Me he imagino anciana y desprovista de mis dones. Me he mirado con cara de duende, con ojos de enanos, con boca de mar. He visto mis manos llenas de caminos, de surcos andados, secos por el tiempo, sin esperanza de la lluvia.
Me he soñado entre luces de colores y también en pesadillas. Vestida de negro con voz de trueno y uñas largas. Con ganas de devorar carne humana para saciar la sed que ya no es mía. Una bruja con verrugas, sale y se apodera de mi mundo. Espera a la muerte sin reservas ni temores. Ella es sabia y transparente.
Hay veces que me imagino en un jardín de flores sonrientes. Llegan a mi, los personajes de mis cuentos para bailar al ritmo del tambor que late en el corazón. Son chiquitos y gigantes, son escurridizos y débiles, son mágicos y burlones. Brincan sobre mi cabeza y nadie más los ve. Con mis cabellos blancos me amarro a sus locuras, las mías... Ella espera la muerte con ternura.
He imaginado el último espacio de mi vida como anciana. Las dos almas que en mi habitan se estampan en sus imágenes. Una niña siempre viene a salvarme. La dualidad del camino encierra acuerdos que se enlazan. La loca y la bruja se besan y se acompañan. Las campanas suenan y ellas cantan la canción irreverente del vivir.
No hay una sola línea escrita que no haya tenido propósito. Lo aprendido, siempre valdrá la pena, si se lleva hasta una nueva encarnación. Mientras me acerco al abismo, me doy cuenta que no es el tiempo que me muestran. Habrá que seguir subiendo la cuesta hasta encontrarme con ellas. Un día, las abrazaré en silencio y partiremos en un baile que aún no conozco.
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