Donde los ángeles yacen muertos

in Literatos2 years ago

Soy el autor, el padre de los nidos y su compañero de condena.

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Dónde los ángeles yacen muertos

Nidos de gusanos, enfermos de lujuria,
atacan los verdosos nichos.
Iconos plagados de sangre y horror
sacuden la catacumba de un lado a otro.
Las piedras y el moho luchan la eterna batalla,
luchando por espacio y alimentos.
Humedad, raíces y fragmentos de pared
son los proliferos recuerdos
de una guerra que nunca termina.
Son soldados hasta las células más pequeñas,
son cadáveres desde la arena final e infinita,
que cubren los poderosos esteros del túnel,
hasta las esporas marchitas y polvorientas
desechadas por la razón destructora.

En los nidos,
varias figuras representan al neurálgico observador.
Con el más sublime desprecio
hunden el maxilar superior
en el opaco y sucio esternón,
mientras el maxilar inferior
yace en el frío lecho de rocas y líquenes.
Siendo impedidos de la risa por mutilación.
Oquedades y galerías forman su cuerpo
y en ellas el vacío avanza de manera lenta y paciente,
carcomiendo de adentro hacia afuera
porque ya con anterioridad (mucho tiempo atrás)
se pudrieron de afuera hacía adentro.

Esos nichos están fuera de la lucha,
sus pesebres ya no existen
(remembranza de una mentira hecha verdad
por generaciones de tradicionalistas)
pero persisten en ser fuentes
de un error continúo y desesperado,
ya sus secos pastos no alimentarán más caballos
ni darán de comer a los bueyes y mulas;
desamparando a los humanos
encargados a su cuidado
al nacer de compañías inferiores.

Huellas, solo huellas,
reviven la muerte de sus ideales más atávicos,
cohibido por prohibiciones complejas
que fueron en su momento consideradas sagradas,
aunque ninguna lo sea realmente.
Y sin embargo recuerdan el pasado
en medio de un silencio sepulcral
que grita mudo de desesperanza
con la oscuridad sofocando sus nubes de tormenta.

Ningún relámpago o trueno resuena
desde esas fantasmagóricas gargantas,
ninguna gota cae de los cielos, ningún río nace
y el mar muere irremisiblemente
a pesar de sus obstinadas convulsiones en la orilla;
en las riberas de la carne y el espíritu.
Símbolo de la vida futura y regeneradora.
Las olas, repetitivas y furiosas, aparentemente incansables,
no remedian nada en absoluto
y al final reina la calma en la catacumba.

Pero las hostilidades siguen y continúan,
ningún beligerante da su brazo a torcer.
No hay tregua, no existe el perdón ni la clemencia;
ni se pide, ni se otorga.
No existe otra salida sino la muerte.
Esa misma muerte que gobierna desde los nichos
y sus nidos de terror y pasión trasladada
hacía el desespero existencial del sexo aborrecido y morboso.

Crece el lodo cruel, inmisericorde,
como una bestia alimentada con el pánico,
ante el infiltrado y húmedo viento subterráneo.
Ya la guerra no es desigual, sin embargo,
aún así, su destino es incierto y su final no se vislumbra.
Mientras tanto nuevos nichos son instalados en el pasillo,
infectando las catacumbas
con nidos recién impregnados de perfumes tóxicos;
de amores inconclusos, de romances egoístas,
de idilios pasajeros,
de relaciones atormentadas por el deseo inacabado e inmortal,
dónde sólo uno es el perdedor
y los otros fueron bufones estériles
que todavía ríen y sonríen de las batallas de la muerte.

Aún ríen y sonríen
porque sus maxilares
aún están unidos a sus cráneos
y estos no han sido pulidos de adentro hacía fuera.
Yo les recomiendo a los nuevos habitantes
que no sufran por ellos (los vivos)
sino por ellos mismos (los muertos).
Ya vendrán algún día o alguna noche
y entonces veremos cómo su sonrisa
y sus dientes serán reemplazados
y separados por el vacío de adentro hacía fuera.

"Oh Luna! ¿Por qué tus lágrimas no tocan estos restos?
¿Por qué, blanca diosa de la noche,
no iluminas las almas promotoras
de la hipogea conflagración del pasillo?
¿Por qué razón, dime Luna,
si es que existe alguna,
no influyes benignamente
en la marea de sus pensamientos guerreros?"

Pero los reclamos no son respondidos,
la luna escapa muda por encima de nosotros;
muy, muy por encima.
Quizá esto se deba a nuestra condena
de actuar en silencio,
quizá los nidos seamos nosotros.
Nada se escucha
y de esta forma nada pasa
y nada ocurrirá mientras la lujuria enferme los nidos.

Y aquí, dónde los ángeles yacen muertos,
nada evita la podredumbre que nos ataca.
Aquí desaparecerán las figuras de aquellas personas
que creyeron ser buenos
pero no llegaron a serlo nunca.
Los supuestos inocentes viven su muerte
en este lugar y ya nada remediará esa situación.
El mal les otorgó nueva vivienda
y aquí estarán
hasta dejar de ser un vago recuerdo siquiera.
Jamás fuimos ángeles y este es nuestro pago.

Orlando Cordero.
17 de Mayo de 1998.

Foto original

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