ballet, sino que no soportaba haber asistido con Jack.

Cuando llegaron al circo, Bernardette pensó que al fin encontraría un poco de paz al verse libre por fin de la compañía del entrenador de caballos, pero una vez más se equivocó pues, apenas cruzaron el portal por donde se recibía a las personas, advirtieron un alboroto...

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Los gitanos corrían en todas direcciones con expresiones tristes, muchos se veían preocupados. Bernardette, muy intrigada, quiso saber lo que sucedía. Se acercó a Tibo para preguntarle al ver que él, con aire apesadumbrado, se dirigía en compañía de su hija Danitza hacía la tienda de Branco.

—¿Qué sucede, Tibo? —preguntó Bernardette con el alma en vilo.

—Es Janosh —contestó el hombre con la voz quebrada—, el padre del patriarca está muriendo.

Bernardette se llevó las manos a la boca tratando de asimilar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué has dicho? —preguntó Jack, también asombrado—, pero ¿qué le pasó? ¿Acaso está enfermo?

Tibo lo miró de arriba abajo con indiferencia y luego, desviando la mirada respondió:

—¡Yo no hablo con Payos como tú, que siempre han despreciado a nuestra raza!

—¡Gitano insolente! —espetó Jack con indignación mientras se acercaba de forma amenazante.

—¡No! —gritó Danitza mientras Bernardette trataba de contener a Jack—. ¡Deja en paz a mi padre!

Bernardette advirtió que la gitana estaba llorando, de modo que fulminó a Jack con la mirada.

—Será mejor que te vayas a tu carpa, no es momento para que empieces con tus majaderías —dijo.

—Pero si él empezó —alegó el muchacho, señalando al gitano y a su hija que se alejaban—. Yo solo quería saber qué había pasado, él fue el grosero. Enserio, francesita, yo solo quería saber lo que está ocurriendo, nunca tuve nada en contra del viejo Janosh, al contrarió, llegué a apreciarlo.

Bernardette, analizó sus palabras... siempre vio como Jack aborrecía a los gitanos, pero jamás trató con desprecio a aquel anciano, quizá porque su condición lo conmovía, así como también conmovía a Danitza que cuando era niña y Janosh aún era el patriarca, ella se sentaba en sus piernas y escuchaba las historias que él le contaba. Posteriormente cuando fue creciendo y el anciano perdió la razón, ni siquiera su empeño por despreciar todo lo que la vinculara con su raza había podido deshacer el vínculo que tenía con quien llamaba «abuelito», por esa razón, La Renegada estaba tan afectada... Janosh estaba muriendo.

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De pronto, Bernardette reaccionó por fin cuando escuchó a lo lejos a Renzo que la llamaba mientras se acercaba corriendo...

—Me retiraré a mi carpa —determinó Jack, ahora con un tono de voz respetuoso—, no dudes en buscarme si me necesitas.

Bernardette asintió, Renzo llegó jadeando por la carrera y con el rostro empapado en lágrimas.

—Berni ¡Gracias a Dios que estás aquí! —exclamó con la voz entrecortada mientras tomaba aire—. Tibo nos avisó que ya habías llegado.

—¿Cómo está Janosh? —preguntó la mujer, apesadumbrada.

—Muy mal, Berni —contestó el joven gitano—, se está muriendo pero quiere verte. No deja de murmurar cosas incoherentes, pero repite una y otra vez que quiere verte.

—¡Dios mío! —exclamó con pesar la muchacha—, entonces ¡vamos!

En la carpa de Branco, éste y su familia se encontraban deshechos. Afuera de la carpa estaba toda la tribu congregada para darle apoyo a la familia. Luna, sollozando se arrojó a los brazos de su amiga que solo pudo estrecharla con fuerzas para transmitirle ánimo.

En el compartimiento de la carpa que servía de habitación a Janosh, estaba él acostado en su cama, en compañía de Branco y María. El anciano se removía en el lecho mientras su hijo le apretaba las manos. Al parecer estaba teniendo una pesadilla pero él no estaba dormido sino que, impulsado por esa melancolía propia de un moribundo, tuvo la visión de lo que fue su último día de cordura y por ende, el omega de su liderazgo en la tribu gitana...

