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in #spanish6 years ago (edited)



"Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Trastorno alimenticio. Trastorno del sueño. Cuadros de ansiedad. Cuadros de depresión. Delirios megalómanos. Alucinosis auditiva.", asentaba el expediente; parecía un paciente ordinario, no lo fue. El tratamiento debía ser a base de Clomipramina y Fluoxetina, tal y como lo leí líneas abajo. Sin embargo una pequeña duda me asaltó.

-Doctor, ¿qué tan preeminente es la megalomanía en este paciente?- pregunté a Ibarra.

-Pepe es uno de esos casos raros a los que se les diagnóstica con calzador; yo tengo la teoría de que todo su desorden mental se debe al TOC, muy singular y caprichoso, donde la megalomanía se presenta de manera ocasional, además debo decirte que tiene una muy alta propensión a la esquizofrenia.

Seguí hojeando el expediente mientras él entraba y se sentaba frente al escritorio. Tuve que dejar de leer cuando sentí su mirada, fija, penetrante en busca de la mía.

-7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9,- dijo Pepe, a manera de saludo entendí yo.

-Qué tal Pepe-, contesté de forma consecuente para enseguida volver al expediente.

-El Doctor Suarez nos estará apoyando una temporada- terció el Maestro Ibarra-, él será tu Doctor, como Gutiérrez, o como Badillo.

-7, 5, 6, 8, 2, 6, 6, 4, 4; 7, 4, 3, 6, 5, 8, 3, 5, 7, 0; muy buenos Doctores, sí.

José Jaime era su nombre tenía 37 años, a los veintinueve había presentado las primeras crisis agudas de su enfermedad, estuvo por temporadas hospitalizado hasta que un par de años después se quedó internado de forma permanente.

-¿Has estado tomando tus medicinas?- le preguntó Ibarra sin esperar respuesta. -¿Cómo vamos con los números, te han dejado descansar? ¿Y esas voces perturbadoras todavía las escuchas?

Pepe confesó que en ocasiones perdía el control y se dejaba llevar por los números, pero que las voces no las había vuelto a oír, más bien eran él mismo.

El grado de estudios de Pepe era básico, nivel elemental; se dedicaba al comercio y estaba casado, tenía dos hijos menores que le visitaban con frecuencia, citaba el expediente.

Después de un par de preguntas más del Maestro, Pepe se preparó para salir, conocía bien la mecánica de la consulta con Ibarra. Se levantó directo para conmigo y extendió su brazo obsequiándome su ancha mano.

-Mucho gusto Doctor, creo que nos la llevaremos muy bien-, me dijo mientras concretábamos el saludo. -¿Cuántos años tiene?- preguntó sin soltarme.

-29-, contesté.

-Debí suponerlo-, dijo acompañando su afirmación con un último apretón. Mi sinodal lo despidió sin moverse de su silla. Una vez que Pepe salió Ibarra me miró de fijo.

-Es viejo aquí, tiene sus altibajos; te lo voy a encargar mucho, sobre todo porque no está siendo sincero en las consultas. Pepe piensa que nos miente.

Si bien Ibarra calificaba de atípico al paciente, sólo con el paso de las sesiones pude yo mismo percatarme de lo singular del padecimiento de José Jaime. El expediente de Pepe contaba con información sustancial en sus primeras hojas, vertida por Ibarra; para después mermar en breves apuntes y algunas acotaciones, hechas por los anteriores residentes. Nuestra primera sesión fue cinco días después, para esto, yo ya había observado su manía de recitar números del cero al nueve sin ningún orden todo el día, en cualquier lugar y a veces, a escondidas.

Entró al privado después del examen físico. Se arrellanó con displicencia y cierta felicidad en uno de los dos sillones que amueblaban el consultorio. Después de un breve saludo le comenté que durante la sesión hablaríamos única y exclusivamente del Pepe funcional, de aquel pequeño empresario que tenía dos hijos. La propuesta no fue de su agrado.

