Una de huevos con chorizo, por favor - Relato ciencia ficción

in #spanish5 years ago

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Cuando llegó a la puerta de su casa, encontró el paquete esperándola. Era más pequeño de lo que había pensado al comprarlo. Pero qué más daba, estaba hecha polvo. Quería entrar, dormir, comer, y darse una ducha. O comer, darse una ducha y dormir, o dormir mientras se duchaba y comía o… o entrar y derrumbarse en el sofá. 

Definitivamente, el turno de noche no le hacía bien. Pero no había otra opción: el único trabajo medianamente aceptable que había encontrado era el de vigilante nocturno en una gran empresa. Si le parecía raro o no que una empresa puntera en robótica no tuviera la seguridad automatizada, era asunto suyo. Aquí el tema importante era que pagaban.

Logró abrir la puerta y, dándole golpecitos con el pie, metió el paquete dentro. Dio gracias por tener el sofá cercano a la puerta, se quitó la defensa de la cintura y se dejó caer.

Por el rabillo del ojo seguía viendo el paquete. 

Le picaba la curiosidad incluso entre la neblina del cansancio, ¿sería cierto lo que comentaban en el trabajo? ¿un robot lo suficientemente desarrollado como para hacerte todas las tareas del hogar? No era que no confiara en ellos, pero en cuestión de tecnología, la última vez que les hizo caso terminó con un robot aspirador que no salía de la esquina de la cocina, porque decidió que una veta en el suelo era una mancha de suciedad. Y de ahí no salía el cacharro.

En fin.

La caja. Robot avanzado. Comida lista sin mover un dedo.

Su estómago rugió protestando.

Si a cambio de probar los nuevos productos de la empresa y rellenar informes diarios sobre ellos obtenía un mayordomo gratis, no se iba a quejar.

Se incorporó hasta quedar sentada. Atrajo la caja y forcejeó con las tiras de celo que la aseguraban. Dentro, entre un montón de bolitas de plástico, asomaba algo metálico, con un pequeño botón que sobresalía: PRESS.

Un poco pronto, pensó mientras pulsaba. Menuda chorrada, si ni si quiera lo había cargado, ¿vendría con las baterías llenas? Bueno por probar…

Rojo. Apagado. Rojo. Apagado….

¡PAM!

La caja estalló y Carla se encontró pegada al respaldo del sofá como una salamanquesa. Frente a ella, algo que parecía un robot cabezón había extendido los brazos, rompiendo las paredes de la caja. El relleno se esparció por todo el salón. En otras circunstancias habría gritado como una histérica viendo el desorden, pero, esta vez, estaba más ocupada encontrando nuevas formas de subirse encima de la línea del respaldo del sofá. La cabeza del robot no paraba de dar vueltas con tanta fuerza, que hacía vibrar el resto de su cuerpecito rechoncho. 

De repente, la cosa esa decidió parar. Sólo conservaba la luz parpadeante de su cabeza como síntoma de su locura anterior.

Más calmada, y con una posición más digna, a Carla se le encendió su propia bombilla: ¿y el manual?

Siempre que ella llegaba a trabajar, salían los últimos ingenieros. Lo curioso del grupo, es que discutían, día sí y día también, sobre qué poner en los manuales de uso para que el público se enterara de las instrucciones. Si es muy largo, no se lo leen por pereza, si es muy corto, habrá alguien que se queje por falta de información. ¿Lo ponemos con letra pequeñita y bien dobladito para que no estorbe, o un panfleto con dibujitos como las instrucciones de emergencia de un avión? Ya que estamos, ¿qué tal si le añadimos la traducción en coreano? Que sí, que por ahora sólo público español, pero el jefe dice que hay que ser inclusivos, ¿tú sabes la de orientales que hay en mi barrio? Ah, que no va por ahí… vale, vale… Pero entonces, letra pequeñita mejor, ¿verdad?

Y así todos los días. 

El manual no estaba a la vista.

Sin dejar de mirar al bicho, Carla bajó un pie al suelo y lo usó para remover el plástico. Tenía que estar ahí, sí o sí. El otro no se movía. Bien.

