Las arepas de Daniel.

in HiveVenezuelalast year (edited)


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Basado en hechos i-reales.

Le pasó al amigo de un amigo

Para el año 1991, Daniel era un joven de 16 años que entrenaba fútbol en su comunidad y posee un porte atlético bien definido y con una estatura aceptable. Su plato favorito es la pasta con lo que sea o como sea, pero no pasada de cocción o “caratosa” como decimos en muchas partes de Venezuela. Es de buen hablar, modales moderadamente correctos y comportamiento ideal delante de los adultos. Sus defectos son muchos: caprichoso como nadie. Le gusta vestir ropa cara, sin importar el coste, pues eso se lo pagan sus padres; lo acostumbraron a hacer quehaceres sí y solo sí, hay pago por medio, aparte de su mesada que “nada tenía que ver” ni siquiera con ordenar y limpiar su propio “pajitorium”, perdón, habitación. Todo, absolutamente todo tenía que tener billete como premio. Incluso para estudiar y para las labores del colegio había que pagarle. Tenía tarifas para cualquier cosa que le ordenaran hacer. Para resumir la cosa, tenía más tarifas que prepago en tiempos de pandemia. Para comer es muy melindroso. No todo le gusta y no le come nada a nadie, pero eso va a cambiar. Porque la vida enseña, y de qué manera.


Vacaciones de verano.

¿Tenemos verano en Venezuela?

Llegado el mes de agosto, culmina el calendario escolar y la juventud en Venezuela se agolpa en los espacios de recreación dispuestos en su comunidad para quemar el tiempo de ocio sin supervisión de adultos. Con la libertad de hacer lo que sea, se disponen a jugar trompo, metras, armar papagayos, jugar una partida de futbolito, pelotica de goma, fastidiar en casa ajena; en fin, todo lo que les permita drenar y alejarse de los rigores de la sociedad dentro de la misma comunidad. Daniel, como todo adolescente, era inquieto y sucumbía a los comportamientos de sus amigos al conocer la soledad de una casa, bien sea porque, sus propietarios estaban laborando en ese momento o bien no se hallaban cerca; entonces juntos, rompía jardines o quebraba el vidrio de una ventana con una piedra; solo que una vez fue señalado de andar faltando a las normas y buenas costumbres de la sociedad (dime con quien andas y te diré quién eres), enfrentando entonces, el reproche del afectado vecino, más el de sus padres que al enterarse y quedar solos con él, le recriminaban el hecho de “andar con fulanito que es mala conducta” (mucho padres acostumbran a ver el problema en el hijo de otro), y poco o nada decían de su inapropiado comportamiento.
Sin embargo, gracias a la misericordia de lo no tan conocido que convenimos llamar Dios, Daniel nunca se metió en problemas graves, debido a que si algo realmente temía y eso se lo inculcaron sus padres, es que lo señalaran de ladrón, porque él no tenía necesidad de eso, o malandro, porque él no abusaba de la confianza de nadie. Así le decían una y otra vez sus padres. Comenzó a temerle a el vandalismo luego de ser acusado, ya que podían llamarlo de esta última forma y con justa razón: malandro… malandro… malandro...


Vientos de cambios...

En uno de esos momentos de ocio, escucha a sus amigos lanzar piropos a una joven de 15 años de edad, bien simpática que venía por su camino, empujando un coche con un bebé (no se alarmen, no es una luchona y su bendición. El bebé es su hermanito). Era una chica con un vestido descotado, de tela ligera, ceñido al torso, pero suelto de las caderas hacia abajo, donde se dibujaba un cuerpazo bien hecho en un metro y medio de estatura. Hombros delicados, cintura pequeña, caderas anchas, muslos y piernas proporcionales a las grandes caderas, unos senos firmes que vibraban con gracia al quiebre del vaivén de la zona media. La piel de color semejante a la del chocolate al setenta por ciento cacao; Labios gruesos, nariz fina, ojos grandes y negros, un cabello del mismo color de los ojos, de hebra fina y ondas que partían desde la raíz hasta la punta, además de largo como Rapunzel, y le olía rico. Además llevaba un perfume suave de tono dulce que el viento aparecía y desaparecía caprichosamente.


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Ella mantenía su mirada fija al frente, ignorando la retahíla de frases subidas de tono que, como si fuesen el llamado del macho dispuesto a cortejar a la hembra en celo, provenían del grupo donde estaba: Daniel.
Él se mantenía callado observando aquel monumento. Como se sabe de voz fuerte y clara, de mejor entonación al hablar y con la capacidad de hacerlo con los mismos códigos de comunicación de la clase social de la fémina que viene de frente; toma aire apresuradamente, hincha su pecho y de un brinco, se yergue sobre sus pies… El viento hace flotar su cabello largo y como emulando inconscientemente a un joven Simón Bolívar en el Monte Sacro, se prepara para decir algo y es entonces cuando esta chica, abandona su vista hacia el infinito horizonte y la clava justo en él con una mirada seria, arrebatándole el ímpetu y haciéndolo botar todo el aire ganado, para decir solamente “Hola”, y tirarse un peo que afortunadamente la chica no escuchó, pero sus amigos si. Esta hace una mueca de indiferencia y sigue su camino. Mientras todos los que presenciaron el acto varonil y esperaban algo más de él, comenzaban el chalequeo (en aquel tiempo no existía el bulliying. Era menester aguantar la chanza sin molestarse, porque el que se molesta tiene doble trabajo).


