RELATOS DE TURISUPI / LA VISITA A LA CALIDRÁ

in Literatos2 years ago


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Foto propia tomada con mi celular Vtelca

El miércoles fue el día de trabajar con la letra que sonaba como un mugido de vaca: la “m”.
Ese día conocieron la mayúscula y la minúscula. En unas revistas viejas que les entregó el maestro compitieron a ver quien lograba encontrar mas “m” en diez minutos. Las marcaron a color, las recortaron, las escribieron en el pizarrón y en sus cuadernos, vieron todas las posibles combinaciones de su sonido al juntarse con las vocales. Con la M mayúscula con su figura de dos altas montañas pegadas aprovecharon de hablar de montañas, cordilleras, de la cordillera andina y aprendieron los nombres de los estados de la región de los Andes con sus respectivas capitales. El maestro Porfirio dibujó en el pizarrón un M mayúscula gigantesca y en sus faldas les correspondió por turnos agregar elementos: unos dibujaron árboles, otros casas, otros más carritos – medio chuecos, pero bonitos – gandolas, hombrecitos hechos de puros palitos. Quedaron satisfechos con su “mural” como lo llamaba el maestro, quien guardó de nuevo en una bolsita de tela las tizas de colores con las que habían trabajado todos por primera vez. La hora de la salida fue un momento de descontento, hasta varios preguntaron si no podían regresar en la tarde.
El maestro los consoló con la promesa de llevarles de salida al día siguiente como premio por ser tan inteligentes y tan dispuestos a aprender. Les tocaba el difícil trabajo de lograr el permiso de sus padres para ir de paseo, en eso que el maestro llamaba una “Visita didáctica a La Calidrá”
Al día siguiente, sin embargo, llegaron todos con sus respectivos permisos escritos en hojas arrancadas a los cuadernos o en papel de envolver. Estos permisos fueron leídos detenidamente por el maestro quien luego, con mucho cuidado, los archivó en una carpeta.
Por la única calle del caserío pasaron los chicuelos en orden cerrado, En una juiciosa fila. Organizados por estatura, con el maestro a la final vigilando sus pasos y se dirigieron hacia La Calidrá, la única empresa cercana al pueblo. Una pedrera de donde se extraía cemento, arena, cal viva, piedra caliza, granito y mármol.
El maestro Porfirio les habló del valor del trabajo, con la cooperación del dueño de la pedrera, un amable caballero con el que conversara días antes y que les brindó una merienda consistente en galletitas y guarapo de papelón con limón muy frío, pudieron recorrer todo, pasar sus manos por las superficies del mármol mientras les mostraba de un libro grandote que llevaba las ilustraciones de unas bellísimas estatuas de mármol hechas por un señor llamado Miguel Ángel que tenía muchos años de muerto y que las hacía con un mármol llamado de Carrara en Italia, un país muy muy lejano.
Llegaron al lugar donde había una verdadera montaña de cal viva. El maestro les pidió se quitaran los zapatos y la subieran y bajaran corriendo. Así lo hicieron.
La visita culminó sin novedad alguna más que el haber salido de la rutina, y el musiú Mangione les regaló a cada uno un llavero con un trocito de piedra colgando y la letra C de “Calidrá” grabada en el centro.
Al día siguiente llegaron a clase incómodos y algo llorosos:
“Maestro…se me están pelando los pies”
“Los míos también se pelaron, maestro, mire cómo se me cayó la piel en la planta”

  • Esto no lo supieron en sus casas, los chicos sabían que se hablaba mal del maestro y no querían echarle leña al fuego-
    El maestro Porfirio les miró y quitando importancia al asunto les dijo simplemente:
    “Por eso les pedí que subieran descalzos el montón de cal viva, para que aprendieran que eso pela… Les aseguro que esto no se les va a olvidar nunca. Hoy vamos a conocer la letra P… miren…” A pesar del ardor en la planta delos pies los chicos disfrutaron su clase y regresaron a sus casas como siempre… entusiasmados por lo aprendido y deseosos de que llegara rápido la mañana siguiente para poder regresar a la escuela otra vez.