-Mejor hablemos de usted Doctor- escuché un tanto incrédulo, -nunca había conocido en persona a alguien como usted, alguien diferente- dijo con una sinceridad que me resultaba divertida.

-Pepe, no es tu primera consulta, tú sabes que las cosas no funcionan así- le dije.

-Tenerle frente a mí es una señal, es usted diferente. Vale la pena hablar de usted-. La gravedad con que lo decía contrastaba con mi sonrisa, me sentí incómodo y le pregunté:

-¿Si no me conoces por qué afirmas que soy diferente?

-Cada uno estamos marcados por una serie de números. Mi mamá cuenta que yo ya sabía los números antes de ir a la escuela. Cuando tuve conciencia lo primero que recuerdo es que mis hermanos, los vecinos, los compañeros, todos eran números. Mientras veía a alguien por primera vez escuchaba una voz que me recitaba una serie de números, para cada persona siempre una serie diferente, pero también siempre la misma voz. Tenía muy pocos amigos y evitaba las multitudes, para mí eran un enjambre de números que me dejaba atónito. Por esos tiempos sólo escuchaba números cuando las personas estaban presentes y me los dictaba un monótono zumbido que por lo bajo sonorizaba, 2, 3, 5, 6, 9… según fuese el caso. Poco a poco me fui acostumbrando; hasta que un día, a la edad de once años, iba de mi casa rumbo a la papelería y pasó a mi lado una señora, sentí escalofrío; la voz que me recitaba su número era diferente, clara, amplia, robusta, era otra voz, diferente; regresé corriendo asustado, tuve una noche de fiebre y no salí de la casa en tres días, esa fue mi primera crisis. Pero mire, cómo es el tiempo, que va de aquel niño a ahora. 7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9, clarito escuché la primera vez que le vi; una serie diferente, otra voz, una que nunca había oído y que en este mismo momento me retumba en la cabeza como un latido, 7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9.

-¿Esa voz que escuchas sale de ti o viene hacía ti?- le pregunté.

-A los trece años empecé a soñar números- continuó, sin atender mi pregunta- largas cadenas de números, muchas veces desperté asustado, comenzaba a escuchar una enorme variedad de series diferentes. Por el contrario, mis sueños más tranquilos y descansados pasaban por series comunes, y también diferentes, cargadas de números tres, siete, cinco. Tenía 17 años cuando conocí a mi esposa, la voz común dijo: "3, 7, 2, 5, 3, 7, 2", no era una serie diferente, pero era hermosa. 8, 2, 8, 3, 5, 9, 1, 1, 5 no tiene siete, ni es diferente, pero le adoro; cuando supe que él era normal me sentí aliviado y mi esposa se volvió a embarazar. Cuando nació 1, 2, 5, 8, 7, 4 me asusté, por lo corto de su serie-, hizo una pausa y pensó en el presente con cierta amargura, -no hubiéramos tenido otro hijo, no me interesa tener una serie diferente, los números son sólo números, no tienen ningún significado- dijo lo último con evidente desasosiego.

-¿Qué hace diferente una serie de otra? ¿Por qué mi serie es distinta de las demás?

-Ya vivía aquí cuando una vez leí un libro, de capítulo en capítulo escuché una voz diferente que me dictó una serie de números que se mezclaba con la narración y con series comunes que aparecían por aquí y allá mientras leía, cuando terminé el libro, uno de los pocos libros que he podido leer, escuché de nuevo esa voz diferente recitándome de corrido la serie numérica y tuve la misma sensación de vértigo y escalofrío que cuando me topé a la señora en la calle y escuché por primera vez una serie diferente; como si de alguna manera hubiese existido entre el autor del libro y yo un lazo, distinto a la presencia física, pero igual de cercano. Ahora es distinto, estoy tranquilo; puedo convivir con la experiencia de platicar con usted, a pesar de escuchar su serie diferente.

-¿Es una voz agradable la que escuchas, mi serie suena bien?

