Hola mis Drugos. Hoy traigo para ustedes una historia de la cual escribí dos versiones, espero que sea de su agrado esta primera versión. Para acompañarla también he hecho un dibujo que se encuentra al final. Sin más que decir, aquí les dejo esta lectura:
Día noventa y uno, nueve horas y cero minutos, el tiempo se pasa relativamente lento, la
mañana apesta como todos los hórridos días en esta pútrida habitación con olor a asepsia
donde predomina la soledad que enajena, la boca me sabe a llanto y mi camisa me aprieta
cada vez más.
Un día como este me recuerda el momento en que la conocí: sus enormes y hermosos ojos
color azul cual mar donde se funde el sol, sus carnosos y rojos labios de tentación tipo Eva,
su larga y lacia cabellera rubia, su esbelta figura y de adorno un hermoso nombre a modo
de figura celestial de iglesia; Ana María. No más su presencia era motivo de intimidación y
mi timidez se elevaba de manera exponencial cuando por casualidad su mirada se topaba
con mi desafortunada existencia. Cuando tomaba la decisión de hablarle me aterraba el
pensamiento de rechazo y la fuerza coactiva de sus hermanas mayores Juana y Catalina
hacían que mi idea sucumbiera.
Tic Tac, Tic Tac, el reloj anclado en la pared retumba en mi cabeza, sus manecillas marcan
solo una millonésima parte de lo que deberían marcar.
Las tres vivían en una casa color tristeza a las afueras de la ciudad, en medio del bosque, junto con su padre Francisco. Era un hombre magro, de edad, con el pelo color cansancio y mirada de resignación. La casa se sostenía con el dinero de la pensión del anciano además de uno que otro aporte que las mayores realizaban tras desempeñar labores de criadas en los hogares vecinos; por su parte Ana María se dedicaba al estudio de la literatura y amaba escribir tal y como yo. Tal vez este fue uno de los aspectos que me atrajeron a ella, era como un buen libro; el cual después de cautivar con el prólogo no permite descanso hasta llegar al final.
Las tres vivían en una casa color tristeza a las afueras de la ciudad, en medio del bosque, junto con su padre Francisco. Era un hombre magro, de edad, con el pelo color cansancio y mirada de resignación. La casa se sostenía con el dinero de la pensión del anciano además de uno que otro aporte que las mayores realizaban tras desempeñar labores de criadas en los hogares vecinos; por su parte Ana María se dedicaba al estudio de la literatura y amaba escribir tal y como yo. Tal vez este fue uno de los aspectos que me atrajeron a ella, era como un buen libro; el cual después de cautivar con el prólogo no permite descanso hasta llegar al final.
Mis gritos se reflejan contra los acorazados muros y me golpean en la cara, mi voz es como
un sollozo pueril que nadie comprende y la definición de felicidad me recuerda todo lo que
me falta y anhelo.
Fue en una tétrica noche de octubre donde decidí por fin declarar mi amor a mi lady.
Desenvaine mi deseo y emprendí marcha hacia su morada para como Silva dedicarle un
Nocturno a mi amada. Un perro se escucha ladrar a lo lejos; tal vez uno que como yo grita a
la luna pidiendo cariño; los búhos ululan, las hojas secas de los árboles bajo mis pies se
quiebran y continua la sinfonía mientras me voy abriendo paso por entre la lúgubre
arboleda. El crespúsculo lunar ilumina mi objetivo.
Este viaje que ahora emprendo a lo largo de los sombríos espacios en mi mente para
recordar lo que antes fue y que me atormenta pronto llegará a su fin; ya casi es hora de la
sesión de analgésicos y antideprimentes.