Reuniendo todo su valor, se puso de pie frente al robot, aparentemente apagado. El manual no estaba en el suelo, ni en los restos de la caja. Dio vueltas alrededor de la máquina, pero a excepción del botón en la cabeza, el resto era completamente liso y metalizado. No parecía haber nada allí, y de todas formas, no estaba dispuesta a tocarlo de nuevo.

Maravilloso. De modo que le mandan un desplegable imposible de volver a doblar para una aspiradora con décadas en el mercado, pero para un robot puntero consideran que el método de ensayo y error es el más acertado. Habrán despedido al equipo de los manuales, pensó. 

Suspirando, cogió su teléfono para llamar al encargado del proyecto.

—Dónde habrán puesto el jodido manual, —farfulló —y con el cansancio que tengo, quién me mandaba a…

Un crujido llamó su atención. Levantó la vista del teléfono.

El robot se había encendido, al parecer. Del susto, soltó el teléfono y se parapetó detrás del sofá.

Esta vez, parecía tranquilo. En el cabezón habían aparecido unas luces rojas que simulaban una cara. Movió su brazo derecho hasta hacer la forma de saludo, con los dedos robóticos extendidos.

—Hola —emitió con voz algo chillona. — Soy J-2455, el nuevo robot de Carla Miranda — En el pecho del robot, apareció una imagen con la cara de Carla.

Desde detrás del sofá, Carla boqueaba mirando al robot.

—Iniciando reconocimiento facial.

Y, sin avisar, el robot emitió una luz roja escaneando toda la habitación. Cuando llegó a la cara de Carla, paró. Las luces del robot se volvieron verdes.

Gateando, Carla salió de detrás del sofá. Se quedó sentada en el suelo, a la altura del robot, quien se acercó a ella. Notó que las ruedas no sonaban casi nada.

—Por favor, ponga la mano en la pantalla para verificación dactilar.

Y lo hizo. La pantalla estaba fría, y vibró al acabar el escaneo. Los ojos del robot se curvaron hacia arriba, como un emoticono feliz, mientras movía los brazos en lo que parecía ser una expresión entusiasta. 

—¿Quieres ponerme otro nombre? — dejó los brazos quietos hacia arriba. Genial, ahora parecía expectante. Habría que responder.

—Sí…—no terminó de hablar.

—¿Y cuál es mi nombre?

¿Y a ella qué carajo le importaba? Lo que quería era dormir. Irse a la cama. Ama… no, parecía más un chico. Eme. Ya está, resuelto. Acabemos con esto.

—Eme —respondió Carla.

Eme aplaudió, estiró el cuello y se balanceó, mientras su cabeza giraba completamente sobre sí misma. Carla se preguntó quién habría programado un robot con unas expresiones de humor tan… ¿exageradas? 

Volvió a quedarse quieto.

—Cargando datos de Carla… informes médicos, listo… situación laboral…. Lista. — recitó Eme. —Por favor, extiende tu mano para un chequeo médico.

Carla alzó la mano izquierda y la puso frente a la cara del robot.

—¿Así…? ¡ay! 

Eme había sacado una pequeña aguja de uno de sus dedos y había pinchado con ella a Carla. Ella se llevó la mano al pecho, protegiéndola, mientras el robot cabezón empezaba a girar su cabeza otra vez.

Definitivamente, el programador de ese chime era fan de la niña de El Exorcista. 

—Chequeo completo. Eme determina que Carla necesita descansar y comer. Por favor, vaya a la cama.

Carla iba a llorar de alegría. Pero se detuvo, pensativa.

—Oye Eme… —probó a decir. El robot dejó de girar la cabeza y se fijó en ella, como esperando— mientras duermo… ¿podrías limpiar por mí?

—Iniciando programa de limpieza silenciosa —ahí estaba otra vez, los aplausos y la cabeza giratoria — reconocimiento del hogar iniciado…

Mientras Eme daba vueltas, Carla logró meterse en la cama. Al fin.


***

Despertó con el propio sonido de su estómago rugiendo. Alcanzó a ver la hora en el despertador junto a la mesita de noche, aunque realmente no hiciera falta hacerlo. Ya se encargaba el cuerpo.

Hora de comer.