-Cuando tenía 19 años me casé Doctor, estaba muy joven y no alcanzaba a decidirme, pero pensaba en 3, 7, 2, 5, 3, 7, 2, mentalmente repetía su serie una y otra vez, me sentía tan pleno que una voz me dijo: "hazlo"; nunca estuve más seguro de hablar conmigo mismo. Las otras voces aunque están conmigo, viven en mí, me son ajenas. La voz que me dicta las series comunes tiene su tono y su timbre peculiar; las diferentes son así, voces distintas todas entre sí, la del libro, las que oigo en sueños, la suya misma Doctor, y si he de decirle, le diré, suena bien, sí; es agradable como muchas otras diferentes, pero mejor que eso, me conforta, me brinda vigor y fortaleza. Hábleme de usted, 7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9.

Por un momento pensé que su compulsión estaba creando un mecanismo de defensa, me pareció necesario hacer la anotación para consultarlo con Ibarra.

-Claro Pepe, podemos hablar de muchas cosas, de la escuela, de mi familia, me gusta mucho ir al cine por ejemplo; pero primero necesitamos saber si esos números te van a dejar algún día en paz.

Después de un par de observaciones di por terminada la consulta. Le agradecí su asistencia y le comenté que era probable que me excusara de su tratamiento.

-De cualquier forma habrá sido un gusto conocerle personalmente 7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9,- me dijo afable y se retiró, parecía muy contento, "7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9", repitió mientras abría la puerta.

Pasaron cinco días antes de que consultara al Maestro. Esperaba quizá alguna manifestación de Pepe; que me buscase para pedirme consejo, para platicarme sobre él  o quizá para insistirme que le hablara de mi vida, pero no fue así. Ibarra, me escuchó atento y me dijo que había avanzado en una sola sesión mucho más que los anteriores residentes.

–El solo hecho de reconocer que escucha diversas voces es un adelanto. No, no lo puedes dejar varado, ese paciente te corresponde, empezaste muy bien con él-. Dos días después entrevistaba otra vez al paciente.

-Doctor, me he sentido mejor de unos días para acá-, me dijo al empezar la sesión, yo sabía que él seguía recitando números a cualquier hora y en cualquier lado, a veces por horas y sin ninguna frecuencia determinada, como desde hacía muchos meses.

-¡Qué bien José, qué bien!, ¿tú crees que se deba a algo en especial?- le pregunté.

-A que salgo mis 37 y entro al séptimo aquí, se están empalmado los números, estoy por pagar mi deuda. Me lo dijo una voz.

-¿Una voz diferente?- Le pregunté familiarizado con su lógica.

-No, no fue la voz que me dicta las comunes, ni ninguna de las diferentes, es otra que siempre suena distinta a las demás, es profunda y a veces creo que sé de dónde viene.

-¿Quieres que hablemos de esa voz, Pepe?- le pregunté en el típico lance intimista.

-No 7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9, mejor déjeme contarle cómo era yo antes de llegar al hospital- me dijo, estuve de acuerdo y entramos en materia.

Al principio las sesiones fueron cada siete días. Durante los dos primeros meses la terapia se nutrió de anécdotas salpicadas de números y voces, de la común y de las diferentes, pero de aquella que Pepe escuchaba muy diferente a todas no quería hablar.

-Pepe platícame de esa voz única que en alguna ocasión me comentaste ¿qué hay con ella?-. Al escuchar mi pregunta cambió su semblante, pasaron largos segundos antes de responderme.

-Doctor, el destino me marcó con el siete, en otra vida habré pasado 3, 5, quizá 11 años, internado en un hospital psiquiátrico, pero en esta serán siete.

-¿Cómo lo sabes, te lo dijo esa extraña voz?

