La juventud de la mujer barbuda (fragmento de novela inédita). Un post por la salud de Guillermo

in HiveVenezuela4 years ago

Estimados amigos de Hive. Este post tiene un motivo especial: difundir la situación de mi amigo Guillermo García Campos, una importante figura de Cumaná, en Venezuela. Guillermo es sociólogo, locutor radial, gerente cultural, y un defensor de la democracia y la ciudadania. Actualmente se encuentra hospitalizado por una neumonía grave. Los gastos médicos son, para cualquier venezolano, exhorbitantes. Por eso, siguiendo una iniciativa de @adncabrera, cuyo post pueden consultar en el siguiente enlace, donaré lo que recaude este post para su salud. Al mismo tiempo, invito a quienes quieran sumarse a esta iniciativa (bien con un post, bien con una donación directa) a que lo hagan.
Al final de esta publicación, dejare los datos para quienes quieran hacer directamente sus donaciones.
Muy agradecido.


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En ese momento apareció la dueña de la pensión desde una puerta situada a la derecha de donde me encontraba. Supe enseguida que era la dueña por el aura de autoridad que la rodeaba. No fue su estatura imponente ni su corpulencia, que no era gordura exactamente, lo que captó mi atención sino el contraste de la dulzura de su mirada y lo poblado de su barba. Era una barba muy bien cuidada, de una negrura impecable, como la de un almirante del siglo XVIII.

–Venga, venga conmigo. Acompáñeme –dijo, tomándome de la mano como se haría con un niño pequeño o con un viejo amante. Yo no era ninguna de las dos cosas, pero no puse ninguna objeción a su conducta, que en otras circunstancias me habría parecido impropia, pero que en estas –la necesidad de alejarme de las inquisitivas miradas de los estudiantes que habían comenzado a llegar a la pequeña sala de recepción de la pensión como moscas atraídos por un pastel de miel– me resultaron justas y necesarias.

Nos sentamos codo con codo en un sofá de rayas verdes y rojas.

–Tal vez se pregunte por qué estoy tan triste.

Yo no había pensado preguntarle eso –en realidad, no había pensado en nada–, pero ahora que lo mencionaba, consideré que, en efecto, su mirada, además de dulce y acogedora, era única y triste.

–¿Puedo contarle mi historia?

En ese momento yo no esperaba otra cosa. Incluso me había olvidado de mi amiga, aunque llegó fugaz a mi mente, como el aleteo de una mariposa que percibimos con el rabillo del ojo.

–Nací en estas mismas calles, con el olor del mar y el de las embarcaciones, las pequeñas de los pescadores y los grandes barcos de mercancías, siempre presente. Para mí eran una misma cosa. El olor limpio de las aguas, que viene de sus profundidades, y el otro, no precisamente sucio ni ajeno ni extraño, porque como le digo eran una misma esencia, pero sí diferente, como una segunda voz en una canción, hecho de combustible, madera, metal y sudor.

Las mujeres que crecemos junto al mar no somos iguales que las de tierra adentro. Y me refiero a las que vivimos en la misma ciudad, porque no es lo mismo ser hija o esposa de un pescador o un marinero que serlo de un buhonero, un abogado, un maestro o un médico. Aunque vivamos en la misma ciudad. Una mujer puede ser cualquier cosa, tener cualquier profesión sin embargo, no hay mujeres pescadoras, y casi ninguna navega como parte de una tripulación; al menos, no aquí; en otras partes puede que sí las haya pero yo no las he conocido.


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Las mujeres de aquí, en esta orilla del mar, nos acostumbramos a esperar. Esperamos del mar lo que deba traernos; comida, dinero, regalos, muerte. El mar es el camino por donde vienen y van las buenas y las malas noticias. Fíjese que antes de cumplir siete años ya había perdido a dos hermanos, y en los años siguientes perdería algunos primos en esas tormentas imposibles de pronosticar, en los ataques de piratas para robar motores y carga o en las guerras del narcotráfico.

Y sin embargo, mi padre, y antes que él, mi abuelo, nunca dejó de ir a pescar por esa circunstancia. Era el destino y se afrontaba con mayor o menor entereza, pero igual había que continuar faenando. Las mujeres teníamos nuestras propias tareas y asumíamos esas pérdidas de otra manera. Como le digo, las cosas llegaban y se iban por esos caminos de agua.

En ese tiempo yo aún no era como soy ahora. No fue sino hasta que cumplí los trece años cuando me comenzó a aparecer el vello en la cara. Fue algo repentino. Un día desperté con una sombra que cubría mis mejillas y mentón, y al siguiente ya era una suave barba negra. Mi madre se asustó mucho. A mi padre no pareció importarle; ni se alarmó ni se entusiasmó. Tal vez pensó que era una ironía del cielo enviarle una niña barbuda a cambio de los dos varones que le había arrebatado. Quién sabe. Hace ya tiempo que dejé de preguntármelo. A mí, en cambio, me gustó mi aspecto. Le daba carácter a mi rostro, me parecía. Lo hacía más interesante, más adulto; si no revelaba, al menos proporcionaba la apariencia de un mayor conocimiento de la vida.

Porque usted debe saber que las niñas que crecemos a la orilla del mar aprendemos a conocer con rapidez los misterios de la vida. Y no me refiero al lenguaje de los seres marinos, el viento y las olas y otras ridiculeces que los poetas inventan. Hablo de los misterios verdaderos del sexo, la procreación y las relaciones entre los hombres y las mujeres, o entre los hombres y los hombres y las mujeres y las mujeres, que para el caso es lo mismo. Pero aun así tenía trece años y no lo sabía todo, aunque sí mucho.

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Muy interesante el fragmento que has publicado @rjguerra, Me parece muy acertado y despierta la curiosidad de saber qué va a pasar. Excelente iniciativa para colaborar con el amigo Guillermo García Campos Juntos podemos lograr que todo sea posible.

Noble gesto para quien lo merece tanto, @rjguerra.