Uno o dos recuerdos de Carmelo Ríos

in Literatos9 months ago

Carmelo Ríos nació en San Juan de las Galdonas, un pueblito en la costa del estado Sucre, Venezuela, en 1927 o 1928. Murió en abril de 2003. Fue un educador, periodista y activista político destacado. Escribo esta nota a propósito de la reciente aparición del libro Carmelo Ríos, Huellas de un sucrense en la política y el periodismo venezolano, escrito por su hijo Carlos Ríos Millán.

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Carmelo Ríos. Fuente

Conocí a Carmelo Ríos dos veces. La primera fue cuando un amigo me informó que El semanario de Oriente, un nuevo medio periodístico en Cumaná, estaba buscando un corrector. Mi amigo escribía regularmente allí y me recomendaría, si el trabajo me interesaba.

No hubo problemas en la entrevista con el director y dueño del periódico. Me encontré con un señor de edad mediana, educado y serio, pero amable, que me informó sobre el horario, sueldo y otras condiciones de trabajo. Por supuesto, ya conocía su nombre porque había sido gobernador del estado y presidente de la Corporación de Desarrollo de Oriente, un este del gobierno nacional.

El trabajo en sí mismo no era pesado, aunque se cumplía en unas condiciones un tanto extrañas. Estamos hablando de mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando las computadoras no eran nada habituales. Los textos del periódico se levantaban en un linotipo, una máquina que parecía sacada de una película steampunk, ese género retrofuturista, un monstruo que consumía y derretía plomo y vomitaba ordenadas hileras de palabras que luego se entintaban para producir un original que luego iría a fotomecánica. Cada corrección –una palabra mal escrita, sobrante, faltante, un punto, una coma de más o de menos– implicaba levantar de nuevo la línea en plomo y ubicarla en el lugar correcto.

Los títulos eran otra cosa. Había que levantarlos en el periódico Provincia en una máquina llamada composer (es posible que recuerde mal el nombre). Un mensajero llevaba una lista con los títulos y luego traía los textos levantados en un papel especial que se ennegrecía a las pocas horas. Había que recortarlos y pegarlos en la página correspondiente. Si tenían algún error, lo que era frecuente, el mensajero tenía que hacer otra vez el viaje de ida y vuelta. Como es fácil comprender, estos procesos, que ya para la época eran arcaicos, provocaban retrasos y lo común era que trabajáramos hasta la madrugada la noche anterior a la salida del Semanario.

Largas noches y despedida

Carmelo Ríos solía permanecer esas noches en las instalaciones hasta que el periódico estaba listo. Cualquiera podía notar que estaba molesto e impaciente, y no era para menos. Los retrasos costaban dinero, además de horas de sueño. Su figura más bien pequeña, muy erguida, se paseaba de un lado al otro del amplio galpón que funcionaba como taller. Aun así, mantenía bajo control sus emociones y sus expresiones, solo se permitía hacer algún breve comentario sarcástico. A veces me llamaba y me preguntaba qué pasaba, aunque lo sabía perfectamente.

Al día siguiente solíamos tener una reunión en las oficinas del periódico, que quedaban en un centro comercial en el que no había ninguna tienda, sino oficinas y un gimnasio. Ya para ese momento, Carmelo había recuperado su buen humor habitual. Las reuniones eran para evaluar el resultado de la semana, problemas, fallas y aciertos; y planificar el próximo número, pero pocas veces se llegaba a tanto.

En esas reuniones, que duraban tres o cuatro horas, nuestro director contaba una cantidad increíble de historias divertidas, casi todas referidas al mundo político. Poco a poco me fui enterando de su participación en sucesos que para mí eran “históricos”; es decir, lejanos y referidos a cosas que entendía poco o nada, pero que, de esa manera tan informal, iba asimilando. En medio de los chistes y las anécdotas exageradas, iba despertando en mí un genuino interés por lo que Carmelo Ríos contaba tan bien.

No todo era armonía y buen humor. Además de la corrección, yo había comenzado también a escribir para el Semanario de Oriente. Fueron mis primeros trabajos periodísticos y los hacía como mejor podía, y con gran seriedad. Creo que el problema fue ese. Demasiada seriedad. El ambiente distendido de aquellas reuniones me resultaba difícil de aceptar. En definitiva, me volví un incordio; criticaba todo lo que merecía ser criticado y lo que no, y al final, luego de un año de trabajar para él, Carmelo tomó la única decisión posible para librarse de un empleado fastidioso: me despidió.

