Siempre de la mano
Caminando de su mano me sentía feliz. Era placentero tener su mano en la mía, sus dedos cálidos y su suave piel me recordaba que estaba en casa. Nunca quería alejarme de mi hogar.
Y no hablo de una estructura física de una casa, sino de él, la persona que camina a mi lado, que sé que me ama y que me cuida.
No hablamos mucho, no hay mucho que decir, quizás no sabemos todo el uno del otro, él siempre me cuenta cosas maravillosas de su vida, pero no aquello que, en su perspectiva fue algo malo.
Aunque es injusto, él sí sabe todo de mi vida, conoce mis travesuras, mis malos momentos, mis fracasos, todo. Pero aún así siempre ha estado ahí a mi lado, para seguir sosteniendo mi mano. Como las cientos de veces que llorando dije que me retiraría de la universidad, o cuando agotada luego de un largo día de trabajo decía que me tomaría un descanso.
No había momento en mi vida donde no me hubiese dado su apoyo, aun cuando no estuviese de acuerdo con lo que hacía. Como aquella vez que pelee con mi mamá y le dije cosas muy ofensivas, obviamente no estaba contento con mi actitud, pero aun así, se sentó a mi lado, peinó mi cabello y dijo todo pasaría. Y así fue, ya no recuerdo porque había peleado con mi madre.
Pero hoy, sabía que no nos quedaba mucho tiempo, que pronto nuestro lindo momento terminaría. Nunca dura lo suficiente ¿sabes? a pesar de que siempre reíamos, jugábamos y caminábamos a todas partes juntos, no es suficiente.
Quisiera más días, más consejos... pero ya él no puede más, y me lo dice, lo reconoce. Sigue esforzándose por mí, sigue intentándolo. Está cansado.
Ya sus pasos no son lo que eran, ni su ánimo el que antes fue. Eso no cambia el trato que me da, siempre con amor y ternura, siempre pensando en mí, amándome.
Hoy debo marcharme, debo viajar por trabajo, pero no quiero dejarlo, no quiero irme, quiero estar un momento más con él, a su lado. Así que decido ignorar mi sentimiento de culpa y me quedo con él, caminamos por toda la plaza, lentamente recorremos todo el pequeño jardín, entramos en la iglesia, oramos y regresamos por donde hemos venido.
Siempre de la mano, siempre juntos. Nos alejamos de los bancos, de las personas que charlan y nos adentramos en el frío y pálido edificio, como cada día, las salas de espera están atestadas, nosotros solo pasamos de largo y entramos en la pequeña habitación.
Él me mira durante largo rato y solo me dice "Te amo". Y yo lo sé, lo siento dentro de mí y corro a abrazarlo, corro a decirle que también lo amo y que siempre lo amaré.
Sé que hoy se marchará, sé que hoy ya no estará más a mi lado, él también lo siente. Así que me quedo así abrazando a mi abuelito durante mucho tiempo, todo el que me es posible, hasta que sus manos caen de mi espalda y sé que ya no está junto a mí.
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