-No, me lo dice la vida. Si el Doctor Ibarra no me hubiera tratado de manera tan agresiva quizá ya hubiera entendido todo. Se esforzó por años en callar las voces, haloperidol, loxapina, molindona, cloropromazina, entre los que recuerdo. Ningún medicamento las frenaba, sólo las deterioraba; lo que escuchaba con cierto orden y nitidez se volvió confuso y caótico, las series comunes se mezclaban con las diferentes, los números no coincidían con las voces, y esa voz que hoy identifico como la más diferente, la escuchaba muy de vez en cuando; aunque mejor hubiera sido no escucharla nunca, porque las veces que se me manifestó fue para infringirme un miedo atroz por los terribles mensajes que escuchaba; fueron pocas, pero todas las veces que la oí terminé en la enfermería. Hace tres años me cambiaron la medicación, y de ahí para acá siento que he entendido un poco mejor mi enfermedad.

-¿Recuerdas que te decía esa voz que te ponía tan mal?- le pregunté a Pepe con curiosidad profesional.

-Que la raza humana se iba a extinguir, que el mundo se quedaría sin personas-. Le pregunté entonces si la voz le había dicho la causa, acaso alguna pandemia o una guerra mundial. -Nunca supe bien, ni lo tengo claro aún, pero lo creo y sé que el final será pronto- dijo con incomodidad esperando que cambiara de tema.

En líneas generales la información que consulta a consulta recaba del paciente era la misma que durante seis años se había recopilado en el expediente, con la excepción de que me hablaba con mayor soltura de las múltiples voces que le asaltaban la cabeza sin ningún patrón establecido. Pasaron un par de meses más antes de que me convenciera de que Pepe era un crónico y que nunca saldría de su estado obseso compulsivo; aunque él me asegurase en consulta, que cada vez se sentía mejor, yo no veía avances a una conducta externa funcional, ni tampoco un saneamiento en el conjunto de procesos psico-afectivos que le permitiesen formar criterios donde no predominara el llamado pensamiento mágico. Fue entonces que decidí dejar de hacerle la lucha, me convencí de que era un caso perdido, pero también de que era inofensivo para los que le rodeaban, así como para él mismo. Decidí entonces espaciar más las sesiones.

Pepe aceptó de buena gana que las citas fuesen cada dos semanas, pero un día antes de la consulta se presentó en el consultorio y me pidió que le modificara el calendario.

-7, 3, 3, 5, 7, 5, 2, 1, 0, 1, 9, cámbieme las citas para que sean cada trece días y no catorce-, me sorprendió su petición, una de las características de los trastornos obsesivo-compulsivos son su periodicidad, sus frecuencias establecidas o sus repeticiones bien determinadas.

-Sí, sí te las cambio pero si me das una buena razón, sino nos vemos mañana- le dije sonriente.

-Son los números Doctor- esgrimió angustiado.

-Los números no significan nada, son sólo números- le recordé.

-Las números de las personas Doctor, esos no significan nada; que usted sea muchos ochos y ceros con unos, no lo hace de determinada manera, ni lo hace igual a otro que tenga en su serie la misma cantidad de ochos o cincos, pero tampoco lo hace enemigo de quien no los tiene; las series de las personas son sólo números. Pero para los días, así como para los años de una vida, hay números que son más propicios que otros, el trece es uno de ellos, uno de los más importantes-. Sus razones no me convencieron pero cedí por curiosidad, ¿Sería este lapso un atisbo en la necesaria regularidad, que no se evidenciaba, en el TOC de José Jaime?

Los siguientes cinco meses consulté a Pepe ya sin esa inquietud inicial, cambié las fechas de las citas un par de veces para observar su reacción pero la respuesta no fue positiva, aceptó volver a la consulta casi cualquier día non, se negó del todo para los días pares, aunque también aceptó volver en dos días. En alguna de esas sesiones le pedí que me escribiera una columna con "series comunes" y otra con "series diferentes", al analizarlas lo único recurrente que encontré fue que las "diferentes" nunca terminaban con un número par ni cero, no sé qué extraña asociación hice que me dio por preguntarle:

-¿Pepe, tu serie es diferente o es común?

-No lo sé, nunca la he escuchado-, contestó con cierta nostalgia.