De pie frente a su portón pensé por última vez si en verdad quería entregarle mis más
profundos deseos, mis pies se adelantaron y todo mi cuerpo se adentró en la mustia
mansión. Un lóbrego sonido me ocasiono replegarme hasta que me di cuenta que era solo el
maullido de un gato. Subí por las escaleras donde por cada escalón mi pasión se
multiplicaba; quería verla lo más pronto posible, quería que me viese y que comprendiese
mis sentimientos. Mas cuando llegue a la cima de la misma me vi sorprendido por la
esquelética figura de su padre, su presencia se avasalló sobre mí con desmesurada fuerza,
su cuello apretó mis manos presionando su tráquea contra mis falanges, el color de su piel
se tornó morado para infringirme un profundo miedo y de repente concilió el sueño y pude
continuar mi recorrido. Era una casa enorme y el paradero de su cuarto un misterio. Di una,
dos, tres vueltas y termine en la cocina, en mi afán por encontrarla tropecé con una olla que
estaba en el suelo, un estruendo levantó el polvo de la casa y mi presencia dejo de ser un
misterio para Juana que de inmediato dio conmigo. Antes de que pudiese decir algo decidí
entregarle un presente que tenía guardado, sabía que amaba la cocina y que adoraba todos
los utensilios de aquel lugar donde me encontraba; le quería otorgar uno más para su
colección; saque de mi pretina un fino y elaborado cuchillo que podría servirle de mucha
ayuda para preparar la cena, mi mano que apretaba aquella esbelta proporción de metal se
acercó a su pecho y le dio una prueba de la calidad de la herramienta, sorprendida por tan
delicado corte grito de emoción así que decidí extender su asombró hasta que desbordó de
alegría y prefirió callar. Antes de continuar buscando a mi amada fui con Catalina para
entregarle también un obsequio pero no pude hallarla ya que había ido a visitar a una tía y
había decidido pasar la noche allá. Bueno pensé, un presente menos que dar y más para mi
amada. Por fin pude contemplar su presencia al llegar al final del pasillo. Las voces que me
impedían escucharla claramente se encontraban ahora en silencio, solo su tenue ronquido y
mi pausado respiro se escuchaban. Pasé horas de pie contemplándola y diciéndole cuanto la
amaba en mi mente. Cuanto despertó ella comprendió todo mi sentir, válido por fin mi
antes despreciada existencia, mis ropas manchadas del rojo de mi deseo la conmovieron, de
sus ojos brotaron las más sinceras lágrimas ya que comprendía que por fin iba a dejar de
seguir viviendo la aburrida vida que llevaba sin mí y de su boca salió un sincero te amo o
algo así fue lo que escuche ya que la palpitante vibración de su corazón sobre mi mano no
me permitía prestar atención a lo demás.
Día noventa y uno, nueve horas y UN MINUTO el tiempo pasa como el fin de sus días
con su existencia en mis manos. La ame y me amó y por ello me entregó su corazón. El día
apesta en este maldito sanatorio y solo anhelo que me dopen. A quien se le ocurrió que mi
amor era demencia, porque Catalina no estaba en el momento en que pude darle un
presente, porque tuvo que hacer que me colocasen esta horrible camisa. Un minuto, una
maldita eternidad donde recorro una y otra vez mi mente buscando el recuerdo del “te amo”
que escuche de la misma manera en que recorrí los pasillos de su tétrico hogar para
dedicarle mi más grande poesía. Toda una vida deseándola y un minuto bastó para que me
amara, para que cállese rendida a mis pies. Las medicinas llegan, las jeringas se incrustan
bajo mis temores y escucho su voz: “no me mates”.

Comenta que te pareció y sigueme para más contenido interesante. Dime si te gustaría leer la segunda versión en un próximo post. No te olvides de votar por @cervantes como witness dando clic aquí.
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Me encanta tu manera de escribir, tus palabras llenan de imágenes mi mente.
Muchísimas gracias @sancho.panza me encantaría que leyeses la segunda versión que publicaré después y me des tu opinión.
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Muy bueno mi pana. Se nota la dedicación y el esfuerzo que das. Te ganaste un seguidor mas. saludos!!
Muchas gracias, comentarios como este me motivan a seguir posteando
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Buen dibujo. Excelente contenido.
Me alegra que te haya gustado :)
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