Maestra Vida. Capítulo I

in #spanish6 years ago (edited)

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Después de dar vuelta a la redoma, avanzamos un poco más y ya el taxi se detuvo. Había llegado a la casa donde me habían invitado. Típica casa de La Lagunita, techos rojos, bastante grande, frío sabroso, las 4Runners afuera, música sonando en las paredes del hogar. Supuse que ya el ambiente estaba prendido. Era la fiesta de graduación de la gente de comunicación de una universidad privada de Caracas. De repente me llega un mensaje de Raúl.

“Man no voy a llegar. Otra vez un problema aquí en mi casa y mejor me quedo hasta que se calmen las cosas”.

Esto sí que no me lo esperaba. ¡Si vine porque él me invitó! ¿Y ahora? No conozco a nadie, solamente a Andrea, y porque es prima de él. Será que me junte con ella, aunque no la conozco mucho.

Cuando entro todo está como raro. Había muchísimo alcohol. Sentía que había entrado a una bodega. Ron, Vodka, vasos botellas, parecía que había para beber por 3 meses seguidos. El ambiente de entrada no me gustó mucho. Niñas vestidas, o mejor dicho, parcialmente vestidas, tomándose fotos, haciendo las detestables caras de patos; los niños sifrinos pavoneándose hablando entre ellos sobre cuanto dinero les transferían sus padres; en fin, mucho plástico, como dice un amigo por ahí. Solo vi a un grupito que parecía desentonarse un poco más del resto, hablando y riéndose mientras conversaban, un poco más alejados de la música. Y es que para hablar con el volumen tan alto habría que gritar. Más que nunca me acordé de Raúl y de lo que me iba a pagar. Aunque tal vez tenía un problema importante con su familia.

Al rato me encontré con Andrea. Ella si estaba muy bien vestida. Con jeans negros y camisa azul, estaba bonita. Me saludó y me preguntó por Raúl, y le dije lo que había se había quedado en su casa por un problema, y puso una cara como queriendo decir “qué ladilla con su familia”. Supongo que ella conoce más. Luego me invitó a conocer a algunos amigos. Era el grupo que comenté anteriormente. Así me fui caminando con ella hacia donde estaban ellos.

Había varios chamos, niños y niñas. Cuando ya estaba más cerca, noté que entre ellos había una muchacha que debo decir que era demasiado bella. Pelo castaño, ojos marrones, la niña tenía un toque de inocencia que resaltaba entre toda la muchedumbre. Elegante y moderna, llevaba un vestido como beige (no tengo idea de si ese es el nombre del color, pero creo que sí), con unos dibujos de unos pájaros. Además llevaba una pequeña chaqueta de jean. Estaba muy bien. Los saludé uno a uno, acercándome a ella de último, a propósito.

-Mucho gusto, Ariadna. Me dijo, con una sonrisa en la boca.

Desde ese momento me quedé más o menos cerca de ella, para que no se viera que lo estaba haciendo a propósito, pero sí quería estar junto a ella, a ver qué tal me iba. Me puse a hablar con la niña, preguntándonos las cosas que siempre se preguntan las personas que se acaban de conocer. ¿Qué estudias? ¿De dónde vienes? ¿Te gusto? Esa última pregunta no la hice - tranquilos - pero sí la tenía en mi cabeza. Traté de tener una conversación coherente, y debo decir que me salió muy fácil, porque ella me hizo sentir en confianza. Era una de esas personas que pareciera que está dispuesta a ayudar a todo el mundo, incluso si no te conoce.

Además, el resto de sus amigos se veían bastante buenos, y a pesar de que yo era el nuevo, en ningún momento me sentí excluido. Entre ellos estaba uno llamado Armando, que estudiaba ingeniería en mi universidad. Yo lo había visto pero nunca lo había tratado, porque él iba un poco más adelantado. Estaba contando sobre su experiencia reciente en el hospital de niños, cuando fue con un grupo de amigos a llevarles regalos y hacerles compañía.

-Es impresionante.- comentaba, mientras los demás le escuchaban. – Más de una vez se me tuve que contener las lágrimas cuando veía a los niños enfermos, algunos sin esperanza de vida. Pero lo más brutal es que esos niños son tan agradecidos que con cualquier gesto que tengas con ellos ya es suficiente para que te lo agradezcan muchísimo. Estaban muy felices.

Me impresionó mucho que unos chamos así hicieran ese tipo de actividades. Por lo que podía ver, Ariadna, que estaba a mi lado, también lo hacía. Yo la veía de vez en cuando, tratando de pararme derecho y decir cosas interesantes. Estaba un poco nervioso.

Cuando pusieron Juan Luis Guerra, me dije “vamos pana, arriésgate. Sácala a bailar. Además viniste a la fiesta para disfrutar” Y así, le pregunté si quería bailar. Dijo que sí.

Nunca he sido muy buen bailarín, pero con las clases que me dieron mis primas alguna vez me defendí bien. Al menos no parecía un pez revolcándose fuera del agua, sino que más o menos llevaba el ritmo. Y amigos, fue genial. Me reí mucho, y sobre todo la hice reír, porque ya cuando se me acabaron los 2 pasos que me sé me puse a inventar.

