El libro de alquimia | Relato |

in Literatos4 years ago

El libro de alquimia

   

    Yo dibujé el pentagrama. En cada punta Jon colocó una vela y Lisa las encendió, ella era la única de los tres con edad suficiente para comprar encendedor y cigarrillos. Saqué el libro del bolso, los ojos de Jon se abrieron como platos al verlo, esa vez, por alguna razón que no termino comprender, su cubierta brilló, emitió una luz rojiza propia a la vista de todos. Nunca antes lo había hecho, era casi como si supiera lo que ibamos a hacer.

    Lo encontré semanas atrás la oficina de mi padre luego de su funeral; mi madre y yo tuvimos que deshacernos de muchas cosas y, mientras registraba en un escaparate, este pesado y antiguo libro cayó del estante más alto. Al principio me pareció basura, de hecho creí que era una biblia, pero revisándolo un poco me di cuenta rápidamente de que no lucía como un objeto cualquiera. Hojeé superficialmente una que otra página esa noche y, en las siguientes, terminé pasando horas pegado a él, leyendo el contenido. Sabía que el manuscrito era especial, y lo comprobé cuando se lo mostré a mis amigos: me dijeron que no entendían lo que tenía escrito. No podían leer ni una palabra de lo grabado en sus hojas, pero yo sí. Lo entendía a la perfección.

    —¿Qué harás con el conejo, Dominic? —me preguntó Jon. Ignoré la pregunta.

    Me robé al conejo de nuestra aula el día anterior y lo llevé a allá con nosotros porque tenía que cumplir un propósito. Lisa encendió un cigarrillo, dijo que aquello sería una crueldad y una perdida de tiempo. Sin embargo sabía que no intentaría detenerme, a ella realmente no le importaba nada de lo que yo hiciera.

    Abrí una página, ya la había leído antes, muchas veces. Si todo salía bien tendría a mi padre de vuelta. Eso pensé.

    Recité las palabras apuntadas en el desgastado papel:

    —Una vida por otra vida. Principio del equilibrio. El sol sale el oeste y se oculta por el este, la noche llega antes del día, los viejos rejuvenecen y los muertos vuelven a la vida. —Para ese momento Lisa y Jon me miraban como si vieran a un fantasma en lugar de a mí.

    Dejé el libro en el suelo, saqué al conejo de la jaula y, con mi navaja, lo apuñalé repetidas veces. Jon chilló como una niña, trató de pararme, pero Lisa lo cogió por los brazos. Esparcí la sangre, que fluía a borbotones de su abdomen, sobre todo el pentagrama y arrojé el cadáver en el centro. Nada pasó.

    —¡Lo mataste! —espetó Jon, con lágrimas recorriéndole las regordetas mejillas.

    —Vamos, funciona, funciona, funciona, funciona —repetía yo, susurrando.

    Mi corazón latía con mucha velocidad, expectante. Sin embargo la emoción se diluyó y transformó fácilmente en decepción cuando el libro, aún en el suelo, apagó su brillo.

    —Vámonos de aquí —dijo Jon unos minutos después, esta vez sin llorar.

    —Sí, Dominic —replicó Lisa —. Lo siento por el conejo, pero ya estoy aburrida.

    En ese instante, justo cuando me resigné a que Lisa tenía razón, que hice llorar al idiota de Jon por nada, que solo había creído que quise creer y que no había forma de traer de regreso a quien se había ido, el libro me demostró, por primera vez, lo poco que conocía del mundo.

    Voló, literalmente se alzó del suelo y se mantuvo levitando, a una altura más o menos como la mía, unas páginas se desprendieron de golpe y mostraron el mensaje: «Una vida por otra vida».

    —¿Qué cara... qué pasa, Dominic? ¿Qué dice ahí? —Lisa empalideció.

    Jon otra vez tenía los ojos abiertos de par en par y la boca abierta. Noté el miedo en él, aunque intentaba disimularlo.

    —Una vida por otra vida —respondí. Creí saber qué significaba aquello, el conjuro consistía en sacrificar una vida para traer de la muerte a otro ser —. ¡Lo hice! —grité a las hojas, quizá podían escucharme, no perdía nada por intentar —. ¡Sacrifiqué una vida! ¡Ahora cumple tu parte del trato!

    Donde tracé el pentagrama, la luminiscencia roja que habíamos visto antes irradió con mayor intensidad y unos brazos negros atravesaron la madera del suelo. Un par de extremidades fantasmales que tanteaban el suelo, buscaban algo. Una de ellas cogió el cuerpo del conejo y se desintegró apenas lo tocó. Mientras todo esto pasaba los tres mirábamos en completo silencio. Se suponía que eso sellaría el trato, no obstante los brazos seguían allí, palpando la superficie.

    —¿Qué crees que estén buscando? —creo que Lisa lo presuponía y solo me preguntaba para tener una confirmación.

    —No lo sé —respondí. Sí sabía, di dos pasos hacia atrás y la cogí a ella del brazo.

    Los brazos saltaron por toda la sala hasta dar con el ser vivo que tenían más cerca: Jon. Lanzó un corto y ahogado alarido antes de volverse polvo, tal como el conejo. Lisa y yo nos quedamos parados ahí, embobados, sin tiempo de digerir lo que acaba de ocurrir porque justo después mi padre apareció detrás de la puerta contigua.

    —¿Dominic? —me llamó, claramente desorientado, con la voz entrecortada —. ¿Cómo lo lograste?

    Nos fuimos. Ese día me explicó qué era el libro, y por qué el conjuro no funcionó en un principio. «Para tener algo, a cambio primero hay que dar algo de igual valor, esta es la primera ley de la alquimia, y lo único tan valioso como un alma humana es otra alma humana» dijo. Él no estaba feliz por lo que ocurrió en la casa abandonada, por Jon. Yo lo lamento también, pero ahora tengo a mi padre de vuelta.

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Foto original de Pexels | George Sharvashidze

XXX

 

¡Gracias por leerme!

   

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Muy buenos relatos mi amigo, sigue así, saludos

¡Gracias! Qué bueno que te haya gustado. Seguiré escribiendo porque es lo que disfruto. ¡Saludos!

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Saludos amigo, excelente relato, logras captar la atención del lector y mantenerlo a la expectativa del desenlace final, creo que has hecho un gran trabajo narrativo con esta obra, te felicito. Nos estaremos leyendo próximamente.

Saludos, gracias por detenerte a comentar, aprecio tus palabras; y qué bueno es saber que logré mantener la expectativa sin caer en algo aburrido.

De seguro que sí, nos estaremos leyendo. ¡Saludos!