Para muchos, es importante encontrar su fuente de energía dentro de ellos mismos. En mi caso, fui despojada de esa habilidad cuanto tenía ocho años, es decir, perdí la capacidad total de redirigir algún tipo de fuerza existente en mi interior, a lo que era y necesitaba como humano.
Sin embargo, la vida misma se encargó de otorgarme algo muy especial; poderes, derivados de cada conexión interpersonal de la que soy acreedora.
El primero que obtuve vino de mi abuelo, ser tan único como especial, con un alma noble y propensa a servir, quien me heredó la primera particularidad de la cual me enorgullezco; empatía, facultad de conocer las emociones de otras personas y, a su vez, intuir su sentir. Compresión absoluta de actuar y pensar con entendimiento perfecto de cualquier movimiento realizado en base a ello.
Sin tanto tecnisismo, ese dulce anciano que preparaba las mejores sopas antitristeza, me dejó el poder colocarme en el lugar de otros y el admirable donde de amarlos en su forma más pura y vulnerable.
Entonces, eso soy, una empática pequeña de 1.78 metros y 21 años de existencia, que recibió el mejor regalo del universo; personas a quien amar y algo que aprender de cada una de ellas.
Para quien reciba este apartado, cada punto descrito bajo esta corta introducción, hace referencia a alguien de importancia para mi y al legado que me otorga su presencia.
Sin orden ideológico ni cronológico, es importante entender cada uno en solitario, de forma tan independiente como la naturaleza misma del ser en el que fue inspirado.
Amnepatía y precognición visual.
Dos poderes que me fueron otorgados por la misma persona. Él, un ser de esos que caminan sin conocer el peso de cada paso que da ni la maravilla de cada huella que deja. Un alma serena con una inteligencia de expansión voraz.
Amnepatía; capacidad de hacer olvidar a otros sus recuerdos. En casos más avanzados, los poseedores de este don pueden sectorizar la memoria y decidir con qué parte específica de ella trabajar.
Precognición visual; habilidad de conocer el futuro a través de visiones intuídas o espontáneas.
Capítulo 7:
Ella lo mira a través del cristal y algo la hace detenerse. No logra descifrar si su encanto proviene del flagrar de su blanca piel o de la gloria que irradian sus ojos, pero permanece allí por extenso tiempo, admirando aquel acervo de singularidades que la maravillan. Su consciencia sobre el acto es mínima, solo lo deja suceder en aras de seguir disfrutando esos segundos de paz que le conceden el contemplarlo.
Se acerca a él en estado de alerta, pero un temor sin fundamentos la hace alejarse al instante. Sin embargo, el apacible matiz de su voz permanece en ella por meses.
Un año nuevo emerge y a finales de enero las dos almas ya erigen conexión. Su fuerza de atracción nace de fracturas pasadas que los atraen y compaginan en un ente capaz de brindarle calma y cordura al otro. Rozan sus dedos y, al instante, se dan cuenta que ambas energías fueron creadas para coexistir juntas.
Ella obvía el cosquilleo que genera el recuerdo del contacto con aquella piel resplandeciente. Él huye de la sensación que lo embriaga el saber que puede corresponderle. Ambos, cautivos del pánico, cuidan cada paso que dan como al caminar por una cuerda floja a punto de ceder.
El mayor problema de Lucia es el vestigio sus años anteriores, con huellas de una dura guerra que libró por veintiún años. Llena de dolor y agonía residual, llora inconsolable al admitir la naturaleza de sus sentimientos y la imposibilidad de oprimirlos. Les da libertad, abriendo su corazón a una nueva oportunidad que se niega a condenar.
Nota que algo inusual ocurre la segunda vez que sostiene su mano, siente como su memoria es fraccionada y todo aquello que la abruma, desaparece. No hay desconsuelo por el ayer ni desasosiego por el mañana, solo existe la profunda eternidad de ese fragmento de tiempo que comparten, siendo solo suyos, perteneciendo el uno al otro.<br>
Llega febrero y lo que los une excede sus límites autoimpuestos, sus dedos se entrelazan con más frecuencia y sus labios se desean fervientemente. Reducen el espacio entre sus cuerpos, a un punto en que los látidos de su corazón se sincronizan, fundidos en un abrazo, detienen el tiempo y marcan el ahora dando paso a un nuevo comienzo. Ella se pierde en el destello de su mirada. Él, en la sutileza de la piel que acaricia. Están apenas a milímetros de distancia y sucede, un beso define el preámbulo de una historia que comienza a escribirse sin un posible final.
Lucia lidia con lo que la antecede, presa del pesar que aun sostienen sus recuerdos. Su alma se hace pedazos bajo su carga y su piel se rompe ante el mínimo acto de rudeza. Es impulsiva, frágil, apasionada pero nada logra que su psique trabaje en condiciones que la favorezcan, nada, salvo él. Al final del día, sabe que su voz unirá sus piezas y le dará sentido a su realidad.
Esto es, apenas, una pequeña parte de la historia. Espero poder compartirla con ustedes más adelante, poco a poco.
Gracias por leerme.
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