Salió de la habitación, sopesando si Eme podría hacerle algo rápido. Le apetecía algo crujiente, con sabor… huevos. Con puntillita.

Y chorizo.

Se le estaba haciendo la boca agua.

Si Eme lograba preparárselo mientras se duchaba, no se desharía de él ni aunque lo descatalogaran. Quedaría adoptado de por vida. O esclavizado, no lo tenía muy claro. No se puede pensar con el estómago vacío, decidió.

Lo encontró poniendo la lavadora. El cesto de la ropa sucia era tan alto como él, pero Eme no parecía tener ningún problema. Con sus piernas y brazos retráctiles llegaba con facilidad al fondo del cesto, cogía la ropa y la metía en la lavadora. Cada vez que terminaba con una prenda, las luces dibujaban una cara feliz y su cabeza daba una vuelta.

Menos mal que ahora no aplaude, no terminaría nunca, pensó Carla.

—¿Eme? —llamó Carla, insegura. El robot dejó lo que estaba haciendo y se acercó a ella moviendo los brazos arriba y abajo. Casi se sentía enternecida.

Casi.

Hambre.

Vamos a lo importante.

—¿Podrías hacer la comida mientras me ducho?

El robot dio un último giro a su cabeza y dejó de mover los brazos.

—Eme hará la comida. Procesando información… — en la cara apareció un círculo de luces que simulaba estar rodando. Qué bonito todo, pensó Carla, pero por favor, ¿comida? Huevos con chorizo, gracias.

—Proceso terminado —Eme la sacó de su ensoñación culinaria. Había vuelto la carita sonriente. — Eme preparará pollo a la plancha y ensalada, de acuerdo con los datos actuales.

—No no no no…—rio Carla —A mí me apetecen huevos fritos con chorizo, ¿sabes preparar eso, Eme?

La supuesta sonrisa de Eme se convirtió en una línea recta. A Carla le dio la impresión de que el robot estaba hablando con los dientes apretados, pero eso no podía ser, ¿verdad?

A ver, era un robot. Ni tenía dientes, ni podía estar irritado. Que le recordara a una de sus profesoras en la escuela era producto de su imaginación. La seño Emilia no podía haberse metido en el cuerpo de Eme y, por supuesto, no iba a mirar su caligrafía con lupa para comprobar si le había hecho el rabito a la letra “o”. Ahora que lo pensaba, esa obsesión con el rabito tenía que significar algo…

—Eme ha encontrado 453 resultados para “huevos con chorizo”. 

—Muy bien, eso significa que puedes prepararlo, ¿a que sí? —dijo Carla con la poca paciencia que podía reunir. Su estómago había pasado de rugir a intentar comerse los órganos circundantes.

—Eme no puede cumplir la orden.

Carla suspiró.

—¿Por qué, Eme?

—Eme ha encontrado el siguiente resultado en el historial médico de Carla: colesterol alto. Recomendación médica: seguir dieta baja en grasas.

Cierto, pensó Carla. Se lo habían detectado años antes, pero después de varios intentos variando su alimentación, el médico determinó que era algo más congénito que un problema de dieta. Así que tomaba su pastilla diaria, hacía algo de ejercicio y problema resuelto. Tal vez si se lo explicaba a Eme…

—Escucha Eme, ¿no aparece en el informe una medicación para el colesterol?

—Eme ha encontrado el siguiente resultado en el historial médico de Carla: Una pastilla al día de Lovastatina.

—Muy bien Eme, eso me lo mandaron porque mi colesterol permanece alto sin importar lo que coma, ¿lo entiendes?

—Sí, Eme lo entiende.

—¿Vas a hacer lo que te he pedido?

—No, Eme no puede cumplir la orden.

Carla sintió un tembló en el párpado del ojo derecho. Se obligó a respirar profundo.

—¿Por qué, Eme?

—Eme ha encontrado el siguiente resultado en el historial médico de Carla: colesterol alto. Recomendación médica: seguir dieta baja en grasas.

Y allí estaba, Eme había sido poseído por el espíritu del robot aspirador. Al menos, pensó Carla, no tenía problemas con limpiar. Eso ya era un avance, ¿verdad? Y ella era una adulta que sabía valerse por sí misma. Llevaba años haciéndose la comida ella sola. Si el robot sólo limpiaba y recogía por ella, era un gran avance. Más tiempo para dormir.