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Janosh se vio a sí mismo el día de la muerte de Gabrielle, él estaba conversando con Branco sobre lo ocurrido, en medio de las personas del público que salían del circo, cuando vio a Jean Paul que se llevaba el cuerpo de su esposa a su propia carpa. El hombre no dejaba de llorar; después de un rato salió pero se veía muy mal...

Afuera estaba Fabrizzio que ya se había quitado el traje de payaso y rodeó con un brazo a su amigo para darle consuelo.

Branco se retiraró, la pequeña Bernardette se había quedado dormida, exhausta de tanto llorar en los brazos de María. Más tarde, a la media noche, el cuerpo de Gabrielle fue preparado para el funeral.

Janosh nuevamente buscó con la mirada a Jean Paul pero no lo halló, por lo tanto decidió ir a buscarlo a su carpa, suponía que éste todavía estaba en compañía de Fabrizzio, y Janosh no confiaba para nada en él.

Cuando llegó cerca de la tienda de Jean Paul, se ocultó para no ser visto, pues efectivamente Fabrizzio estaba con él y en ese momento le quitaba un pequeño frasco al cual le quedaba poco contenido. El joven domador solo lloraba por su esposa muerta, sollozaba con tanto sentimiento que conmovía a quien lo escuchase.

—Con esto te vas a sentir mejor —musitó Fabrizzio, acercando el frasco a los labios de su amigo que solo bebió un trago más.

Janosh dedujo que el contenido debía ser amargo porque Jean Paul frunció el entrecejo, pero después comenzó a palidecer y pronto se hizo evidente que se sentía enfermo.

—Necesitas respirar aire fresco —Janosh le escuchó decir a Fabrizzio quien luego condujo a Jean Paul hasta uno de los carruajes que tenían en el circo.

El domador caminaba por inercia, sin voluntad, ya no lloraba sino que mantenía la mirada fija.

Janosh, con el mismo sigilo de un gato, se fue tras ellos sin ser visto pues en su interior algo le indicaba que debía seguirlos... ¿a dónde llevaba Fabrizzio a Jean Paul en mitad de la noche? ¿Tendría acaso algo que ver con las anteriores salidas nocturnas del payaso?

El patriarca no tenía las respuestas a tantas preguntas, pero algo le decía que para responderlas debía ir con ellos y la única manera que halló fue colgarse de la parte posterior del carruaje pues a pesar de que para ese entonces ya era un hombre mayor, aún conservaba bastante energía, lo que le permitía asirse con fuerza y agilidad.

Cuando ya llevaban un trecho recorrido, para el asombro del gitano, el carruaje se detuvo frente a una iglesia. Janosh bajó con sumo cuidado y, aprovechando que Fabrizzio estaba ocupado ayudando a Jean Paul a bajar del coche, se ocultó detrás del vehículo y esperó a ver qué pasaba...

Fabrizzio sacó una llave del bolsillo, abrió las rejas de los jardines y entró, llevando con dificultad a Jean Paul que solo arrastraba los pies.

Aprovechando la oscuridad de la noche y la lentitud con la que Fabrizzio avanzaba, Janosh trepó las rejas y avanzando con el mismo sigilo pero con rapidez, sin dejar de ocultarse detrás de estatuas y arbustos, consiguió adelantar a Jean Paul y Fabrizzio.

De pronto, este último sacó la misma llave y estaba a punto de abrir una pequeña puerta que estaba frente a un árbol de acacias, pero se detuvo al instante y decidió acercarse a Jean Paul que solo ejecutaba cada movimiento inducido por él, entonces se ocultaron detrás del enorme árbol y el gitano permaneció escondido también, detrás de una estatua de San Miguel Arcángel.

En aquel momento vio que un fraile gordo de pelo ralo salió de la misma puerta que segundos antes Fabrizzio estuvo a punto de abrir. El religioso llevaba en la mano derecha un farol con una vela dentro que apenas despedía una luz tenue. Entrecerraba los ojos para intentar distinguir algo en la oscuridad y con pasos temblorosos se fue dirigiendo hasta el árbol de acacia.

