Diario literario: 21 años (Primera parte)

in Literatos3 years ago
A los veintiuno mi temor más grande era parecerme a mi padre. En la dinámica de la terapia, cuando el paciente es enfrentado con sus propias palabras, por lo demás anotadas con rigor por el analista, surge una luz nueva sobre su pasado. De pronto, al oír su historia contada por otro, ese edificio de abstracciones que llamamos recuerdos se reorganizan, un signo o un gesto cobran un significado espectral, y brota una luz cegadora, hasta ahora inadvertida, y el paciente iluminado dice: ahora entiendo todo.

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Ahora entiendo que cuando me mudé a la residencia Santa María, estaba deprimido. La relación de mis padres acababa de implosionar, y la metralla del estallido era una constelación sobre mi cabeza. Mi casa, entonces, perdió la familiaridad cómoda e inherente a las casas, mostrándome, como una revelación, el páramo yermo de una realidad distinta: mis ojos se adaptaban a mirar por primera vez.

Sin advertirlo comencé a escapar a fiestas que se postergaban, yo luchaba porque se postergarán, hasta dos o tres días en casa de mis amigos. Pero mis amigos eran un refugio insuficiente. Ellos se habían concretizado; en cambio, yo estaba en plena época del deslumbramiento. Esta idea me costaba explicarla, y solo se la confiaba a Luis, sentado en la gavera junto al balcón, que buscaba entenderme.

La idea es la siguiente; en el liceo, en la infancia escolarizada, todos mis compañeros de clases eran pura potencialidad. Eran futuro. Eran multiversos. Eran dimensiones inexploradas. La felicidad solo existía en el cambio; un día hablábamos con un lenguaje inventado, insultante y retador, en contraposición con el idioma árido de los maestros; al día siguiente nuestras ideas eran otras, mucho más creativos, ágiles, graciosos; nuestro futuro era distinto. Los rasgos nos bailaban en la esencia, nada era perpetuo. Ahora, en cambio, mis amigos en la fiesta eran puro concreto, puro estancamiento existencial. Su único devenir era el presente, donde se extinguía con rapidez. Su esencia había desacelerado, tomando un ritmo más seguro y constante, pero menos único, y los rasgos se habían fijado. Yo aún vivía en el desconcierto.

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Luis no decía nada, pero a través de sus frases, pasame el hielo, ¿quieres fumar en el balcón?, ¿por qué dejaste la universidad?, en estos días vi a, me quería decir, en realidad, era que él también veía la esencia, pero ya no le importaba. El futuro no existe. El alma tampoco.

Porque mi idea también podía explicarse por la existencia del alma. En la Antigüedad el alma era un concepto ambiguo, con tintes religiosos y espirituales, pero era nuestra. Era un espacio propio donde uno se imaginaba con sus secretos. Pero para mis amigos, y un poco para mí, nacidos bajo un régimen que intentaba invadir todo, el alma, junto con esa idea de ser único, no existía. Todo tenía una explicación racional, pero las explicaciones siempre son tan aburridas.

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