La historia de la reina Juana es muy triste. Como sus hermanas, fue una mera ficha en el juego de diplomacia de sus padres, los Reyes Católicos, que las casaron para crear alianzas que dejasen aislado al reino de Francia.
Es cierto que la obsesión por su difunto marido la llevó a desenterrarlo de su tumba en Burgos, donde había fallecido, para llevarlo a Granada, donde el finado quería ser enterrado. Ocho meses pasó de viaje sin despegarse del féretro, atravesando Castilla con un gran cortejo. El hedor se debe suponer insoportable, y solo viajaban de noche. No es raro que surgiesen los rumores de una locura cuando atravesaban los pueblos.
Pero, finalmente, su padre, el rey Fernando de Aragón, mandó que la encerraran para gobernar él como regente. Y cuando este murió, el hijo de Juana, el futuro emperador de Alemania, Carlos V, también la dejó encerrada para reinar él en Castilla y Aragón. Durante 50 años, Juana vivió encarcelada con la excusa de su locura, aunque nominalmente era reina de Castilla, y luego de Navarra y Aragón cuando su padre murió. Pero el título de rey lo ejerció su hijo Carlos.
Buenos datos. Toda una vida sufrida por su enfermedad mental y los intereses ajenos a ella.