El re-encuentro.

A Daniel no le importó, en fin, “es mejor perder un amigo, a perder una tripa”, así decían.
Se sintió cautivado, porque le gusta el chocolate… Nuestro libidinoso adolescente se ha enamorado y no lo puede ocultar y menos con el pantalón corto que llevaba en ese instante.

Casualmente la chica era familiar de unos vecinos cercanos con quienes él se llevaba muy bien y le tenían mucho aprecio. Entonces comenzaron los acercamientos, las conversas y el tiempo necesario para que terminara dándole el “si” a su propuesta de ser novios.
Inmediatamente, nuestro cuasi simpático amigo comenzó a frecuentarla en su casa. Se cortó el cabello dejando de parecer un hippie, pero al estilo "Waperó" de La Radio Rochela. Comenzó a ser más responsable, pero aún había detalles de su personalidad que debía trabajar para encajar mejor en la familia de la chica a la que pretendía. Por ejemplo, a Daniel como niño malcriado no le gustaba comer arepas, porque las tenía que tomar con las manos y eso no iba con él, ya que se ensuciaría; tampoco le gustaba comer huevo en ninguna presentación; aunque en su mente se habían fijado durante su infancia los sabores de dos platos que nunca dejaría de comer hasta el momento de su muerte: el primero, una ensalada que su abuela preparaba de verduras cocidas que llevaba huevo sancochado y el otro es el sabor de la arepa con margarina, jamón y queso de mano, acompañado de una buena taza de café con leche, bien cremosa y con un ligero toque de sal.
Por cierto, la arepa con ese relleno, siempre escurre suero y margarina y terminaba empapándole las manos...
¡Vainas de Carajitos!


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Así como esta arepita que tomé de internet.


Mientras tanto, en otra dimensión que él no conocía...

En la casa de la novia siempre preparaban arepas para la cena: fritas, asadas, dulces, saladas, grandes, pequeñas, etcétera y adivinen cuál era el relleno de esa arepa... ¡Yes bebeses! Huevos en cualquier presentación: perico, con chorizo, con jamón, con mortadela, revueltos, tortillas y demás inventos que pudieran servir. En esa cocina los olores eran fantásticos, pues la madre de su novia era una experta cocinera y sabía combinar muy bien los alimentos para obtener las mejores fragancias al momento de la cocción, que hacían agua la boca de cualquier comensal y Daniel no era la excepción, pero.. tampoco es cualquier comensal.
Todas las noches su olfato percibía los aromas provenientes de las técnicas de cocción de la señora y la boca se le inundaba, el estómago le tronaba, pero, cuando esta le ofrecía un par de arepas, el muy soberbio las rechazaba con una sonrisa y voz candorosa diciendo: “No, gracias.”
Y si las quería… Si las quería… Porque, ¿A quién no se le despierta el apetito cuando sofrien cebollas y ajo, por ejemplo?


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Pasó algo más de una semana y siempre lo mismo. La señora por cortesía le ofrecía su par de arepas rellenas y este maleducado, las rechazaba. Creo que era pena de ser un desastre comiendo con las manos.


Final de telenovela...

Un día la mama le dijo a Daniel: “hijo amado, si vas donde tu novia, come allá que no hemos hecho mercado y me duele la cabeza”.
“Está bien mamá”
fue la respuesta de Daniel.

Este se preparó mentalmente para comer arepas con huevos, ya que llevaba días pensándolo. Lo que no hacía en casa y que con mucha malcriadez le rechazaba a su madre con la complacencia de su padre, pues como reza el refrán: “mapurite sabe a quien pea”. Ese día llegó temprano a casa de la novia. Su mente tenía fija las dos arepas con lo que vinieran. Había sido mucho tiempo de autocensura arepera y ya estaba dispuesto a comer como un desgraciado por dentro, pero bien portado por fuera, como “el otro yo del Doctor Merengue”.
Se sentía listo para iniciar una nueva experiencia, al igual que su estómago para recibir el premio. Llegando a casa de la novia, fantaseaba con el sabor que dice él que no conocía y las glándulas salivales comenzaron a trabajar, y en su éxtasis saboreaba “lo desconocido” como si lo conociera y anhelara. Y era posible que lo conociera, pues al terminar la cena que él siempre había rechazado, salían juntos a dar un paseo y así darse los besos. Entonces podemos inferir que había probado las arepas con los preparados de la suegra en cada beso que recibía.