Habían pasado tres meses desde que llegara a Turisupi el maestro Porfirio.
Ese día llegaron los niños alegres a clase. El día anterior habían tenido un compartir y un acto cultural para celebrar que ya todos sabían leer ¡Y “de corrido”!
El maestro Porfirio les dijo que tendrían un “ágape”, les explicó el significado de esa palabra de origen griego y aprovechó de reforzarles sus conocimientos acerca de valores como la hermandad, la solidaridad, y la importancia de la ayuda y el apoyo mutuo.
En el acto cultural todos los niños fueron pasando por turno a la rudimentaria e improvisada tarima. Todos leyeron. Unos, cuentos cortos, otros, adivinanzas, y los dos chicos de sexto se lucieron con una lectura dramatizada gracias a la cual fueron muy aplaudidos.
Todos estaban sonrientes y orgullosos, menos la Srta. Marta, su anterior maestra, que no lograba desfruncir el entrecejo.
Sobre todo cuando en un momento dado, la mamá de Dailín dijo con la potente voz que la caracterizaba:

  • “Na’guará, maestro Porfirio, usted logró en tres meses lo que en tres años no se pudo: que mi Dailín aprendiera a leer. Ahora hasta le gusta hacerlo y yo que pensaba que era tapá’ pa’ eso y que nunca iba a aprendé’.”
    El maestro Porfirio le respondió, luego de dar una rápida mirada al rostro de la Srta. Marta, quien fuera maestra de Dailín en primero y segundo grado y le diera parte del tercer grado hasta que llegara él.
  • “No hay niños tapados, Sra. Anyi. Lo que sí hay son niños con diferentes velocidades de aprendizaje. Cada niño tiene su ritmo”
  • “Y usted puso a todos estos muchachos a bailar al mismo ritmo”
    Todos rieron. El maestro continuó:
  • “No, no podría ni acelerar ni desacelerar la velocidad de aprendizaje de cada uno, todo eso es natural. Un niño quizá esté listo para leer a los cuatro años y su hermano gemelo estará listo a los diez. Cada uno tiene su momento. Yo llegué justo en el momento que le tocaba a Dailín y a los otros y sólo me tocó regar una semilla que había sido sembrada y abonada por la Srta. Marta esos tres años que usted dice y que ya solo necesitaba de tres meses más para brotar.”
  • “Lo entiendo clarito, maestro, porque así es en la parcela: uno siembra caraotas y brotan rapidito y hay semillas que tardan semanas y hasta meses de riego diario y de desmalezamiento hasta que por fín salen”
  • “Y si un día antes de que salgan, llega alguien a la parcela a cuidarlas, las riega una sola vez y luego todas brotan…dígame qué pasó ahí, si fue magia o qué”
  • “Magia no fue sino que ya les tocaba brotar”
  • “Y dígame si el mérito fue del que llegó y regó un poquito o del que sembró, regó y cuidó por semanas”
  • “Del que se caló las verdes, profe, para poder disfrutar de las maduras”
  • “Ajá y acá, con los muchachos, dígame quién se ha calado las verdes, como dice usted”
    Todos dijeron a la vez:
  • “La señorita Marta”
  • Ëxacto, y vamos a dar un gran aplauso de gratitud a la señorita Marta que sembró, cuidó y cultivó tan bien estas semillas que, cuando les tocó, brotaron rapidito”
    El aplauso fue largo, la Srta. Marta enrojeció y, aunque trató de disimularlo se la vio muy satisfecha. El ceño fruncido no volvió a aparecer y el maestro Porfirio se veía como un poco menos echón y presumido de lo que le había parecido cuando lo vio por primera vez.

Pueden leer el capítulo anterior "La llegada del maestro Porfirio" haciendo click aquí