Las Sitiadas (Cuento)

in #spanish6 years ago


Buenos días a todos!! Hoy he querido compartir con ustedes un cuento escrito en 2005 inspirado en tres historias distintas que me llegaran por distintas vías en ese momento: espíritus, violencia, infidelidad. El escrito es una forma de preservar esas historias pero envueltas en una atmósfera narrativa quizá más fácil de digerir.




Las Sitiadas

Apoltronadas en la vieja cama, las dos adolescentes reposaban inmovilizadas por el pegajoso calor que las rodeaba. Inertes miraban el techo de zinc sofocadas por el vapor que emanara la metálica cubierta. La perseverante presencia de la niña a su lado, halándole la falda, hizo que María Eugenia saliera de su ensoñación y lentamente, como no queriendo malgastar energías en inútiles movimientos, le pregunto a la niña:

– ¿Que quieres Carolina?

– Allí está otra vez.

– Dile lo que te enseñe.

La niña salió corriendo mientras Mariana despertaba de su protector letargo para preguntarle a su amiga.

– ¿Quién llegó?

– Nadie… sólo es un espanto que se quedó en el callejón por equivocación.

– ¿Te volviste loca?

– No. Créeme. Es un espanto, aburrido y fastidioso, que sólo ve Carolina.

– No será un amigo invisible, como Bobut.

– Yo pensé lo mismo, pero no, es un fantasma.

– Cómo lo sabes.

– Te cuento: Hace unas semanas tía Alba fue a consultar un brujo y el brujo le dijo que tío David tenía otra mujer.

– Pero, ella no tenía que ir a consultar a un brujo, si se lo hubiese preguntado a cualquiera en el barrio se lo dice.

– Bueno, tú sabes, como decía mi abuela: todos los días sale un pendejo a la calle el que se lo encuentre se lo queda. Bueno, el brujo le dijo que buscara tierrita de muerto, tierrita de cementerio, y la regara por el callejón de la casa de la tipa. Le aseguró a tía que el fantasma iba a vagar por el callejón y la gran caraja asustada se iba a regresar a Colombia. Todo iba bien y tía encontró la tierrita, la guardo en una cajita de fósforos, y la puso arriba del techo mientras encontraba la dirección de la fulana y con la única lluvia de los últimos cinco años, la tierrita se derramó por todo el callejón y ahora tenemos un espanto para nosotros solitos.

– Pero tú lo has visto.

– No, creo que es porque no tengo un corazón puro.

– Y tu mamá que dice.

– Mamá anda arrecha con tía, la votó de la casa y todo. Yo por primera vez estoy de acuerdo con mamá. Es que tía si es arrecha ¿porqué no guardo la tierrita en su casa? No, vino a guardarla aquí. ¿Sabes? No se lo vayas a decir a nadie, pero creo que tía le tiene mucha rabia a mi mamá y por eso puso la tierrita aquí, de pura rabia y celos.

– No te entiendo.

– Yo creo que tía se enamoro de papá el día que lo enterraron. ¿Recuerdas cuando murió papá?

– Sí, éramos muy niñas, pero lo recuerdo. Recuerdo que todas las mujeres del barrio decían que tu papá de pronto se puso hermoso, sonreído y todo. Mamá decía que tenía la cara de un ángel.

– Sí, fue todo un acontecimiento. Se hacían colas para entrar a verlo de puro hermoso que estaba. Y es verdad, papá estaba lindo, yo no lo reconocía, parecía que todos los sufrimientos que tenía en vida se los había llevado la muerte y lo dejo así como debía haber sido él si no hubiese tenido tantas penas encima. Quedo bello, rosadito y sonriente. Yo creo que ese día mi tía se enamoró de mi papá y empezó a odiar a mamá.

– No estarás exagerando.

– No, créeme Mariana. Yo le encontré en la cartera una foto de mi papá cuando estaba en la urna. La tiene guardada como un tesoro. Lo visita en el cementerio más que mi mamá y le manda a hacer misas y yo he visto como se pone celosa cuando mi mamá habla de su vida con papá. Bueno, por eso es que creo que le puso la tierrita en el techo, para joderle la vida a mi mamá. Con lo que no contó es con que ese fantasma es más aburrido que Gasparin y puede vivir con nosotros toda la vida sin molestarnos. Sólo que Carolina dice que el Sr. está muy triste, lo único que dice es: ¿cuándo me van a dejar ir? Yo le dije a Caro que le diga que estamos haciendo todo lo posible por arreglar su situación.

– Y que están haciendo.

– Bueno, tía hablo con el padre Ignacio para que le hiciera una misa de difuntos.

– A nombre de quien?

– Ese es el problema. El Padre Ignacio se negó a hacer una misa a nombre del: Sr. De sombrero que vaga en el callejón de la casa de la Sra. Julia; pero tía lo está chantajeando con regar por todo el barrio que los hijos de la Sra. Matilde no son sus ahijados sino sus hijitos.

– Pero bueno María Eugenia eso lo sabe todo el barrio.

– Quieres que te repita lo del pendejo.

– No, déjalo así.

– Creo que la misa se la hacen pasado mañana.

– Hablando de otra cosa, supiste que ya toda la familia del Chuquiti se fue. Están enconchados.

– Espero que bien lejos Mariana, porque te juro que trato de no desearle la muerte, para no caer en pecado, pero me cuesta mucho. Maldigo el día en que al Chuquiti le dio por matar al hijo de Tuto. Por ese coño e’ madre estamos sitiados.
– ¿Cómo sitiados?.

– El Sr. Emigdio me dijo que cuando una gente no puede salir de un lugar, porque sus vidas corren peligro, se dice que están sitiados, porque cada quien se queda en su sitio.

– Entonces si estamos sitiadas, hasta el calor nos tiene sitiadas. Creo que no te tienes porque preocuparte María Eugenía, estoy segura que ni el Chuquiti, ni su familia podrán regresar más nunca.

– Que no regresen Mariana, porque si no lo mata el Tuto lo mato yo. Ese maldito tenía que saber, como todos en el barrio, que el Tuto es un loco y que cualquier cosa se le puede ocurrir. Te juro que cuando prometió honrar a su hijo con un novenario digno de él, jamás imagine que saldría enloquecido nueve noches consecutivas a disparar al aire y ragalarnos esa lluvia de balas.

– Creo que nadie se lo imagino. Quizás si fuese él sólo, pero todo sus hombres lo acompañan y son más de veinte. Más de veinte hombres disparando al mismo tiempo y sin destino definido.

– Ya llevamos cuatro días sitiados, sólo nos faltan cinco.

– ¿María Eugenia?

– Dime.

– ¿No será que yo puedo ver el fantasma?.

– Déjate de boberías Mariana, tú eres muy puta y no tienes un corazón puro.

Cecilia Dávila Dugarte
Octubre de 2005

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