Por aquellas fechas ya conocía a su mujer y a sus hijos, una vez por mes me visitaban en el consultorio. Al principio les pedía tiempo para poder brindarles información de calidad. Por el séptimo mes ya tenía alguna idea de cómo derivaría el tratamiento de José Jaime. La esposa de Pepe vivía la enfermedad de su marido con una resignación convertida en naturalidad con el paso de los años, a diferencia de sus hijos; el mayor, adolescente, no se resignaba a los acontecimientos, lo proyectaba con un soterrado rechazo hacia su padre; por el contrario la menor, que había nacido la víspera de los primeros internamientos de Pepe, y a pesar de que no le conocía otra faceta que la de paciente de hospital, no perdía la fe, en cada visita estaba atenta a la espera de alguna buena noticia.   

–Señora, el tratamiento de su marido ha sido prolongado y hasta cierto punto exitoso, no ha vuelto a presentar convulsiones ni crisis epilépticas, se ha mantenido en peso y no es susceptible a infecciones de ningún orden, estamos muy contentos con Pepe, es un paciente fuerte y dedicado; por otra parte, su manía de recitar dígitos, de intercalar números y palabras parece ser necesaria para que él se mantenga estable, cualquier medicación al respecto nos regresa al Pepe de hace siete años, sin embargo pensamos que su compulsión es inofensiva, todavía no está del todo determinado, le tendremos en observación unos meses más. Se podría dar el caso entonces de que, si bien no le daríamos la alta médica, usted estaría en la posibilidad de decidir si quiere que Pepe se vaya a casa, que de hecho sería lo más recomendable, quizá por temporadas al principio; para esto deberá acudir a unas pláticas previas, pero en su momento hablaremos en firme al respecto. ¿Alguna duda señora?-. Ella guardó silencio, seguro había escuchado de Ibarra o de mis antecesores más o menos la misma perorata, salvo que ahora se le presentaba la opción, que en su momento se volvería un imperativo, de llevárselo a casa; sentí su silencio cada vez más profundo. La tensión la rompió la niña.

-¿Quiere decir que mi papá ya se va a quedar así?-preguntó la pequeña.

-No lo sé, pero es muy probable que su padecimiento aminore en un entorno más favorable, ustedes pueden ser su mejor medicina; entre más cariño y más amor le demuestren a tu papi, él va a estar más cerca de aliviarse-, le contesté y con la mirada hice extensiva la recomendación a su hermano que, confundido, parecía no dar crédito a lo que escuchaba, igual que su madre se mantuvo en silencio.

De trece días en trece fui recopilando información de la numerología de Pepe, él a su vez se regocijaba cuando le hacía referencias someras de mi vida personal.

-Doctor ayer habló conmigo Dios-, dijo sin pudor alguno en una de esas sesiones en que evaluaba su posible reinserción a la vida familiar. -Me dijo que los números diferentes son semejantes entre sí, por el hecho de ser diferentes. Y que los comunes son una mezcla de todos los diferentes, entonces para que existan los comunes deben existir primero los diferentes. No le parece extraordinario Doctor, sin los diferentes, como usted, la humanidad no existiría.

-Vaya, nunca lo hubiera imaginado, cuéntame más-, le pedí.

-Fue lo único que me dijo-, me aseguró y parecía sincero.

Después de esa charla me puse a reconsiderar la posible salida de Pepe del hospital y pensé en volver a las consultas cada siete días, pero coincidió que en ese lapso entre consultas, por primera vez abandonó su compulsión durante un día completo, según un informe de la enfermería; fue una gran noticia para Ibarra, me llamó por teléfono para felicitarme. Bien a bien no sabía cuál era mi mérito.

-Doctor ya sé qué significan los números- me comentó Pepe en la siguiente consulta.

-¿Habló de nuevo Dios contigo?

-Sí.

-¿Y ahora que te dijo?- le pregunté intrigado.