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Al llegar allí, descubrió a Fabrizzio y a Jean Paul. Janosh, más desconcertado que nunca, no podía escuchar lo que decían, pero sí notaba que estaban discutiendo. De pronto observó como el pesado cuerpo del fraile se desplomaba en el césped, luego Fabrizzio lo arrastró con dificultad, dejándolo detrás de unos arbustos, después lo vio regresar junto a Jean Paul que, por primera vez, pareció percatarse de que algo malo estaba ocurriendo, ya que mientras Fabrizzio lo guiaba hacia la puerta, desviaba la mirada hacia atrás, es decir, en dirección a donde se encontraba el cuerpo del fraile.

Cuando ambos pasaron cerca de la estatua del arcángel donde se encontraba Janosh, éste advirtió con horror que Fabrizzio sostenía en la mano una daga ensangrentada y con el otro brazo sujetaba a Jean Paul por la cintura.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó el domador con voz lánguida y jadeante.

—Nos descubrió —alegó Fabrizzio con sorna.

—¿Y a dónde me llevas? —volvió a indagar Jean Paul, tratando de resistirse, pero su debilidad se lo impedía—. Quiero volver junto a Gabrielle.

—No te preocupes amigo mío, pronto estarás con ella de nuevo.

Janosh comenzó a aterrarse porque sabía que ante Fabrizzio no tendría ninguna posibilidad, pues éste era mucho más joven y fuerte que él y además estaba armado. Tenía que continuar siguiéndolo y ver hasta dónde conducía al indefenso domador para ver si encontraba alguna manera de salvarlo.

Los dos hombres atravesaron el umbral de la puerta por donde había salido el fraile. El gitano salió entonces de su escondite y con mucho cuidado para no hacer ruido, los siguió. Se percató con alegría de que Fabrizzio había dejado la puerta entreabierta, quizá con el esfuerzo que hacía para lidiar con su amigo que ahora ni siquiera caminaba, cometió el garrafal error de olvidar cerrarla.

La habitación estaba sumamente oscura, tanto que el gitano ni siquiera podía ver su propia mano que tenía enfrente, así que, valiéndose de su sentido del tacto pero sin hacer ruido, logró advertir un escritorio que le sirvió de escondite y desde allí pudo ver cuando Fabrizzio, con la ayuda de un yesquero encendió un candelabro, entonces advirtió también que Jean Paul estaba sentado en una silla.

Su aspecto era cada vez peor, estaba más pálido que antes, sus piernas se desparramaban flácidas, y su cabeza y brazo derecho descansaban sobre la superficie del escritorio detrás del cuál se ocultaba el gitano.

Janosh levantó la cabeza por detrás del escritorio y vio cuando Fabrizzio estaba de pie frente a un estante de libros, un momento después éste se abría como una puerta. Cuando Fabrizzio giró sobre los pies para quedar frente a Jean Paul de nuevo, Janosh volvió a ocultarse, de modo que solo pudo escuchar lo que sucedíó a continuación...

—¡Qué pesado estás, Jean Paul! —se quejó Fabrizzio mientras tomaba el casi inerte cuerpo de su amigo—, tendré que arrastrarte hasta allá abajo.

—Pero ¿a dónde... vamos? —inquirió éste, nervioso—. Por favor... llévame junto a Gabrielle, quiero... verla.

—Te juro que dentro de poco vas a estar con ella —respondió Fabrizzio al tiempo que lo tomaba por las axilas para arrastrarlo escaleras abajo.

Janosh salió del escondite. La oficina aún estaba a medio iluminar debido a que el hombre había dejado el candelabro encendido sobre una mesita. El patriarca entonces permaneció inmóvil frente a las escaleras hasta que las voces sonaron más apagadas y él decidió bajar para continuar indagando.

A medida que descendía notó que varias antorchas que colgaba de las paredes iluminaban todo, quizá Fabrizzio las había encendido con su yesquero. Continuo hasta que llegó a un pasillo largo que tenía varios retratos colgados en ambas paredes. El gitano avanzó con lentitud para observar los rostros de todos aquellos caballeros vestidos de forma ostentosa.

Al llegar al final del pasillo, se asombró cuando advirtió la pintura que representaba a Fabrizzio, se quedó tan absorto observándola, que olvidó a lo que había ido a ese lugar. Cuando reaccionó por fin, aún con miedo, abrió las pesadas puertas dobles que tenía frente a él, encontrándose con una habitación inmensa y extraña...

Habían columnas y múltiples asientos, así como también extraños símbolos en las paredes. Janosh volvió a entretenerse, mirando cada detalle que le llamó la atención hasta que advirtió que al otro extremo del gran salón había otras puertas dobles.