La señora comienza a cocinar y a un mismo tiempo empieza la prueba de fuego para Daniel, decir “si, gracias” era lo que se repetía mentalmente, una y otra vez y sin pausas, como haciendo caligrafías mentales, para romper con esa mala costumbre de rechazar los alimentos y finalmente proceder a degustar el placer de las arepas rellenas de la señora de la casa, pero esta vez de forma directa, no por recado.
Media hora después, la señora da inicio a la penúltima fase: repartir los alimentos (porque la última es limpiar todo para disminuir la aparición de chiripas, cucarachas y ratones en la cocina). Primero saca las del esposo y se las entrega bien resueltas, este las toma y se va a la sala de estar a continuar viendo el partido de béisbol, no sin antes hacerle caras al pretendiente de su hija; Daniel esta vez lo ignora porque está pendiente de sus arepas y observa de soslayo intentando disimular su desespero.
Luego la señora saca las de la cuñada de Daniel, la hija mediana que se sienta en la mesa frente a él y posteriormente, las de su hija mayor (la novia de Daniel), que estaba a su lado; al chiquito no le da, porque tiene pocos meses, mientras él se mantiene paciente... esperando...

El oxígeno que entra en su cabeza es poco, porque el aire está impregnado de aquel fantástico aroma. Observa cuando colocan dos arepas bien rellenas en un plato e intuye que son las de él; su emoción llega a niveles nunca alcanzados, ni cuando hacía el gol de la victoria para su equipo.
Sabe que debe reprimir esas emociones y comportarse decentemente, pero aquello era una locura nunca antes vivida por él.
Inmediatamente continúa repitiendo su caligrafía mental: Si, gracias; si, gracias; si gracias, como meditámbulo, para no volver a cagarla…
Y la señora vira hacia la mesa, hace una pausa y lo mira fijamente, pero como desconfiada.
Daniel sabe lo que está pasando, pero se siente preparado para el: “si, gracias”, con toda confianza en si mismo.
Todo ocurre en cámara lenta a pesar del corto recorrido que hay entre el mesón de preparar los alimentos y la mesa dispuesta en la cocina, donde espera como gato que simula estar indiferente a su entorno. La señora da pasos normales, pero para Daniel tarda demasiado, pareciera una tortura; un acto de venganza por sus continuos “No, Gracias”. Él siente que la señora sabe que quiere comer arepas. Esta se acerca aún más dando sus pasos normales y el cerebro de Daniel mitiga los demás sentidos, al punto que no escucha nada de lo que le dice la novia durante la cena que había comenzado. Toda su concentración estaban en las arepas que traían para él y que debía responder “si, gracias”. Ese era su único objetivo para la gloria en ese momento, más que la novia; la responsable de que él tuviera la oportunidad de vivir ese presente… esa realidad.
La señora se detiene, pone el plato en la mesa; él gira la cabeza hacia ella y la mira con una sonrisa forzada y se dispone a estirar los brazos para alcanzar el disco de porcelana donde yacen sus arepas y esperar a que ella termine lo que va a decir, para él soltar su bien ensayado “si, gracias”, que tiene en la punta de la lengua. Y al mismo tiempo que la señora se sienta le dice: “a ti no te voy a ofrecer un coño, porque tú nunca quieres nada”.
Y él con la misma sonrisa y mirándola como un güenvonsototote le responde: “si, gracias”.

¡Nadie entendió!

Ese día el papá de la novia no tuvo que correrlo como todas las noches. Él se fue solito a su casa temprano… ¿Y saben qué? ¡Con hambre!
Nunca pudo comerse las arepas de la madre de la novia, al igual que nunca pudo comerse a la novia…

Pobrecito Daniel, eso le pasa por pajúo. Pero aprendió a que no debe despreciar los alimentos que le ofrecen.


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-Fin-

Nota Final:
Las imágenes son tomadas de internet y las empleé para adornar el escrito, editándolas un poco para dar un poco de jocosidad. Al darle click a cada una va a ir a la dirección correspondiente. A excepción de mi logo.
Espero les agrade.

Saludos y bendiciones.
Sigan hermosamente guapetones.
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Siempre alummno en todas mis rrss. Si, con doble "m".

Sort:  

Daniel que sufrición, nojodas esa novia no estaba tan apetitosa.
hombre empepao se come hasta las lentejas ( que ni le gustan) 😂🤭😂🤭, por eso es que comen las caraotas con azúcar, por que la suegra las pone como corn flakes.

Jajajajajaja.caraotas dulces es ambrosía, simple mortal... Respeta a el alimento de los dioses, ¡Enguayucada!

Y Daniel,bueno... Aprendería la lección...


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