-Que cada ser de la creación tiene un número, así mismo cada especie tiene también el suyo. Somos una unidad que se congrega y se disgrega, nacemos y morimos cada cual con su parte en la creación; los números no dicen nada Doctor, series cortas o largas son lo mismo, somos momentos que agotan la unidad, una unidad de doce cifras, al final cuando la última luz se apagué, quedará el vacío como testigo de que fuimos uno.

-¿Por qué extraño capricho sucederá eso, Pepe?

-Por obra de Dios Doctor, nada es eterno, sólo él. Los seres aparecen y desaparecen en el tiempo, se transforman; eso es la creación, un constante movimiento de cambio y retroalimentación. Sucederá Suarez, no lo estoy inventando- hizo una pausa; me miró a los ojos y me dijo a manera de confidencia: -Pronto dejaré de escuchar su voz, me lo ha dicho; hay una serie diferente que está presente en todos y cada uno de los seres de la creación, de algún modo es la huella que ha dejado en nuestra especie, su rúbrica de autor. Esa será la última serie que escuche. Cuando sepa cuál es habrá terminado mi padecimiento.

-Pepe, me preocupa que Dios te juegue una mala pasada.

En verdad me intrigaba la conducta de Pepe. Conforme corrían los días evidenciaba una gran mejoría, cada vez eran más largos los lapsos en los que dejaba de presentar su compulsión numérica, a la vez y en contraparte, la convicción que Pepe tenía de ser receptor de comunicaciones divinas no abonaba mucho a su salud mental.

-Doctor, la voz de los comunes me ha abandonado y cada vez son menos las diferentes, nunca había sentido tanta tranquilad- me comunicó Pepe cuando terminaba una de nuestras últimas sesiones.

-Escuché de nuevo a Dios, me dijo mi serie-, antes de que le preguntara por ella, me la recitó: 1010011001001.

-Es una serie muy extraña de sólo dos números. ¿Es diferente o común?

-No es ni diferente ni común, es mi serie. Esta debió haber sido mi última crisis Doctor, ya puedo dejar el hospital-, dijo con gran sinceridad y mucha seguridad.

-No tan pronto Pepe, te espero en trece días-, le dije.

-¿Doctor, pudieran ser 17? Necesito tiempo para terminar de entender qué es lo que me pasa-. Accedí, me pareció un lapso prudente. Pepe tenía casi un mes sin mostrar el lado evidente de su trastorno obsesivo compulsivo. Una tarde el Doctor Ibarra me citó en su oficina, receloso me preguntó la razón de mi reticencia a darle salida al caso de José Jaime. Le comenté, sin ser específico, que tenía algunas dudas al respecto. Me paró en seco.

-Suarez tú no puedes tener dudas, lo que sigue es un mero trámite avalado por mi firma. Quiero el informe final de ese expediente antes del fin de semana-, dijo categórico y dio por terminada la entrevista. De alguna manera esperaba la presión del Maestro, Pepe ya contrastaba entre los pacientes, tuve entonces que citar a su esposa; un par de días después estábamos reunidos. La mujer como era costumbre, se hacía acompañar de sus hijos, distendidos, alegres, estaban al tanto de la extraordinaria recuperación de José Jaime.

-Señora, el Doctor Ibarra me presiona para tramitar la alta médica de su marido y yo no quisiera dársela-, le hice saber sin mayor preámbulo, -Pepe aún presenta algunos resabios de su padecimiento que bien pudieran desaparecer con el paso del tiempo, o que también, a corto o mediano plazo pudieran tornarse perjudiciales y en el caso extremo hasta peligrosos, no es posible predecirlo. La alta médica vendrá con la prescripción de que el paciente acuda a consulta una vez por mes, durante seis meses al menos. Créame que es muy necesario que asistamos a Pepe en su convalecencia; he visto la exponencial recuperación de su marido con grato asombro, no quisiera encontrarme el día de mañana con una desagradable sorpresa.