Decidido. Eme quedaría relegado a tareas de limpieza. Asunto resuelto.

—En ese caso, Eme, puedes volver a lo que estabas haciendo.

El robot volvió a tener carita sonriente y a aplaudir. Se dirigió a la lavadora otra vez, y siguió a lo suyo.

Carla cogió la sartén, puso a calentar el aceite y picó el chorizo. Estaba por echarlo a la sartén, cuando notó que el fuego se había apagado. Extrañada, volvió a encenderlo, pero una manita se coló por debajo y lo apagó.

Eme.

Carla apartó la sartén, irritada.

—¿Ahora qué pasa?

Eme volvía a tener la línea en su cara. Y Carla ganas de estamparle un pie.

—Eme cuida de Carla.

—Me parece muy bien —contestó Carla, cabreada— y ahora, déjame seguir cocinando. 

Empujó con la cadera al robot cabezón y volvió a poner la sartén al fuego. El aceite volvía a calentarse… el chorizo picado a un lado… ya casi podía saborear la puntillita de los huevos…

—¡Ay! —exclamó llevándose una mano a la cadera. Algo había pinchado, con fuerza.

Eme.

El bicho tenía uno de sus dedos apuntando a ella. Todavía salían chispas azules de él.

¿Qué se había creído el monigote ese? Carla consideró muy seriamente tirarle la sartén, con aceite y todo, en esa cabeza metálica y anormalmente grande. 

—¡Tú! ¡¿Qué acabas de hacer?! —rugió Carla. 

Pero Eme no retrocedió. Seguía con su dedo acusador apuntándola, a su lado, la cara de seño Emilia.

—Eme cuida de Carla —repitió Eme —Carla no puede comerse “huevos con chorizo”. “Huevos con chorizo” es malo.

—Y supongo que no me vas a dejar cocinarlo, ¿verdad?

—Eme cuida de Carla.

A tomar por saco, pensó ella. Primero, conseguir comida. La comida. Era una mujer adulta, realizada, trabajadora, y se había ganado el derecho a comer lo que le viniera en gana, faltaría más. Ningún robot, o la empresa que lo había programado, le podía decir qué hacer o qué no hacer. Y mucho menos en su casa. Joder ya.

Quería los huevos con chorizo, y los iba a conseguir como que se llamaba Carla. 

—Vale Eme, sigue con lo que estabas haciendo.

El robot no se movió ni cambió la cara.

—Carla va a seguir cocinando. Carla tiene que apartarse. Eme tiene que recoger esto.

El robot avanzó hacia ella con el bracito electrificado encendido. Carla dio un paso atrás, con las palmas de las manos hacia arriba, en gesto de paz.

—Muy bien Eme, no cocino. Me voy al salón mientras tú me preparas algo, ¿de acuerdo?

El robot cambió su cara a feliz, aplaudió y dio una vuelta. Con el móvil en la mano, Carla salió de la cocina. Mientras Eme estaba ocupado dentro, ella abrió la aplicación de comida a domicilio. Tardarían unos minutos en llegar, se zamparía su comida y, con más fuerzas, se encargaría del bicho. Si no lograba apagarlo, lo lanzaba por la ventana.

Estaba a punto de solicitar el pedido cuando… internet se fue. Desconectó el wifi del móvil para poder seguir con los datos, pero tampoco funcionaba. Era como si todo el sistema se hubiera caído.

Ya no escuchaba a Eme de fondo en la cocina.

Un escalofrío le recorrió la espalada. Se giró.

Eme estaba en la puerta. Cara de seño Emilia. Bracitos caídos a los lados. Quieto.

Carla se envaró.

—Eme, ¿sabes por qué no tengo internet en el móvil?

—Eme ha desconectado el móvil de Carla de la red.

La ventana. El bicho se largaba por la ventana. Ni manual, ni reinicio, ni informe diario ni ocho cuartos.

—¿Y eso por qué, Eme?

—Carla iba a pedir “huevos con chorizo”.

