A lo largo de la historia se han acercado a Málaga numerosísimos extranjeros. La mayoría de los que ahora siguen llegando lo hacen por placer, pero en otros tiempos se encaminaban a esta tierra o navegaban hasta estas playas para hacer transacciones comerciales, por pura curiosidad o por espíritu de aventura. Muchos de entre esa ingente cantidad de viajeros nos han dejado escrita la impresión que les causó Málaga, con su paisaje, sus habitantes y sus costumbres.
Con frecuencia se tilda a los libros de viaje de superficialidad y pintoresquismo; se les acusa de describir lo circunstancial, de contar sólo lo que se ve a primera vista, sin profundizar demasiado en los individuos ni en sus formas de vida. Y es verdad: difícilmente una estancia de unos pocos días, incluso de unas semanas, puede proporcionar al forastero elementos de juicio suficientes para componer una opinión cabal del lugar que visita. Por otra parte, el viajero suele ponerse en marcha con una maleta cargada de ideas preconcebidas, que difícilmente podrá sacudirse de encima en el corto espacio de tiempo que en la mayoría de los casos duran los viajes. Podrá conseguir una buena descripción de lo externo, y poco más.
Sin embargo, es precisamente esa reseña somera, ese apunte localista, ese bosquejo hecho de prisa y corriendo lo que despierta el interés por el libro de viaje. Sucede que el extraño descubre rasgos diferenciales que, de puro evidentes, el indígena ya no ve o estima tan vulgares que no se toma la molestia de considerarlos. No suelen detenerse las crónicas locales en las comidas cotidianas, en el ajuar de las viviendas humildes, en los atuendos de las muchachas en los días de fiesta, en la manera de descargar los barcos y en un sinfín de detalles que poco o nada aportan a las biografías heroicas, pero que indudablemente dicen mucho de nuestra pequeña historia. En consecuencia, los testimonios de extranjeros nos permiten reflexionar sobre aspectos de nuestra vida relegados en nuestra perspectiva a un plano ulterior.
Y, por otra parte, nos van a decir cómo nos ven, qué opinión tienen de nosotros, cómo valoran los extraños nuestra forma de ser, de actuar, de hablar, de entender la vida. Seguro que será una visión parcial, imperfecta, desenfocada, tal vez tendenciosa... pero esa es la imagen que los demás tienen de nosotros.
Resulta imposible concebir Málaga sin extranjeros. Ni ahora ni hace siglos. La ciudad se ha levantado a sí misma a lo largo de milenios sobre el sólido cimiento de la transigencia y la liberalidad para quienes se acercaron a ella: muchos de ellos se quedaron a vivir para siempre; otros, de vuelta a sus países, hablaron de nosotros o nos describieron en sus libros. Los primeros contribuyeron a perfilar el carácter de esta tierra; los segundos lo dieron a conocer.
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