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Cada fin de mes, las amigas se reúnen para hacer cola en el banco y recibir el dinero de su Montepio. Hablan, ríen y hablan de los tiempos de la juventud recordando a los que ya se han ido. "Cuando tienes más de 80 años tienes más recuerdos que amigos", dice Ema riendo de buena gana mientras Doris coge su brazo para acercarse un poco más a la caja.
Ambos crecieron juntos en el campo cerca de Monte Alto. Se casaron con un par de hermanos y llegaron a Sabana hace más de 60 años cuando todo era sólo granjas y caminos de tierra. Sus maridos montaron un pequeño negocio agrícola que les permitió hacer crecer a la familia y les dio años de plenitud.
En esa fila que las unía cada mes, recordaban cuando se reunían el 18 de septiembre y montaban gigantescas ramadas junto a sus vecinos de El Olimpo y de la Rinconada, todos amigos, trabajadores duros que habían venido a cultivar la tierra y a formar una familia. Se rieron de la locura del Flaco Luis, y de las locas historias de La Taberna.
En esa media hora esperaron, hablaron del pasado, de su vida antes de convertirse en abuelas, enviudar y volver a vivir con sus hijos porque el dinero que recibían después de años de esfuerzo no les permitía mantenerse solas.
Estos fueron sus minutos para escapar del ruido de la ciudad, y volver a los vagones, el olor de la tierra húmeda y la madera, pensando en su amada juventud.
Siempre aprovechaban para hablar de todo lo que había cambiado el mundo, y de cómo tenían que adaptarse al ritmo de las nuevas generaciones, sin embargo, estaban orgullosas de sus hijos y nietos, y no dejaban de hablar de cómo eran su única y más preciada herencia de esos años de sudor y esfuerzo.
Se despidieron con un gran abrazo y hermosas palabras, esperando encontrarse de nuevo el mes próximo en el mismo lugar para volver atrás en el tiempo y recordar, aunque fuera por media hora, las alegrías de antaño.
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