Ya está. Finiquitado. Algunos podrían llamarla histérica o exagerada, pero por ahí no pasaba. El robot se iba fuera. 

Miró el móvil. Llamadas normales sí podía hacer. Marcó el número del servicio técnico y esperó. Un tono, dos… se cortó. Qué raro, pensó. Volvió a intentarlo, pero seguía sin funcionar.

Eme seguía en su sitio, mirándola.

—Eme, ¿le estás haciendo algo a mi móvil?

—Eme está interrumpiendo la llamada a “Servicio Técnico Oficial”.

Carla se acercó lentamente a la puerta de salida de la casa. Eme rodó silenciosamente en la misma dirección.

—Y eso es porque…

—Eme no detecta ningún fallo en su funcionamiento— dijo levantando el dedo eléctrico.

Carla echó a correr, Eme hizo lo mismo. La fuerza del impacto la tambalearse hacia atrás, con la mano extendida hacia el pomo de la puerta. Eme había conseguido ponerse delante, amenazando con una descarga eléctrica. Veía las chispas azules salir del dedo. Cuando el robot se impulsó hacia adelante, intentando pincharla, Carla pasó por encima del sofá y lo usó como barrera entre ella y el robot.

Eme se quedó quito frente a la salida.

—Eme no puede dejar que Carla se vaya sin comer. Carla no puede comer “huevos con chorizo”. Carla puede conseguir “huevos con chorizo” fuera. Carla no debe salir.

Claro que sí, enano cabezón, pensó Carla. Me van a venir a mandarme a mi propia casa, con dos cojones. Bueno, Eme tenía el dedo eléctrico, pero ella tenía su defensa y su experiencia de vida. Robot contra humana. Humana con hambre. Si no lograba darle al botón encima de su cabeza, lo molía a palos o le arrancaba la cabeza de un mordisco, lo que primero se diese, daba igual.

¿Dónde había puesto su defensa?

Se la había traído a casa, eso seguro. Llegó, vio el paquete, sofá… sofá. Eso. Se la había quitado. Pero luego Eme había limpiado, ¿dónde la había puesto?

Sin dejar de vigilar al robot, tanteó con la mano el suelo. Ajá, pensó triunfante. Debajo del sofá. Eme no la había cogido. Mal por el perfecto robot avanzadísimo, que no se ocurría limpiar debajo del sofá. Debería decírselo a los chicos de la empresa… cuando devolviera los restos de Eme, evidentemente.  

Dicen que la venganza se sirve en plato frío. En su caso, acompañada de huevos con chorizo, porque a ella le salía de los ovarios. Y punto pelota.

Se irguió, defensa en mano, sintiéndose una valkiria con ganas de guerra.

—Ven Eme, tengo que encargarte una tarea nueva.

Eme puso cara feliz y se acercó, obediente. Carla extendió la mano para pulsar el botón de la cabeza del robot… pero él dio marcha atrás. 

Y otra vez cara de seño Emilia.

—Eme no puede dejar que Carla apague a Eme. Eme cuida de Carla.

Se acabó.

—¡Enano, ven aquí ahora! —dijo ella dando un salto, intentando atrapar al robot.

Eme empezó a dar vueltas por el salón, con la cabeza enloquecida dando vueltas y los brazos subiendo y bajando. Carla saltaba por el sofá, la mesa, rodeó la tele y volvió a empezar. En su carrera por atrapar al bicho, se preguntó vagamente cómo es que el robot no usaba ahora su arma contra ella. 

Siguió por su habitación. El robot entró y se puso a un lado de la cama. Perfecto, no había escapatoria. No cabía por debajo del mueble y, que ella supiera, no podía atravesar paredes. Se lanzó de un salto contra él, pero, demasiado ágil para algo tan rechoncho, el robot usó una mano para impulsarse hacia la cama, plegó sus ruedas y rodó cual croqueta rebozada. Carla, sin poder frenar a tiempo, se dio contra la mesita de noche en las espinillas. Entre lágrimas de dolor, vio a Eme huir hacia la cocina.

Llegó allí resollando. Eme había decidido ponerse detrás de una de las patas de la mesa central, como si quisiera esconderse. Qué gracioso.

