Magnética Coraline
¡Qué placer cuando Coraline dijo que sí! Todavía recuerdo el momento, no hizo falta más, partimos con prontitud. El viaje fue largo y exhaustivo, pero una vez en la selva, los percances quedaron en el olvido, pues estaba con ella y era lo que importaba.
El primer día tuve que cargarla en mi espalda, su frágil cuerpo estaba cansado de caminar. La deposité en una roca plana y la vi cerrar los ojos, al rato me tumbé junto a ella, nervioso ante su presencia que aún me hacía estremecer. La contemplé hasta desgastarla, como si se tratara de una obra de arte y me pegué más a ella, hermosa y magnética Coraline.
La palpé hasta la saciedad, después de todo, se había roto la barrera del no tocar y sentí cómo la electricidad corría por mi cuerpo. Como un vaso de agua que calma la sed, había estado necesitando beber de ella, por eso la engullí sin piedad.
Los siguientes días fueron magia a su lado, hasta que el milagro se evaporó. Coraline estuvo cambiando, volviéndose más apagada, menos conversadora, tan ausente que decirle algo era como hablarle a una pared. Solo monosílabas salían de su boca, y el día de hoy, ni una sola palabra.
Arrojo la roca al río, dispuesto a aclarar el asunto. Está en el borde del precipicio, mirando las nubes. No se vuelve, ni siquiera cuando le digo que quiero decirle algo importante. Pierdo la compostura y la sacudo por los hombros, volviéndola hacia mí. Sigue callada, un silencio sepulcral. Mi enojo crece, lo siento en las sienes.
La cargo con fuerza, pidiéndole, implorándole, ordenándole que me hable. No obedece. Ofrezco su cuerpo al precipicio, una última oportunidad.
—Coraline, ¡Háblame! ¿No ves que si no lo haces, tendré que matarte otra vez?
El cadáver no contesta, después de tanto sacudirlo me doy cuenta que se trata de una vil muñeca. El verdadero está a salvo, en mi mente.
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