LA AGONÍA EN EL HUERTO
CONSIDERA cómo el miércoles santo, habiendo cenado el Señor en casa de Santa María Magdalena en Betania, y recibido de su sierva aquel devoto obsequio del agua de olores con que le festejó, por lo cual se indignó el maldito Judas, y murmuró la acción, proponiendo en su depravado corazón vender a su Maestro, para sacar de su sangre lo que había de hurtar de aquellos ungüentos, si se lo hubieran dado: viendo, pues, la Santa, y oyendo las palabras con que el Señor volvió por ella, diciendo que aquellos ungüentos los había hecho para su sepultura, y que a los pobres no les faltaría; y oyéndole decir a su majestad divina, que presto los dejaría, comenzó a temer, como quien sabia la sentencia de muerte que habían dado los pontífices contra su divino Maestro: le rogó que aquella pascua la hiciese en su casa, y no fuese a Jerusalén, porque había orden para prenderle; pero el Señor le dijo, que en Jerusalén la había de hacer en todo caso. Fuese la Santa a nuestra Señora, y pidióle encarecidamente se empeñase con su divino Hijo para que no fuese a Jerusalén. Dice San Buenaventura que el Señor, acabada la cena, se fue al aposento de su Madre santísima, para participarla de cómo había llegado el tiempo de su muerte; y estando hablando los dos, volvió a entrar la Magdalena, y nuestra Reina soberana le insinuó al Señor la petición de su amiga. Entonces su divina majestad se declaró, diciendo: carísima Madre mía, la voluntad de mi Padre es que yo haga la pascua en Jerusalén; porque ya ha llegado, y se ha cumplido el tiempo de la humana redención: ahora se cumplirán en mí las profecías, seré entregado a mis enemigos, y ellos harán en mí lo que quisieren, porque ha llegado su hora ¡Quién podrá ponderar la pena de nuestra Señora y el sentimiento de la Magdalena! ¡Oh Hijo mío amantísimo! (diría la dolorosa y afligida Madre). Todas las cosas son posibles a vuestro eterno Padre; todas mis entrañas se han estremecido, y mi corazón se ha turbado de muerte con esas palabras: a la determinación de vuestro Padre no se contradecir: pero pedidle vos, Hijo mío, que si es de su agrado, ordene otro modo de redimir a los hombres que no sea por la muerte vuestra, puesto que no hay cosa imposible para su poder. Hazte, cristiano, hazte presente a este coloquio, que duró lo restante de la noche, y mira las lágrimas del Hijo y de la Madre, y cómo el Señor la consuela y propone la voluntad de su Padre, que era el que muriese, y cómo por último nuestra Reina ofrece su alma con la vida del Hijo santísimo a la muerte, sacrificándose a sí misma en la más triste y dolorosa congoja que jamás en el mundo padeció ni padecerá pura criatura; y aprende a resignarte en la Divina Voluntad en medio de tus trabajos.