Pasó más de una década en la que no tuvimos ningún contacto. Y luego me mandó llamar para ofrecerme trabajo como adjunto a la dirección del periódico. Fui a las oficinas, que ahora quedaban en el edificio San Ignacio, en la avenida Mariño. Como siempre, el trato de Carmelo fue cordial y respetuoso. El Semanario de Oriente había cambiado de nombre y de formato, ahora era Clarín. Y había computadoras.

Un nuevo comienzo

En ese momento comenzó mi segundo (y verdadero) conocimiento de Carmelo Ríos. Creo que él seguía siendo el mismo, alegre, casi siempre de buen humor, amable, pero yo había cambiado. Ahora estaba mucho más dispuesto a aceptarlo como era. Si al principio me habían fascinado e irritado por igual sus historias, ahora estaba más receptivo a lo que tenían de vital y divertidas. No quiero que se me entienda mal: no había nada de condescendencia en mi actitud; al contrario, estaba descubriendo lo que me había perdido antes, la enorme empatía, alegría de vivir e inteligencia que emanaba de su persona.
Por cierto que en esos años en los que llevamos adelante Clarín no faltaron discusiones y desacuerdos; más de una vez estuve a punto de renunciar y así se lo anuncié, pero él nunca lo tomó en cuenta, y con esa actitud desarmaba lo que no era más que frustración pasajera porque las cosas no salían siempre bien.


Portada del libro de Carlos Ríos. Fuente

Cada cierto tiempo, Carmelo me invitaba a almorzar en algunos de sus restaurantes preferidos. En esas ocasiones, los chistes y las anécdotas graciosas quedaban en un segundo plano y su palabra se volvía más reflexiva sobre la situación política del momento. La política regional, a la que había estado ligado durante tanto tiempo y tan profundamente, ocupaba buena parte de estas reflexiones en voz alta; y desde 1998, la política nacional, con el arribo de Hugo Chávez al poder, se convirtió en el tema principal, como le sucedió a todo el país. Creo, es más una intuición que una certeza, que si la vida le hubiera alcanzado, Carmelo habría terminado volviendo a la política activa dado el rechazo que le provocaba Chávez. Desde el principio tuvo muy claro el derrotero del proyecto chavista y se opuso con verdadera indignación a los planes de destrucción de la democracia que apenas se avizoraban.

Acompañé a Carmelo en la aventura de Clarín durante los siete años previos a su desaparición física. Puedo decir ahora que eso fue un privilegio. Por las enseñanzas recibidas, por el respeto y el afecto mutuo que fue creciendo con los años y el trabajo cotidiano. He terminado por hacer mías algunas de sus historias y sus expresiones, que guardo como un secreto, porque no puedo reproducirlas con la gracia y la elegancia con las que él lo hacía.

El libro Carmelo Ríos, Huellas de un sucrense en la política y el periodismo venezolano, de su hijo Carlos Ríos Millán, me trae a la memoria el tiempo que compartí con Carmelo, pero sobre todo me revela detalles entrañables de su infancia y juventud, así como de su vida hogareña y política. Es, para mí, un Carmelo desconocido en los detalles, pero ya familiar en su esencia. Es un libro sobrio y bien escrito que me provoca la fuerte emoción de uno o dos recuerdos recuperados.

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Saludos, @rjguerra.
Ha resultado muy interesante leer esta publicación, que me lleva a reflexionar en como viviendo en la misma ciudad, vivimos en mundos diferentes. Cuantas veces pudimos cruzarnos en el patio de Provincia, donde conocí a Lázaro Hernández, o en las escaleras del Edil. San Ignacio o el centro comercial C.
Cada uno en su mundo, compartiendo el mismo espacio, pero con intereses tan diferentes.

Un abrazo fuerte, estimado Señor.

Así es, estimado @felixmarranz, caminamos la misma ciudad durante años, décadas, sin cruzarnos. Sin embargo, me alegro de haber coincidido en estos últimos años contigo y tu gran familia varias veces.
Un abrazo.

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