Hola comunidad de Hive,
hoy tuve que realizar un trámite en la ciudad de Banfield y viajé hasta la estación de trenes en colectivo.

Al llegar, tuve que cruzar de la parte este hacia el oeste por una escalera que pasa sobre las vías del ferrocarril.
Mientras caminaba por la vereda, comencé a ver murales de un artista muy querido por la gente, alguien que vivió sus últimos años en esta ciudad.

El 19 de agosto de 2025, para conmemorar sus 80 años, se realizó una serie de murales que recordaban su carrera.
Esa caminata, simple y casual, me trajo a la memoria una historia que quiero contar a mi manera.

Sandro fue un chico de barrio con sueños grandes.
Nació en Parque patricios Buenos Aires, Argentina, se crio en Valentín Alsina, entre calles de tierra y guitarras prestadas, donde la música era refugio y fuego al mismo tiempo.

Con sus amigos formó Los Caniches de Oklahoma, una banda que no buscaba fama sino escape: tocar, sentir, respirar algo distinto a la rutina del conurbano. Con un tema llamado: " comiendo donas calientes bajo el puente Alsina" .
Allí empezó la chispa, el fuego que después incendiaría escenarios y corazones.

Dicen que Sandro era como una flor que crece entre el asfalto.

Una flor que nadie esperaba, que brota en medio del ruido y el humo, pero que igual florece.
Esa flor tenía perfume a rebeldía, a ternura, a deseo.
Su voz mezclaba lo sagrado y lo profano, lo callejero y lo poético.
Era la voz de quien sabe mirar el mundo con amor, incluso cuando duele.

Carl Jung escribió alguna vez: “el encuentro de dos personas es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman.”
Sandro era esa reacción transformaba todo lo que tocaba: el escenario, la mirada del público, el aire mismo. Cantaba con el cuerpo entero, con la piel, con la respiración.
No interpretaba canciones, las vivía.

Su empatía era real, no venía de la fama ni del artificio, sino de haber conocido la necesidad, el miedo, la soledad.
Esa experiencia lo hacía cercano, humano, accesible.
Las mujeres lo amaban no solo por su elegancia o su voz, sino porque él las veía de verdad, con respeto y devoción.
Y los hombres también lo admiraban, porque detrás del brillo había un tipo de barrio, sensible, trabajador, sin dobleces.

Con el tiempo, el pibe de Valentín Alsina se transformó en un símbolo.
Hizo películas, llenó teatros, cruzó fronteras.
Pero nunca dejó de ser Roberto Sánchez, el chico que cantaba desde el alma y que creía en el amor como una forma de revolución.

Hoy, al ver su imagen reflejada en las paredes de Banfield, entendí que los mitos no nacen de la distancia, sino de la cercanía.
Sandro no está en los templos de la fama, sino en cada historia que aún lo nombra, en cada corazón que late un poco más fuerte cuando suena su voz.

Su fuego sigue vivo, como esa flor que nació en el cemento y que todavía perfuma el aire del sur.
Nietzsche decía que “quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo.”
La rosa que simboliza a Sandro representa justamente eso: el porqué.
Es la belleza que se atreve a existir en medio del dolor, el deseo que no se rinde frente al tiempo.
Perfuma los aires del sur no por ser perfecta, sino por recordarnos que la vida —como el amor— siempre florece, incluso sobre el concreto.


¡Qué buenos los murales camino a la estación! 🎨 Un gran artista local. 😉
Ídolo de multitudes, aún hoy sus "nenas" lo recuerdan permanentemente, como los murales de Banfield.