LA FLAGELACIÓN
CONSIDERA cómo Pilato, viendo la porfía del maldito pueblo, les dijo: ¡oh gente maldita! ¿Queréis matar al inocente? pues no ha de ser como pensáis (así puedes tú considerar las palabras del evangelio;) que por satisfacer vuestro odio y rencor, le mandaré castigar, y luego le daré por libre. Ellos claman con muchos mayores clamores, que no, sino que lo crucificase; mas no haciendo caso de sus gritos, mandó que entrasen al Señor al patio de su casa, y atado a un pilar, le azotasen los verdugos. Ea, alma cristiana, prepárate para ver el mayor de los espectáculos que hasta entonces se había visto, ni jamás vera el mundo: éntrate al patio de Pilato, y con gravísima atención aplica la consideración a cuanto vieres y oyeres, que es todo muy amargo, triste y lamentable. Considera lo primero: cómo los verdugos arrebataron al Señor, y con gran furia y desvergüenza le van desnudando y arrojando por el patio sus vestiduras y le dejan de todo punto desnudo como el día en que nació (según dice Santa Brígida), a la vergüenza, delante de tanta gente, y todos desvergonzados, impíos y crueles, que hadan burla y mofa de su divina majestad. Sea esta sola la primera consideración de este tan doloroso paso. Piensa que ves a tu Dios todo lleno de vergüenza, confusión y dolor; porque más sintió su majestad divina verse desnudo a la vergüenza, que todos los tormentos de su santísima pasión. ¡Qué vergüenza para un Rey, para un Pontífice, para un noble, y sobre todo, para una persona virgen, honesta y pura, verse desnuda delante de gente ruin, y en público! ¡Qué confusión! ¡Qué dolor! ¡Oh Rey supremo del cielo y tierra! ¡Oh Pontífice sumo de la Iglesia triunfante y militante! ¡Oh nobilísimo, purísimo y santísimo Señor! ¿Quién tendrá palabras o entendimiento para ponderar la grandeza de la afrenta, confusión y vergüenza de vuestra divina majestad? ¡Oh desvergüenza humana de los hombres! ¡Desnudáis al que viste de gloria a los ángeles, de hermosura los cielos, de luz las estrellas, de amenidad los valles y de flores los campos! Mas ¡oh altísima providencia, bondad y amor incomprensible de nuestro Dios! Desnudóse el hombre de aquella gala hermosa de la inocencia con que lo habíais vestido en el paraíso, y se quedó desnudo delante de vos y de vuestros ángeles, vestido de confusión y vergüenza a vista de sus enemigos los demonios, que hacían burla y mofa de él, viéndolo cubierto de las tristes pieles de Adán: y vos, inocentísimo Señor, os desnudáis para vestirnos: os vestís de nuestras ignominias para vestirnos de vuestra inocencia: os vestís de nuestra confusión, para vestirnos de vuestra honra. Estábamos desnudos y avergonzados, y no nos atrevíamos a parecer delante de vuestro eterno Padre, y en vuestra soberana corte delante de los grandes de vuestro reino; y vos, Rey soberano, os desnudáis de vuestras reales vestiduras, y nos las dais, para que por ellas honrados, podamos parecer; y os quedáis vos desnudo a la vergüenza, para pagar por mi desvergüenza: yo estaba afrentado, y como tal no me atreví a parecer; y vos decís: dame, dame acá tus afrentas, y toma mis honras: vístete como hombre honrado, que yo seré por ti deshonrado. ¡Oh alma cristiana! toma las vestiduras de tu Dios, póntelas, y primero quítate las pieles de animales muertos: desnúdate, y vístete, pues tu Dios se desnuda para vestirte. ¿Tendrás por ventura vergüenza de quitarte el sambenito, y vestirte las vestiduras de tu Dios?
LA CORONA DE ESPINAS
CONSIDERA en el paso de la coronación de espinas, en donde tienes muchas consideraciones. Considera cómo los verdugos llevaron al Salvador al patio de Pilato, y pidiendo licencia, como dice San Agustín, y obtenida ya, buscaron por aquellos rincones algunos malos andrajos colorados; y como dice San Buenaventura, hallaron una túnica, que por inútil habían arrojado, y un pedazo de una manta colorada, también arrojada, por no ser a propósito para nada; y llegándose al Señor, cansados ya de atormentarle el cuerpo, quisieron con oprobios y afrentas atormentarle el alma. Ya consideras que lo ves, y oyes que le dicen muy contentos y alegres: ya, gran rey de los Judíos, se os han cumplido vuestros deseos: ya se os ha llegado aquel día que tanto habéis deseado, en que os coronasen por rey: orden tenemos del presidente de los Romanos para coronaros; y así dejaos vestir, que aquí tenéis la púrpura real, y luego os daremos la corona y cetro. Sacaron entonces aquellos andrajos, y como estaban llenos de tierra, pajas y basura, se los pusieron sobre su santísimo cuerpo, todo rasgado con los azotes. Pusiéronle primero la túnica, y sobre ella el pedazo de manta, y atándola con un hilo, se la pusieron en los hombros, dando grandes risadas, y haciendo grande mofa del Señor de la Magostad. Mira su paciencia, su humildad y su mansedumbre, cómo se deja poner aquellas ropas llenas de agujeros, desechadas y afrentosas; y trae a la memoria tus vanidades, tus galas y el adorno de tu cuerpo, y afréntate de ponerte de esa manera delante de tu Dios escarnecido, vituperado y mofado por ti.
