En el reino de los cabellos, diminutos guerreros,
se alzan los piojos, cual intrépidos obreros.
Con patitas danzantes, en la selva capilar,
tejen sus senderos, un mundo singular.
Son viajeros sigilosos, exploradores de la piel,
en un vasto territorio, su reino cruel.
Con antenas curiosas, buscan su destino,
entre hebras de cabello, inician su camino.
Atrapados en la melena, como nómadas del cuero,
los piojos despiertan, un bullicioso y pequeño imperio.
En la cabeza del humano, encuentran su hogar,
un paisaje de colinas, donde van a explorar.
Se deslizan entre hebras, como acróbatas sigilosos,
tejiendo sus hazañas, en un mundo hermoso.
Pero la alegría de los piojos es tu desesperación,
cuando descubres sus rutas, en tu propia coronación.
Pequeños vampiros de la cabellera real,
se aferran con tenacidad, sin importar su mal.
Sus picaduras danzan, como notas en el aire,
dejando rastros de comezón, una danza sin cesare.
Con sus garras danzantes, se aferran al pelo,
creando su propio éxodo, un pequeño desvelo.
En el rincón del cuero cabelludo, inician su conquista,
tejiendo historias diminutas, de una vida tan distinta.
Pero no te engañes, oh humano desventurado,
los piojos no son malvados, simplemente han tropezado.
En la danza de la vida, eligieron su danza,
en la melena desordenada, forjaron su esperanza.
Así, en la batalla del cuero, tejiendo su destino,
los piojos bailan, en un constante trajín.
Son pequeños exploradores, en un vasto océano de pelo,
deambulando entre mechones, en su juego sincero.
Aunque a menudo temidos, maldecidos con fervor,
los piojos son artistas, tejedores con ardor.
En el epicentro capilar, libran su propia guerra,
una epopeya diminuta, en la vasta cabellera.
Entonces, en el reino de los cabellos, donde el piojo reina,
quizás encuentres su historia, una danza sin pena.
No maldigas su existencia, ni temas su travesía,
son simplemente inquilinos, en tu vasta poesía.