EL ROBLE DE LA COLINA

in Literatos3 years ago

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Fuente Pixabay

Son tiempos difíciles, el negocio iba lento, las personas pesimistas, estaba cansado de la rutina, así que decidí salir de vacaciones, para despejar mi mente de tanto estrés.

Viajé al pueblo donde nací, en la entrada hay un enorme árbol de roble, de tronco erguido y grandes ramas que se dispersaban formando una impresionante copa, su silueta le daba a la colina la imagen digna de una postal, era el punto de referencia obligado para cualquier visitante que quisiera llegar al pueblo.

Me detuve justo bajo su sombra, respire el aire más puro en años, el sonido de las hojas con el viento me resultó musical, acogedor, lleno de paz; mientras contemplaba su majestuosidad, me llamó la atención que fuera un árbol solitario, muy cerca del pueblo se extienden bosques con variedad de árboles, sin embargo, ese era el único roble en las cercanías.

A pesar de que pasé parte de mi niñez en ese pueblo, nunca sentí curiosidad por su origen, de hecho no recuerdo que haya sido un tema de conversación en mi familia, ni entre mis amigos.

Su presencia imponente, se daba por hecho, ya que desde siempre ha estado allí. Imaginé que lo había traído algún fundador del pueblo, desde algún nostálgico bosque, para sembrarlo ahí con el propósito de marcar la entrada del pueblo.

Seguí mi paso para recorrer las calles del pueblo, saludé a algunos vecinos que apenas me recordaban, de camino a casa de mis abuelos, pasé a visitar al señor Robert, mi antiguo maestro de primaria.

El señor Robert, se emocionó al verme, me invitó a tomar un té, para charlar un poco y ponerme al día, le acompañe con una condición, quería que me hablara sobre el roble de la entrada y me contó una historia, que me haría reflexionar:

Sabes, ese árbol es el último de un gran robledal que se extendía desde las laderas de las montañas hasta la rivera, ocupaba gran parte del valle, en esta zona donde hoy está el pueblo, había pequeñas parcelas para cultivo de hortalizas, hacia la salida del pueblo, había un aserradero artesanal y una carpintería, de hecho los edificios más antiguos aún conservan vigas hechas con los troncos de esos árboles.

Con esa imagen en mi mente le pregunté:

¿Qué pasó con ese bosque? ¿Lo destruyó un incendio o la tala indiscriminada? No vi ningún roble como ese en todo el camino hasta llegar aquí.

El hombre me dijo:

No, nada de eso, el robledal desapareció progresivamente, por una enfermedad, los árboles comenzaron a perder su follaje, las hojas estaban amarillas como quemadas y torcidas, los troncos se secaron y se hicieron quebradizos.

Durante años en el pueblo se decía que era un especia de maldición, o un hechizo, no dejaban a los niños ni a nadie acercarse al bosque.

Con el tiempo Los botánicos de ahora demostraron que fue un hongo, que consumió progresivamente, árbol por árbol y que aún sigue esos bosques, por eso no vez muchos robles como este por aquí.

Me quede pensando, mientras sorbía la taza té, imaginaba esa desolación, le pregunte a mi maestro:

Ese que quedó ¿cómo se salvó?

El señor Robert, buscó una vieja fotografía de un hombre posando con un azadón cerca del arbol, y me contesto:

Era un pequeño arbolito, un poco frágil cuando todo sucedió, un muchacho, hijo de los fundadores del pueblo, fue al bosque y a pesar de las advertencias, lo tomó del suelo, lo cuidó, limpio sus hojas, enderezó su tronco, se esmeró por protegerlo, cuando lo notó fortalecido, lo plantó en esa colina que ahora es la entrada del pueblo… ese muchacho era mi abuelo.

Sentí admiración por aquel muchacho, debió vencer sus miedos, se arriesgó a recibir un castigo por desobedecer, por lo que creyó era una casa justa, el anciano continuó, después de vaciar su taza de té en un sorbo.

Mi Abuelo me decía: Ese árbol está destinado a recordarnos que la abundancia, ni la fortaleza, son garantías de perpetuidad, toda su estirpe que por siglos ocupó grandes extensiones en estas tierras, desapareció. . . Pero también nos recodaría que podemos vencer los miedos, con perseverancia, sobreponernos a las pérdidas y empezar de nuevo.

Después de decirme esas palabras, mi abuelo me entregó unas semillas del árbol, me llevó al patio de la casa y me mostró unas macetas con pequeños arbolitos de roble, le daba uno a cada viajero que visitaba su casa, o con quien hacia negocios, con la finalidad de que lo sembraran en sus lugares de origen.

He seguido su tradición desde entonces, por eso me alegré tanto de verte, tengo justo un arbolito en su maceta para ti.

Fue el viaje de vacaciones más enriquecedor, que he tenido, me liberé de todo aquel estrés que tenía, sentí paz nuevamente en mi alma.

Recibí aquel presente con el compromiso que implicaba, ahora yo sigo una tradición que aprendí de mi maestro de primaria.

Tengo un negocio de productos agrícolas y un vivero, me va bien. Aquel arbolito que traje, es un robusto roble, a cada cliente viajero le doy una maceta con un nieto del majestuoso roble de mi pueblo, junto a una postal que muestra su esplendor lleno de esperanza.


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Gracias por leerme.

El Roble de la Colina, es un relato breve de mi creación.

Ramsés O Pérez G. Médico, escritor ocasional de narrativa ligera

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