El gran Ayusate de Madrid

in #spanish3 years ago (edited)

Ayustado. El único debate que se va a celebrar y se ha celebrado en las adelantadas elecciones a la Comunidad de Madrid del próximo martes, 4 de mayo, ha girado como se preveía en torno a la figura de Isabel Díaz Ayuso.
Suele ocurrir esto en un debate electoral cuando uno de los candidatos parte con ventaja en las encuestas, como en éste era su caso, pero los distintos perfiles de quienes han intentado robarse los votos de la cartera en este único debate que, en un principio, se presentó como el primero de dos, matiza esa regla general. Sobre todo, lo matiza el perfil de la todavía presidenta madrileña, la responsable, precisamente, de que ese segundo debate que se negoció y publicitó como “Debate definitivo” en Televisión Española no se vaya a celebrar.
Ayuso manda y Ayuso sorprende. El mero hecho de que una persona como ella sea la mayor autoridad pública de la principal comunidad autónoma y motor económico de España ya resulta sorprendente. Aunque también lo resultó en su contexto y en su momento la presidencia de Esperanza Aguirre y, más tarde, intencionadamente conocido su episodio de las cremas faciales robadas en un centro comercial, la que parecía más prometedora presidenta Cristina Cifuentes. Las tres mujeres, las tres del PP, pero sólo Ayuso tan joven y morena.

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Debate Madrid

Desactivado Iglesias por sus propias contradicciones personales, algo gastadas sus teatralizaciones discursivas y poco hecho su personaje a ser sólo uno más en un debate, Ayuso sólo tuvo que mantener un perfil bajo -que además es el suyo- y su carita de actriz de cine mudo (Raúl del Pozo dixit) con una sonrisa dibujada de casa que mantiene tenga sentido o no respecto a lo que ocurra a su alrededor.
Hace tiempo que los espectadores de un debate electoral, excepto si somos periodistas manejando datos y tomando notas de oficio, ni creen demasiado lo que se les cuenta ni tienen capacidad para discriminar entre quienes manejan datos distintos sin pudor y se acusan de mentir de manera procaz y a la cara sin ruborizarse. El resultado es que la audiencia, que no fue mucha, queda fijada en función del grado de pertenencia a un bando o, sobre todo, de lo entretenido que pueda resultar la emisión televisada o radiada. Y el debate, como tal, tuvo su entretenimiento. Los rostros eran incluso tan peculiares que sumaban cierto interés. El de Ángel Gabilondo, el serio candidato del PSOE que perdió venciendo las pasadas elecciones, de mentón invasivo y frente de armario, parecía cansarse en ocasiones antes de terminar sus aportes dialécticos, lastrado pese a su apostura respetable, aunque algo curil, por la sombra de ser títere de Sánchez. No quiere decir esto que no fuera interesante lo que decía, sino que en un formato donde la hartura y el descrédito ambiental lo contaminan casi todo, de ahí el éxito cada vez menos incipiente del populismo, todo está condenado ya a parecer teatro, esperada impostura y lo interesante se diluye como intrascendente, previsible, humillo ambiental.

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Ella...

Edmundo Bal intentó alejarse del guerracivilismo que, según él, es estratégico para sacar réditos de la confrontación política por parte de Iglesias y Monasterio, la candidata de Vox, y, de tacón, también de Ayuso y Gabilondo y Mónica García, la candidata de Más Madrid, la otra fracción de la izquierda errejonista que Podemos no pudo mantener. Pero lo hizo cayendo en su propia trampa con cara de perdedor de la carrera desde que fue a pedir su dorsal para correr por la tercera vía y se auto adjudicó el papel de Chaves Nogales, subtitulando a sus contendientes en el debate como protagonistas de A sangre y Fuego que, tristemente, tampoco casi nadie ha leído en España, en fin…

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Ellos y Ellas...

Rocío Monasterio tiene la peculiar “virtud” de frenar el debate cada vez que asume su turno, incluso interrumpe y discute con motor diésel, pero consigue imponer su tiempo aunque lo que diga esté ausente de razonamiento o profundidad e, incluso, sea una provocación irresponsable que sólo lleva a encender las rabias sociales de quienes se sienten abandonados, no escuchados o cocidos en la olla exprés de su ignorancia y necesitan reventar la tapa contra los causantes de su infelicidad, y nada como el señalamiento fácil de Vox a los menores inmigrantes para tener claro quiénes son. Que una señora de tan buena planta como Monasterio, con ese hablar seguro y pausado, levante el cartelito del odio donde se dibuja a la abuelita de cuento y al MENA como un terrorista con pasamontañas da miedito. Lo que no quita, en cambio, que parte del relato de Vox haya tirado a la cara de la ocultación o de lo políticamente correcto temas que afectan a muchos ciudadanos, como algunas custodias y manutenciones tras una separación, como la sensación de indefensión ante los denominados okupas, etc. que nadie afrontaba y que han sumado a su marca. Los populismos, de un signo u otro, no crecen sino es sobre cierta descomposición de la democracia.
Por todo, el debate fue más de las mujeres. La menos “famosa”, pero sólida en la mayoría de sus exposiciones, Mónica García, desde la izquierda, llegó a recordarle incluso a Monasterio cuando acusó a los MENAS de violar que no olvidase que quienes violan son “los hombres”. En ese momento la cara de Ayuso seguía con la sonrisa puesta, como si su reino no fuera de ese mundo, sabiendo que las encuestas le van viento en popa, el debate sólo le iba a afectar si se equivocaba ella misma demasiado y todo aquello no era más que un trámite menos molesto que el pinchazo de una vacuna contra la COVID. La vacuna que le va a permitir presidir Madrid durante la anhelada recuperación por fin. Por eso, más que un debate la cosa terminó siendo un Ayusate.

© Domi del Postigo / www.domidelpostigo.es