También con cautela las abrió y notó que la habitación que se mostraba ante él era más pequeña que la anterior. Observó el piso y le recordó a un tablero de ajedrez, también allí habían múltiples objetos extraños, pero esta vez no tuvo tiempo de distraerse porque un grito ahogado llamó poderosamente su atención...

—¡Jean Paul! —exclamó en un susurro.

Janosh se dirigió hacia otra puerta que había al final del salón y notó que estaba entreabierta, se asomó por la hendija y quedó pasmado ante la visión más horrible de toda su existencia...

Ese cuarto era aún más pequeño que las demás habitaciones, pero incluso seguía siendo bastante amplio. Las paredes estaban pintadas de blanco y el piso era de mármol, también blanco aunque estaba cubierto por una gran cantidad de sangre que manaba del cuello horriblemente cercenado de Jean Paul.

El domador yacía acostado sobre una mesa hecha del mismo material del piso. Detrás de ésta, de espaldas a la puerta se encontraba Fabrizzio, con los brazos alzados por encima de la cabeza mientras sus manos sostenían un recipiente. Junto a él y también de espaldas a la puerta, estaban otros tres hombres.

Fabrizzio le hablaba a una horrible y enorme estatua que se erguía frente a ellos. La figura tenía el torso de un hombre, pero la cabeza y las alas que salían de su espalda eran de murciélago. Janosh tuvo que hacer un esfuerzo para no gritar de pánico.

—¡Aquí está él, Brao, ante ti! —exclamó Fabrizzio—. Te ofrezco el alimento que te mantendrá satisfecho hasta que te demos la ofrenda final que te traerá a la vida.

El hombre bebió del recipiente y lo pasó a los otros que lo imitaron.

—¡Beban, hermanos! Alimenten a su señor —ordenó Fabrizzio.

—Entonces ¿ya tienes la ofrenda? —preguntó uno de los hombres, sin apartar la vista de la horrible estatua que esbozaba una sonrisa macabra.

—La tengo —confirmó el aludido—, pero recuerda que primero debo prepararla, infundiéndole odio, y posteriormente debo alimentarme de su sangre para fortalecer a Obéck hasta que él me dé la señal. Solo entonces estará lista.

—Es una niña, ¿verdad? ¿De dónde la sacaste? —indagó otro de los hombres.

—Su nombre es Bernardette y es la hija del infeliz que hoy nos otorgó el alimento para nuestro señor.

—¿Y por qué lo mataste? Sabes que eso no era necesario, podíamos alimentar a Obéck sin asesinar a las víctimas —dijo el tercer hombre.

—Esta vez era necesario —respondió el líder con escalofriante serenidad—. No puedo tenerlo en el medio si pretendo quedarme con sus bienes.

Al terminar de contestar a la pregunta, Fabrizzio se giró hacia la puerta ya que había advertido un ruido, y al hacerlo, descubrió al gitano que trató de escapar en vano.

—¡Atrápenlo! —ordenó.

Los tres hombres salieron en tropel de la habitación y capturaron a Janosh que se retorcía tratando inútilmente de liberarse. Fabrizzio salió de último, portando un garrote en la mano derecha.

—¡Maldito traidor! —espetó Janosh con dolor al tiempo que las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. ¡Ese era tu amigo!

—Bien dicho, era porque ya está muerto —respondió Fabrizzio con un brillo de maldad en los ojos—, pero no te preocupes, ahora él está con Gabrielle y yo cuidaré bien de La Fantaisie y de su hijita.

—¡Te maldigo mil veces! —espetó el gitano—. ¡A ella no le vas a hacer daño. Es una niña inocente!

—Por eso es que me sirve, porque aún es pequeña y así podré enseñarla a odiar. Me alimentaré de su sangre para fortalecer a mi señor —señaló la habitación detrás de él—, hasta que él me indique que es el momento y entonces se la ofreceré.

—¡No te lo voy a permitir, no voy a dejar que la lastimes!...

No pudo terminar la frase porque un golpe en la cabeza lo dejó inconsciente. Más tarde, cuando ya era de día, se descubrió a si mismo regresando por inercia al circo, con la cabeza ensangrentada y la memoria totalmente nublada.

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