CON LA CRUZ A CUESTAS
CONSIDERA cómo ya dispuestas todas las cosas, preparado el sagrado madero de la cruz, los clavos, sogas, martillos, esponja, y todo lo necesario para el martirio, y puestos en orden los soldados, tendidas las banderas, y a punto los pregoneros y trompetas, salió el Rey del mundo, cercado de sayones, y así que Vio enarbolado el sacrosanto madero, y que le estaban esperando con él, tomó grande aliento, y fuese a él con alegría, diciéndole mil ternuras y palabras muy dulces y suaves (que así lo puedes creer piadosamente.) ¡Oh cruz santa y preciosa, por mí tanto tiempo buscada, tantas veces deseada, con ardiente afecto solicitada, y ya con grande gloria para mí preparada! Ven, descanso mío, alivio único de mis abrasadas ansias, fin glorioso de mis tormentos, dolores y fatigas, principio de mi gloria, cetro de mi reino, triunfo de mis victorias, insignia de mis capitanes, y estandarte real de mis ejércitos. Ven ahora a mis brazos, amada mía, y luego me recibirás en los tuyos: descansa tú ahora en mí, que luego descansaré yo y dormiré en ti. Y en esto puedes considerar que el Señor se abrazó con la cruz con grande alegría, y la besó con gran ternura, dejando espantados a todos los ministros de la maldad. ¡Oh alma! No dudes de que estos y otros muchos requiebros diría el Señora su cruz, enamorándola y engrandeciéndola, para que los cristianos, enamorados de ella, no la desprecien. Ea, no tengas en poco tan soberana prenda; y pues que el Señor tanto la ama, bien debe ser amada de sus criaturas, solicitada de sus amigos, y estimada de todos los que se desean salvar. Por la cruz fuiste redimido, y por la cruz has de conseguir la salvación. Abrázate, pues, con ella a imitación de tu Dios: cárgala con su divina majestad, siguiendo sus pisadas por la negación propia de ti mismo, y así serás compañero del Señor en sus glorias, puesto que le acompañas en sus penas.
LA CRUCIFIXIÓN
CONSIDERA cómo habiendo barrenado la santa cruz, le mandan al Señor de la majestad aquellos impíos que vaya y se tienda sobre ella. Obedece el Señor al punto, y sin dilación. Considera esta obediencia, y dile a tu alma: mi Dios obedece a unos crueles verdugos, y con obediencia tan costosa; ¿y tú no obedecerás a Dios y a sus ministros, aunque te manden cosas muy dificultosas? Llegó el Señor a la cruz, y tendió en ella su santísimo cuerpo. Considera aquellas divinas espaldas tan hinchadas, heridas; desolladas y enconadas de manera que era tocarle en ellas como si tocaran en las niñas de los ojos, y el madero tosco y por labrar. ¡Mira que sentimiento y que dolor! Y considerando esto, dile a tu carne: mira la cama en que se acuesta tu Dios, llagado de muchas y mortales heridas; ¿y tú sana y buena buscas cama blanda y regalada? Arrimaron cuatro verdugos cuatro astas al sacrosanto cuerpo para tenerle sobre el madero; porque como era redondo no podía mantenerse encima sin que le tuviesen por los lados. Cogió el uno la mano derecha, como dice nuestra Señora a Santa Brígida, y afirmándola sobre el barreno, cogió el otro un clavo y un martillo, y arrimándolo a la mano por junto al juego de la muñeca, le dio un golpe con el martillo, y tras de aquel otros muchos, hasta que el clavo acabó de atravesar el brazo de la cruz, y se clavó en la tierra. Considera el dolor del Señor, y como así que el clavo pasó la mano, rompiendo los nervios, y rasgando las venas, todo el santísimo cuerpo dio como un salto arriba, y se quedó en un temblor mortal, con el cual al repetir con el martillo los golpes, se iban encogiendo los nervios, saliendo un copioso arroyo de sangre.
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