Gracioso su puñetero programador.

Carla corrió hacia él, rodeando la mesa. Eme soltó un chirrido y rodó alrededor del mueble. Después de varias vueltas, mareada y con las piernas ardiendo por el golpe, Carla movió violentamente la mesa hacia un lado. Ya sólo quedaba un pasillo por el que correr.

—¿Y ahora qué, enano? —dijo Carla, amenazante — ¿a qué le vas a dar vueltas ahora?

Eme huyó de la cocina, vuelta al salón.

Por un momento, Carla se preguntó si el robot estaba buscando una ventana por la que echar a volar. Tal vez si lo acorralaba en el baño podía arrearle con el agua de la ducha…

Carla sintió un mareo.

Hambre.

Se sentó en el suelo, respirando profundo. El estómago retumbaba, la cabeza le dolía, estaba cansada y le estaban dando ganas de llorar.

Pero no podía dejarse vencer por Eme. Era su casa, era su cuerpo y era su vida. Era una cuestión de orgullo.

El robot se acercó a ella, despacio.

—Eme detecta bajada de azúcar. Carla debe comer algo.

Carla resopló. Claro, lo que tú decidas que yo coma, pensó. Y decidirás cuándo descanso, cuándo me aseo, qué ver en la tele, qué leer, en qué trabajo…

Que no.

—Pues o huevos con chorizo, o no como nada. Tú verás lo que haces, imbécil—respondió Carla desde su posición en el suelo.

Eme dejó de moverse. Su cara cambió al círculo de búsqueda durante unos segundos.

La cabeza empezó a dar vueltas, aún con el círculo de luces en ella. 

—Eme ha encontrado el siguiente resultado en el historial médico de Carla: colesterol alto. Recomendación médica: seguir dieta baja en grasas. —recitó como una letanía robótica —Eme no puede dejar que Carla se vaya sin comer, Carla no puede comer “huevos con chorizo”, Carla puede conseguir “huevos con chorizo” fuera, Carla no debe salir, Carla debe comer, Carla tiene bajada de azúcar, Carla sólo come “huevos con chorizo”, Eme ha encontrado el siguiente resultado en el historial médico de Carla: colesterol alto. Recomendación médica: seguir dieta baja en grasas…

Una y otra vez, Eme repetía el mismo discurso. Su cabeza no dejaba de dar vueltas, mientras agitaba los brazos con violencia, como la primera vez que lo vio. 

Carla observaba, curiosa. Parecía que Eme había entrado en bucle, ¿cómo lo paraba? Espera, a lo mejor ahora sí podía hacer esa llamada…

Eme echaba humo. Un hilo fino, blanco y denso se escapaba desde la parte superior de la cabeza. Le siguió otro en la pantalla que simulaba la cara, y otro más en el pecho.

Cansada, Carla se dirigió a la cocina, prácticamente igual que cuando Eme la había obligado a dejarla. Salvo por la mesa. Esperaba no haber roto nada, no creía que los destrozos provocados por un Eme con tendencias controladoras los pagara el seguro. Desde allí, veía al robot echar humo con la cabeza como un carrusel.

Echó el chorizo en el aceite caliente. Qué bien olía.

Cuando llegó el turno de cascar los huevos, el robot se quedó quieto. Menos mal que no ha ardido nada, pensó Carla. A saber dónde tenía el extintor.

—Sistema sobrecalentado, procediendo a apagar… —mustió el robot. Casi daba pena.

Casi, pero no, se dijo Carla mientras disfrutaba de su almuerzo. Cogió su móvil, con la conexión reestablecida, y llamó al servicio técnico.

—¡Hola Juan!... Sí… verás, llamaba por el robot. Sí, sí, al principio todo muy bien, pero cuando le pedí que me hiciera la comida parece que se ha sobrecalentado y se ha apagado, ¿podríais venir a recogerlo…? Perfecto, gracias.


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Madre que imaginación! Ya se lo que voy a desayunar hoy! Jajaja pobre eme me ha dado pena y todo! Saludos!

Muchísimas gracias por pasarte y leerte semejante tocho 😅. Que aproveche ese desayuno 😉, saludos!

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