Quiero compartir este recuerdo de infancia, trata de hacer honor a una mujer que recorría a pie la ciudad cargando una caja de Cartón en la cabeza.
En esta historia le he dado a esta mujer itinerante un nombre, Alondra, diferente al aquel con el que la llamaba la gente de mi ciudad.
Puedo adelantar que la mujer llevaba siempre en la caja unas pequeñas esculturas en forma de pichones de palomas. Eran preciosas obras de arte, que ella hacía con una mezcla de arcilla y arena de mar y cemento. Pude verlas el día que le tomé la fotografía. Eran de una hermosura pasmosa.
La figura de Alondra
La figura de Alondra se distingue a lo lejos.
Viste de como nadie que esté en su sano juicio, en la cabeza carga siempre una caja.
Aunque la gente la tilda de chiflada, Alondra tiene una prestancia de princesa, un andar erguido y sostenido, un paso seguro, una mirada alerta. Una sonrisa quieta la acompaña. Es lo que la protege de los malévolos comentarios de la gente cuerda.
Yo la he visto pasar toda la vida por frente de mi casa, seguida por el revuelo de los infantes de la cuadra que la acompañan en caterva hasta el final de la calle larga.
Los niños le preguntan, cada vez, cuál es su nombre, de dónde viene, a dónde va, porqué está sola, qué lleva en esa caja. Ella responde con una voz tan baja que los chicos deben hacer silencio para escucharla.
Su voz es de una suavidad inusitada, ni una silaba más alta que la otra, es como una caricia, como un canto de cuna que calma a los chicuelos.
Me llamo Alondra, vengo de dónde vengo y sé a dónde voy, estoy sola porque quiero ir rápido, mi caja está llena de palomas.
En ocasiones algún adulto compasivo le ofrece de beber. En esas ocasiones se detiene frente a él, guardando la mirada. Todos quieren saber que lleva en esa caja de cartón que no suelta. Si alguno le pregunta cualquier cosa recibe el mismo tipo de respuesta que los niños:
Me llamo Alondra, vengo de dónde vengo y sé a dónde voy, estoy sola porque quiero ir rápido, mi caja está llena de palomas.
Al momento de despedirse hace una imperceptible reverencia y con marcial gracia regresa a su camino, sin tardanza.
Al final de la calle los niños la despiden.
¿Cuándo vienes Alondra?
Ella dice, mañana, mañana, mañana.
Lo cierto es que regresará al cuarto día, cruzando la misma esquina a la misma hora. Los niños la recibirán con alegría, congregándose a su alrededor a medida que pasa frente a las puertas de sus casas.
Desde la esquina de mi calle la veo atravesar el descampado, pasará por la laguna, con su paso medido y se perderá en las sombras de la noche.
Algunos vecinos comentan que la han visto tomar a esas horas una vereda de la playa.
Los caminos de Alondra están medidos. Antes del amanecer retomará el sendero al lado de la carretera troncal que la llevará a dos días de distancia.
A flor de labios lleva las respuestas hechas, listas para soltarlas adecuadamente. Con esto su pensamiento vagará libre, a lugares donde solo ella sabe, mientras sus pasos recorren una y otra vez los mismos caminos.
Nadie conoce el norte de su sino, solo ella sabe cómo seguir buscando lo que ha perdido.
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