Uno para todos

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(Image by freepik)

Un olor a moho y orín sofocaba el ambiente donde, alrededor de una escuálida mesa, tres hombres vestidos con el uniforme de la flor de lis, aguardaban tomando vino. Los otros tres llegaron a la hora pactada.

—¡Bienvenidos a nuestra humilde morada, caballeros! —dijo Aramis, poniéndose de pie y quitándose el sombrero. Athos y Porthos imitaron el gesto, pero con menos gracia. Robín Hood y sus dos aliados, Will Scarlett y Little John, apenas movieron las cabezas para responder el saludo.

—«Humilde», no sería el calificativo que yo usaría —le susurró Little John a Will al momento de sentarse, y este tuvo que acicalarse el bigote para ocultar la risa.

—¿Vino? —preguntó Aramis. Los de Sherwood asintieron y los vasos fueron servidos por Athos.

Luego del brindis, Robín apresuró las negociaciones.

—¿Para qué estamos aquí? —preguntó sin rodeos.
—Requerimos de cierto servicio —respondió Porthos.
—No somos una agencia de servicios, caballero —le aclaró Will con ironía.
—Lo sabemos —dijo Aramis— ¡Son... ladrones!
—Pero con ética —se apresuró a acotar Little John con aire ofendido y golpeando la mesa con el vaso vacío. Los tres mosqueteros rieron con sorna.
—Y nosotros somos caballeros del Rey, estimado… —refuto Aramis elevando una ceja.
Se hizo un largo silencio mientras las miradas se sucedían como a la espera de la comprensión de la frase dicha.

—¿Cuál es el trato? —Preguntó al fin Robín.
—¡Una coalición! —dijo Aramis al momento que servía más vino—. Conocemos la ruta que se usará para el traslado de una gran parte del tesoro francés la próxima semana. Nosotros... podríamos dar algunos datos al respecto sobre ese viaje a cambio de… ¿Cómo decirlo?
—Un pequeño favor —complementó Athos.
Will Scarlett se adelantó sobre la mesa antes de hablar:
—¿Debo entender que quieren, los honorables mosqueteros, que nosotros hagamos un trabajo sucio para ellos?
Porthos sonrió a carcajadas.
—Dicho así suena horrible, hombre, pero sí...
—Una muerte, solamente —le aclaró Aramis, con un tono de voz que buscaba restarle importancia al asesinato.

Robín Hood y sus compañeros intercambiaron una serie de gestos y miradas.

—Estamos de acuerdo en que el viejo Tuck no debe saber sobre esto —enfatizó Robín para sus amigos. Los dos asintieron. Entonces Hood habló con determinación.

—¿De quién se trata? ¿Cuál es el nombre del afortunado?

Esta vez fueron los tres mosqueteros quienes se vieron entre sí, cada uno buscando la afirmación de los otros, convalidando su célebre axioma de: «Uno para todos y todos para uno». Cuando estuvieron totalmente seguros de su decisióc, pronunciaron el nombre en una trinidad de voces:

—D’artagnan, así se llama.

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