El abrazo de la muerte
La muerte ya había abierto la puerta de su cuerpo cuando llegó al hospital. Entró despacio, sin hacer ruido, para acurrucarse entre las arrugas de su piel, aquellas que acumulaban sus largos años, aunque aparentaba muchos más: la eternidad.
Una vida con la que nunca se sueña; porque la sumisión, la imposibilidad para alcanzar una educación o la desnutrición nunca se desean. Pero ella siempre supo que sus días no estarían exentos de dolor, miseria y sacrificios, como para la mayoría de las mujeres de Mali.
Eso la hizo envejecer antes de tiempo aún desde la infancia, cuando ya sabía que pasaría por una mutilación genital, un matrimonio pactado con un hombre al que no amaba y le sería infiel con otras esposas, partos con dolor e hijos muertos antes de tiempo; así como el paso implacable de las enfermedades que arrasarían con sus seres más amados.
Sin embargo, no contaba con el peso del hambre que adelgazó su cuerpo hasta reducirlo a un sudario de piel que acurrucaba ya sus huesos en un abrazo letal.
Entonces quiso llorar pero no pudo. Las lágrimas estaban secas en el pozo sin fondo de sus ojos, aquel mar gracias al cual sobrevivió a tantos naufragios. Se empezó a sentir invisible, ya no veía sus manos que colocó sobre su cabeza, quizás para que no escaparan los pocos recuerdos que aún endulzaban una amarga biografía.
Tampoco sonó su voz cuando quiso pedir ayuda, auxilio para su alma, porque del resto no había nada que hacer. Se estaba apagando en la cola del Gourma Rharous. Allí, rodeada del caos y la impotencia, entre médicos y pseudoenfermeras que trataban de hacer milagros, donde la parca hacía su ronda.
Texto de @gemamoreno inspirado en la foto de Sebastião Salgado
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Buenas @gemamoreno, lamentablemente tu escrito no cumple con el mínimo de palabras. Esperamos tu participación en la siguiente entrega. Un saludo.