El orgullo fue mi peor enemigo
El orgullo fue el peor enemigo, me llevó a perder a una gran mujer, ella colmaba de detalles mis días, y la dejé de lado, por seguir grandes proyectos y ambiciones personales, dejando que el ego se apoderara de todo mi ser, haciéndome superficial, al darle más importancia al estatus social en el mundo exterior lleno de adulaciones.
No valoraba lo hermoso y sincero de mi hogar, siempre regresaba tarde de la empresa que representaba, ella atenta en la ventana, mientras parqueaba el carro en la cochera, sentía el aroma dulce del chocolate caliente con todas sus especies cocinado para recibirme con mucho cariño.
La petulancia al sentirme muy seguro en la zona de confort, impedía darme cuenta que la arrogancia y frialdad la alejaba cada día más de mi regazo, al verla como un adorno más que decoraba el interior de la casa. No veía más allá de la nariz, ni menos el sentimiento de abandono en que yacía, al no cumplir con el deber de cuidar a su hermosa flor.
Lo que anhelaba su corazón, era que yo le correspondiera en igual medida, su gran entrega con pasión, le hacía esperar siempre un abrazo cálido que le diera abrigo y seguridad, un susurro en el oído diciendo que la amaba y el roce de los labios unidos con los suyos, es todo lo que clamaba. Ella estaba sumergida en una triste soledad que disimulaba, su melancolía la vivía desde adentro con gran lamento decidió que ya no quería vivir así, en completo abandono de la persona que más amaba.
Con el pasar los días continuaban mis descuidos, sin percatarme que aquella flor estaba agonizando lentamente, porque no estaba siendo nutrida por mi amor, poco a poco se fue apagando su llama ardiente, entrando en un atmósfera de sumo silencio, ya no quería seguir viviendo la vida de esa manera tan sobria que disolvía sus esperanzas. Con gran dolor, a sabiendas que ya no daba más su menguado amor, lo veía sucumbir en la profundidad del abismo, ya sin remedio de salvar la relación.
No vi a tiempo que iba perdiendo lentamente lo más bello de mi vida, por una conducta tan fría y la desfachatez de no asumir la gran responsabilidad de cuidar lo nuestro, simplemente por arrogancia al creer que todo lo merecía. Un día al despertar no encontré en la cama, la bella mujer que durante tantos años había brindado los mejores días de su preciosa vida y todo por no ser consiente de darle el lugar importante que tenía. Hasta que se cansó de tanto esperar que le correspondiera a sus más íntimos deseos ya que solo mi egoísmo me separó de ella.
Sin aviso alguno se marchó del hogar llevándose a nuestros pequeños caninos, quienes les hacían compañía, dejando un gran vacío en mi corazón y una amarga soledad, así se volvieron mis días grises y las noches frías, quedando sin consuelo.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
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