-Cuando conocí a José sabía que era frágil de nervios, mas nunca imaginé que su mal llegaría a ser tan grave, ni su penuria tan larga-, me confesó la señora. -Ahora veo a mi Pepito y sé que ha llegado al final del camino, él mismo me lo ha dicho. Estoy muy contenta, he recuperado al padre de mis hijos y a un compañero diligente y amoroso, que además, por extraño que parezca, ahora es una persona más segura y decidida, de mayor entendimiento. José, a Dios gracias, está más que recuperado. Si él lo cree necesario estará por acá, téngalo por seguro-. No muy conforme con lo que había escuchado le agradecí la visita, para por último comunicarle la fecha en que se celebraría la valoración de Pepe por parte del concejo técnico.

La última sesión que tuve con José Jaime fue inusual en muchos sentidos, empezaba a romperse la relación Doctor-paciente y Pepe no sabía cómo tratarme; yo le felicité en varias ocasiones para después pasar a preguntarle qué haría, cómo asumiría el reto de reintegrarse de nuevo a su vida. Mientras me comentaba sus proyectos y me hablaba de sus hijos le interrumpí.

-¿Y la voz de Dios, diferente por sobre las diferentes, qué ha sido de ella, la has escuchado?

-Doctor, la escucho casi todo el tiempo.

-¡A vaya!, entonces te refieres a una voz interior.

-No Doctor, me refiero a esa voz ajena, que antes escuchaba de forma ocasional, tengo varios días oyéndola de forma intermitente. Abunda en diferentes temas, me habla del mundo, de la naturaleza, de la vida, de la muerte; yo moriré entre los 67 y los 71 años, tengo que vivir con ello; si todos supiéramos cuándo moriremos nos esforzaríamos en vivir de forma bella y seríamos dichosos al compartir, y al recibir lo compartido. La raza humana está en su última etapa, pronto desaparecerá, debería tener conciencia de ello. El último humano en vivir en este mundo será el 107 009 276 531. Nadie nacerá una vez que la cifra se haya agotado.

-Pepe, esas son malas noticias. En tres días es la cita en el concejo médico y tengo fuertes dudas, esos mensajes de Dios…-, le miraba a los ojos mientras se lo decía. Me interrumpió.

-Doctor, sé lo que tengo qué hacer, sé lo que tengo qué decir. Despreocúpese-. La absoluta seguridad con que pronunció el aserto diluyó mi incertidumbre al respecto de la evaluación, a la vez que me generó nuevas suspicacias. Le subrayé la importancia de seguir las prescripciones de la alta médica. Pepe sonrió para después agradecerme de forma muy sentida el trato que le había brindado, entendí entonces que escuchaba su despedida.

La valoración de Pepe fue por la mañana. El concejo estaba integrado por el director del hospital, por el responsable del área administrativa, y por el Maestro Ibarra y un par de Doctores más, ninguno encontró impedimento para finiquitar el trámite. Salió de la sala acompañado de su familia que también estaba presente, hicieron juntos un último recorrido por todo el hospital para después retirarse. Recibí felicitaciones del concejo, me auguraban una exitosa carrera en el área de la psiquiatría. Yo no tenía muy clara cuál había sido mi intervención en el alivio del padecimiento de Pepe y en el fondo no estaba conforme con que José Jaime hubiera dejado de ser responsabilidad de la institución.

-A quien habría que felicitar es al Maestro Ibarra, el verdadero artífice del tratamiento, yo sólo seguí sus consejos-, repetía en respuesta a los halagos y las congratulaciones. 

Adherido al consenso general di por cerrado el caso de Pepe y no lo tuve más en mis pensamientos sino hasta los días previos a su primera consulta programada, a la que no acudió. No me causó extrañeza, sin embargo cierta incertidumbre me corroía el ánimo cuando recordaba a José Jaime. Pasados casi dos meses recibí por correo una lacónica comunicación suya; curiosamente, me brindó un esperado alivio. La nota decía:

“Doctor Suarez escuché la última serie. Él me susurró su nombre: 137”.


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Tenía muy pocos amigos y evitaba las multitudes, para mí eran un enjambre de números que me dejaba atónito

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