-Hagamos el 8, ahora el 8 invertido. Esto lo aprendí en República Dominicana, le decía. Y ella se reía.

Gracias a Dios lo tomó por risa, porque pudo haber pensado que era un tonto. Capaz y lo hizo, pero lo cierto es que bailamos y bailamos. Sonó "La cosquillita", "La llave de mi corazón", "Mi PC", en fin, un buen repertorio. Pero de repente cambiaron a Juan Luis, y empezó el reguetón, el perreo intenso. No nos habíamos dado cuenta, pero ya el resto de la las personas de la fiesta ya estaban bastante prendidas por el alcohol, y cuando pusieron el reguetón mucha más gente se acercó a la pista. Bajaron las luces y el ambiente cambió. Cuando la miré para saber si íbamos a seguir bailando, me miró, sonrió y me dijo “no bailo reguetón” me dio la mano y nos alejamos de la pista donde estaban algunos de sus amigos.

Me alejé con ella, súper feliz, pero veíamos que la fiesta se ponía peor y peor. Los muchachos en vez de estar bailando parecían estar usándose, como consumiéndose entre ellos, y cada vez más parecía otra cosa más que un baile. De repente Ariadna se acerca a una de sus amigas y le dice algo al oído. Esta sacó un frasquito de su cartera y se lo dios. Luego Ariadna se movió hacia la mesa donde estaban las bebidas, y sin que nadie se diera cuenta, fue echando unas gotas en los vasos de ron que estaban ahí. Otros de sus compañeros la estaban tapando, como mirando a la pista de baile.

Cuando terminaron, Ariadna se acercó a mí, aunque en verdad iba a buscar sus cosas y guardar el frasquito en la cartera. Le pregunté que qué había hecho, porque la verdad estaba impresionado.

-Les echamos laxante, chill - me dijo, con una cara de satisfacción.

-¡JAJAJA! ¿Y por qué?- le dije.

-¡Porque sí! Jaja - me dijo entre risas - Me prometí desde la última vez que fui a una discoteca que si veía otra vez que la gente se ponía a bailar como unos animales, pues los iba a joder. Entonces me vine preparada. Verás, la gente está como adicta a este tipo de cosas, porque quieren ser felices y no logran serlo, entonces se buscan satisfacer con las cosas más básicas que existen. Quiero que luchen por conseguir algo verdaderamente bueno, muy humano, no que actúen así como bestias, y por eso los detengo. Si no se van a divertir bien, pues que no se diviertan. - luego añadió sonriendo- Y en verdad, en el fondo lo hice porque me da mucha risa verlos así. Míralos.

En efecto, la cola para ir al baño era impresionante. Muchos se agarraban la barriga, o se movían de un lado a otro desesperadamente tratando de contenerse. Era todo un espectáculo. Me empecé a reír.

-Ya yo me voy. Como ves, la fiesta terminó.

Y sin más, dio media vuelta y se dirigió a la puerta caminando. Yo la miraba admirado.

Todo fue muy rápido, y ¡tardé mucho en darme cuenta en que no le había pedido su número! Así que corrí, abriéndome paso entre la gente, y cuando ya salí de la casa, ella ya se había montado en la parte de atrás del auto de uno de sus amigos. Estaban ya empezando a moverse.

-¡Tu número! Le grité- No te quité el número.

Ella, con el auto en pleno movimiento, me miró sonriendo, tomó su celular y me lo lanzó a través de la ventana mientras decía “anótalo”. Gracias a Dios lo pude atajar, mientras el carro se perdía de vista. Creía estar en un sueño.

Vi que el celular estaba desbloqueado, y de fondo de pantalla tenía un lettering que decía “Ama y haz lo que quieras”, que me pareció muy acorde a su personalidad. Anoté mi número y me envié un mensaje para tener el de ella. Lo único que no sabía era cómo iba a devolverle el teléfono.

Cuando anoté el número de ella veo que el auto donde iba venía de regreso: habían dado la vuelta en la redoma. Venía ella atrás, con la cabeza asomándose por la ventana, sonrisa en la boca, siempre.

El auto se detuvo, extendió su mano, y me miró con esos ojazos que tenía, chisposos, como diciéndome “no sabes nada aún, amiguito”. Le di el celular, y luego siguieron su camino. Sin decir ni una palabra, me dejó ahí parado más picado que nunca, con muchas ganas de seguir hablando con ella.

Llamé el taxi y cuando llegué a mi casa, cerré la puerta tras de mí y me detuve. Seguía sonriendo. Inmediatamente me metí en Whatsapp para stalkearla y ver su foto de perfil. Bella la niña. Así estuve un rato, y luego le escribí a Raúl.

“Mañana te cuento algo. Tremendo. Espero que todo esté bien. Mientras tanto te digo que tienes puedes hacer lo que quieras, con tal y ames, o algo así”. No entendía mucho lo que yo le estaba diciendo, pero no me importaba. Estaba feliz.

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