Era un noctámbulo.
Poeta de media tinta sin tinta para hacer poesía.
Poeta no era amigo de la fortuna. Si para obtener la magia de las musas había que sufrir por amor, Poeta no era el favorito de las diosas del arte.
Desdichado incluso en su falta de desdicha.
De raídas ropas y pobre vestir.
De trabajoso caminar y agotada mirada.
De mente ocupada en estrambóticos pensamientos. Éste era Poeta.
El que al ponerse el sol buscaba su luz.
Él trataba de vivir mientras tú tratabas de dormir.
Entre el jolgorio y alegría típicos de la gente de vida nocturna buscaba él su amor platónico, por el que llorar y sentirse desdichado. Y aunque mujeres bellas y pomposas se acercaron a su bragueta, jamás se aceleró su corazón con un cruce de miradas.
Todas las noches acababa irremediablemente hastiado de la misma noche.
Y cada noche marchaba, después de horas de contemplación bacanal, cogido de la mano de la desazón, al casco antiguo.
Y cada noche coqueteaba con la tristeza mientras contemplaba, sentado en la muralla, la belleza de esa noche que tanto deseaba le inspirase y tan negada era a separar sus piernas para él.
Y cada noche lloraba, deseando sentirse deseado por sus deseos.
Y en una de esas noches, en las que intentaba sin éxito forzar sus lágrimas, bajó la mirada, olvidándose un instante de las perladas estrellas y la nívea luna.
Y su corazón se aceleró.
No fue un cruce de miradas ni una sonrisa extraviada, eso le habría matado.
Fue Belleza singular y sin igual.
Belleza bailaba en el centro de la vieja plazoleta del casco antiguo.
Poeta se levantó de su asiento y corrió por las estrechas callejuelas en pos de su fortuna, su musa, su inspiración.
Si conseguía de Belleza su amor, Poeta sería feliz.
Si no conseguía su amor, de su desamor sería auténtico Poeta.
Jadeando llegó a la pequeña plaza y se la encontró vacía, oscura, triste. Tan solo había un estanque, de limpias aguas pero tan vacío de vida como el resto de la plaza.
Decepcionado decidió irse a dormir.
La siguiente noche no se mezcló con la masa borracha, deseaba emborracharse de Belleza.
Se sentó en las murallas y eludió con su mirada las rutilantes estrellas que clamaban por su atención.
Sus ojos buscaron la pequeña plaza y esperaron ansiosos que Belleza apareciese.
Y Belleza no se hizo de rogar.
Inmaculada y etérea apareció de la nada.
Si perlas eran las estrellas, estaba Belleza engalanada de constelaciones.
Si nívea era la luna, Belleza era el duro invierno de cristal.
Deseó Poeta que ella le viera, que unos ojos de color cielo le fulminasen y así morir de amor.
Pero Belleza jamás le miró, ni esa noche ni ninguna.
Y si Poeta bajaba a la plaza, Belleza ya no estaba.
Belleza era esquiva y egoísta, no deseaba que nadie contemplase su esencia.
Belleza solo aparecía en las noches claras y en esa plazoleta.
Poeta la buscó un día tras otro. Investigó, preguntó y nadie supo darle respuesta.
Belleza era desconocida en este mundo.
Acabó Poeta haciéndose amigo de la paciencia y empezó a buscar menos a Belleza, dedicándose más a su contemplación.
Se decía que Poeta enloqueció.
Que Poeta pasó a ser Demente.
Que Demente hablaba solo y apenas comía.
Que Demente pasaba el día escribiendo con tiza en las paredes.
Que Demente pasaba la noche en vela, mirando el reflejo de la noche en un estanque…
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