No voy en bus voy a pie

in #merida6 years ago
Sorprendida salgo a la calle y me dirijo con paso pausado a la parada de autobús, pasan los primeros diez minutos, veinte minutos y cuarenta y cinco minutos. Las unidades de transporte parece que han desaparecido, la advertencia de mi madre se hizo real, ¡no hay transporte! Para comprender la realidad hay que empaparse de ella. De inmediato envío un mensaje a mis compañeras de la agrupación musical para decirles que no es posible subir, a menos obviamente que camine hasta el Trolebús y haga otra cola inmensa a eso de la una de la tarde, cuando el sol es inclemente, lo cierto es que tuve que regresarme a casa, esa vez.

Otro día decidida bajé al Trolebús pero la cola era interminable al punto que llega al puente que te lleva al otro lado de la avenida; la gente emana en sus rostros cansancio, frustración y tristeza; un señor para hacer más cómoda la espera abre sus piernas y se agacha; otro paso con su bastón a la primera fila sin la cordialidad que requiere el caso para incorporarse a la puerta que corresponde a la tercera edad o a las personas con alguna discapacidad. Pero este no es tema en cuestión, ya les contaré al respecto.

Las unidades de transporte han desaparecido de las calles, las que corresponden a la Línea San Benito pasean por las calles con sus compuertas cerradas y no miran a los usuarios que se acumulan en cada una de las paradas a lo largo de Campo Elías (Ejido), esta realidad no varía en la ciudad de Mérida. Cuando una unidad está operativa es peor que una sardina en lata, y es que además de ir incómodos los conductores cobran la tarifa que a ellos les place, llámelo anarquía. Agregue además el maltrato hacia el usurario y lamentable si eres mujer, anciano o estudiante.

Las ciudades conforme pasa el tiempo deben darse la tarea de actualizar sus vías de acceso, mejorar los servicios que ofrecen a sus habitantes. En Ejido, ciudad dormitorio por excelencia no deja de aumentar la cantidad de habitantes pero los servicios se quedan rezagados, y no solo me refiero a transporte público que hace rato dejó de ser público, hablo del suministro de agua potable, entre otros.

La realidad es que, la cantidad de personas caminando a diario ya dejó de sorprender y se volvió cotidiano, pero lo que más causa indignación es ver como pequeños de la escuela primaria deben bajar y regresar a casa todos los días para no perder sus clases, pequeños que en ocasiones tienen zapatitos rotos y sus rostros con gotas de sudor por el arduo sol. No hay empatía, abunda la displicencia. Y Mérida para los transportistas dejó de ser una ciudad atractiva en cuanto al ingreso percibido por tarifas de pasaje urbano y extraurbano.

Hasta chao.