Los restos del día (Libro): un iceberg literario

Debido al infame escándalo que envolvió a la Academia Sueca, responsable de designar la Premio Nobel de Literatura, durante el año calendario de 2018 no se entregó tal galardón. Al año siguiente se entregaron dos para compensar la ausencia anterior, pero previo a ese escándalo, el último ganador del premio fue el escritor inglés, de origen japonés, Kazuo Ishiguro y una de sus obras indispensables es precisamente The remains of the day, traducida como Los restos del día.

A primera vista, la historia parece aburrida. Ambientada en Inglaterra a mediados de los años cincuenta, la novela cuenta la historia de Stevens, mayordomo de Lord Darlington durante más de treinta años. Cuando comienza su relato, el propio Stevens cuenta que su señor murió hace pocos años y la mansión, Darlington Hall, pertenece ahora a un norteamericano adinerado, Mr. Farraday. Con la insistencia de su nuevo patrono de que se tome unos días de vacaciones mientras él vuelve a los Estados Unidos brevemente, Stevens se dispone a hacer un viaje para visitar a Mrs. Benn, quien fuera tiempo atrás el ama de llaves de Darington Hall, cuando ambos eran más jóvenes y ella respondía al nombre de Miss Kenton. Resumido de esa manera, puede surgir la pregunta, ¿qué puede tener de interesante la vida de un mayordomo inglés, viejo, que realiza un viaje solo por la campiña inglesa? Es allí donde entra la maestría de su autor.

Ernest Hemingway fue célebre por muchas cosas, entre otras por la conocida teoría del iceberg reflejada en sus cuentos, en los cuales había algo mayor, algo que no se decía, que no estaba en la superficie y sin embargo le otorgaba trascendencia a la historia. Eso mismo está presente en las novelas de Ishiguro, al menos en las tres que he leído .
Stevens en un mayordomo un tanto clasista, orgulloso de su profesión, con un profundo respeto por ella y por sus tareas. Al relatarnos las glorias pasadas de Darlington Hall (el tiempo no lineal es otro de los sellos de Ishiguro) cuenta sobre las reuniones que celebraba su señor con otros personajes influyentes de la época. Lo que ni Stevens ni el autor nos cuentan abiertamente es que estas tertulias buscaban levantar el tratado de Versalles y ser amables con el pueblo alemán, tan golpeado tras la primera guerra mundial, y con sus autoridades, encabezadas por un tal Adolf Hitler. Es la década de los treinta y el partido del Führer comienza a ganar poder e influencia en Europa; los Lords ingleses no lo saben, pero en su afán por buscar justicia ante un tratado que les parecía desalmado, están apoyando el surgimiento de un tirano que conducirá al mundo a una guerra devastadora.

Pero Stevens no lo cuenta porque no se entera. Su dignidad de mayordomo y el celo que tiene de su profesión le hacen proclamar con orgullo “Yo sólo me limité a los asuntos que eran de mi incumbencia”. En boca de los amigos de Lord Darlington leemos que la democracia es obsoleta, que “No se le puede pedir al hombre de la calle que sepa de política, economía, comercio mundial” y de alguna manera debe buscarse librarlo del peso de tener que saber sobre todas esas cosas, delegando la responsabilidad del destino social a quienes sí están aptos para la tarea. Como si estuviese ambientado en la actualidad y no en la primera mitad del siglo pasado, la novela dice:

“…las decisiones importantes que afectan el mundo no se toman, en realidad, en las cámaras parlamentarias o en los congresos internacionales que duran varios días y están abiertos a la prensa. Antes bien, es en los ambientes íntimos y tranquilos de las mansiones de este país donde se discuten los problemas y se toman decisiones cruciales”

Sin embargo, las implicaciones políticas de la trama subterránea no es lo único oculto bajo la superficie de la novela. Desde el instante en que conoció a Miss Kenton, el mayordomo la trató con distancia profesional y sus conversaciones siempre pulularon alrededor de horarios, tareas y problemas domésticos, pero poco a poco, va surgiendo en nuestro mayordomo un sentimiento que lo hace callar, que le cambia el humor y que lo empuja a hacer ese viaje de días sólo para ver a la ahora casada Mrs Benn. Stevens dice “cuando una persona comienza a indagar, con la perspectiva que dan los años, qué momentos en el pasado han sido trascendentales, lo normal es que los vea por todas partes”. Tarde, se da cuenta de que amaba a Miss Kenton. Ella lo sabía y también lo amó. Él no supo verlo, cegado por su orgullo profesional y recién ahora es que reconoce un sentimiento que sin embargo no nombra en ningún momento.

Toda esa pasión contenida, nunca expresada abiertamente, fue llevada al cine en la adaptación de la novela con dos actores a la altura del desafío: Anthony Hopkins y Emma Thompson.
Lo mejor de la novela y del estilo de su autor es que parece estar contando algo sencillo, llano, cuando en realidad, por debajo, se entretejen otras tramas más profundas que son la verdadera esencia del libro. Las tareas cotidianas de Stevens y el relato de su solitario viaje ocultan el trasfondo político y sobre todo el núcleo romántico de una historia que se queda en la memoria de quien la lee. Ishiguro escribe “Después de todo, no se puede hacer retroceder el tiempo” lo que resulta bastante obvio, pero unas páginas más adelante, agrega “¿Qué se gana con estar mirando siempre atrás? ¿con culparnos del hecho de que la vida no nos haya llevado por el camino que deseábamos?” Quizás para la vida diaria, no sea útil, pero la buena Literatura está imbuida de memoria, ¿qué se gana con estar mirando siempre atrás? Se ganan historias, se ganan buenas novelas como esta.

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Me encantó la película, la actuación de Emma Thompson y de Anthony Hopkins es magistral, cierto es que su desarrollo es lento pero concuerda perfectamente con las necesidades narrativas. Tampoco he leído el libro, debería encontrar algún momento para hacerlo.

Totalmente. No se me ocurren dos actores capaces de encarnar a esos personajes de mejor forma. Intente conseguir el libro, es una gran novela. Saludos y gracias por leerme.