El último latido de un amor
Antes de sacar las cartas, una a una, que él le había enviado desde el mismo momento que se había ido, cerró la puerta de la habitación y se sentó en el suelo. Allí, sentada en el piso frío, vació la cajita forrada de terciopelo, sacó los papeles doblados y comenzó a releer aquellas líneas que una vez fueron alegría, su vida, su todo.
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Cada carta rememoró un momento: el primer beso, la primera huida, la primera entrega. Ávida de recuerdos, la mujer se detuvo en cada detalle, cada frase conocida por tantas veces leída y escuchada: cada palabra empeñada. En su interior nacía una sensación de vacío, de desierto, de trampa, de cruel mortaja.=o:0:o=
Sus encuentros furtivos fueron evocados con cada página. Las promesas del hombre, en viva tinta, estaban tatuadas. A veces con una sonrisa de rabia, otras veces con tristeza mal disimulada, el rostro de la mujer se nublaba. ¿Cómo pudo creer en tantas mentiras?, una y otra vez se preguntaba ¿Cómo pudo entregar tanto y aun así quedarse sin nada?=o:0:o=
Se secó el rostro y ya sin una sola lágrima, comenzó lentamente a doblar las innumerables páginas. Las tomó todas y como si fueran un pájaro agónico, sintió que las hojas en sus manos palpitaban. Las puso en un recipiente y luego sobre ellas tiró un cerillo hecho llamas. Con el crepitar de las cartas, morían aquellas palabras y moría finalmente un amor que no fue sincero, ni bueno y que solo sirvió para dar falsas esperanzas.
Cada carta rememoró un momento: el primer beso, la primera huida, la primera entrega. Ávida de recuerdos, la mujer se detuvo en cada detalle, cada frase conocida por tantas veces leída y escuchada: cada palabra empeñada. En su interior nacía una sensación de vacío, de desierto, de trampa, de cruel mortaja.
Sus encuentros furtivos fueron evocados con cada página. Las promesas del hombre, en viva tinta, estaban tatuadas. A veces con una sonrisa de rabia, otras veces con tristeza mal disimulada, el rostro de la mujer se nublaba. ¿Cómo pudo creer en tantas mentiras?, una y otra vez se preguntaba ¿Cómo pudo entregar tanto y aun así quedarse sin nada?
Se secó el rostro y ya sin una sola lágrima, comenzó lentamente a doblar las innumerables páginas. Las tomó todas y como si fueran un pájaro agónico, sintió que las hojas en sus manos palpitaban. Las puso en un recipiente y luego sobre ellas tiró un cerillo hecho llamas. Con el crepitar de las cartas, morían aquellas palabras y moría finalmente un amor que no fue sincero, ni bueno y que solo sirvió para dar falsas esperanzas.
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Inmensamente agradecida con vuestro apoyo, amigos
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