Levanta el rostro.
Clama…
Las heridas hacen arrugas de su piel. Un andar esculpido en el cuerpo se expone al tiempo. Cada segundo es un suspiro que indica el sonido del reloj.
La vida es un soplido ínfimo, el estornudo de un dios.
En sus manos de caracoles, se cuentan las lunas y los hilos de las atarrayas. La noche es su compañera y su amada. Sus ojos se parecen a las profundidades oceánicas.
Una serpiente mística en las olas le invita. Sonríe y la mira con amor.
El ronquido del gigante señala que el sol implacable vendrá de nuevo. Peces danzantes se acercan para escudriñar sus secretos. Las palabras de sus labios se vuelcan locas tras de ellos.
Hay encuentros que su naturaleza de sal ya no resiste…
Mira nuevamente a la serpiente, que con figura de mujer y voz de sirena le canta y le llama. Inclina la cabeza, la ambiciona,
la desea…
Respira y piensa en la historia que le aguarda en tierra firme. Se ha ido envejeciendo con el viento. Se ha ido olvidando del barro y del bullicio.
Se ha ido alejando de lo humano.
El silbido de la bruma le agita el alma. Ya no sabe si su ser es de carne o es de mares. Si su espalda es de vertebras o de escamas.
Ya no sabe, si llorar por su barco deshecho en la tormenta, o si es feliz entre las aguas...
